Por Carlos Ares (*) |
Usted, como yo, debe sentir eso que te pega ahí donde duele
cuando, tan temprano, en el bar, terminás de tomarte un cortado, apartás la
mirada del diario y ves la carita de una nena o de un pibito que no tiene más
de ¿cinco?, ¿seis años?, que asoma apenas sobre el borde de la mesa y mira,
sólo mira, y deja, sólo deja, un paquete de Carilina, y sigue, sólo sigue,
callada, callado. Días más, días menos. ¿Qué le voy a contar que no sepa?
Usted, como yo, toma el subte, se enchufa los auriculares y
sigue, solo, callado, atento a la pantalla, con una estampita de San Cayetano,
una tijera, un set de cuatro biromes, una tira de Beldent, todo lo que aparece
y desaparece sobre las piernas, como parte del viaje. A veces, en el bondi,
toca ventanilla, y entonces, ya sabe cómo es. La cabeza se baja antes, decide
caminar, se adelanta y nos espera al llegar. Ha visto, dice ella, hombres
jóvenes durmiendo en los umbrales y familias con pibes viviendo bajo la
Autopista. Sí, le digo, me digo, y sigo, solo, sigo. Días más, días menos. ¿Qué
hacer?
¿Qué hacer?, se preguntará usted como yo. Hay quién puede y
quién hace, sí, y da una mano, y hacemos, lo que podemos. Pero supongo que
usted, como yo, hablamos de otra cosa. Tratamos de entender por qué, de saber
quién, cómo, cuando fue que el país de “todos los climas”, el “crisol de
razas”, “el granero del mundo”, el que produce alimentos para dar de comer a
millones de personas, empezó a abandonar en la miseria a gran parte de su
población.
Usted, como yo, sabe que andamos siempre a la búsqueda
desesperada de la solución mágica. La vaca viva, la vaca muerta. Que hemos
probado y confiado en todos los “ismos”. Podríamos ser, usted como yo, los
protagonistas de la canción Ya no sé qué hacer conmigo, el tema del cuarteto de
Nos... (...) “Ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya
pegué, ya sufrí, ya eludí, ya hui, ya asumí, ya me fui, ya volví, ya fingí, ya
mentí (...) y oigo una voz que dice con razón/vos siempre cambiando/ ya no
cambias más/ y yo estoy cada vez más igual/ ya no sé qué hacer conmigo”.
Además de los ismos –peronismo, radicalismo, menemismo,
kirchnerismo– todas versiones al fin de, más o menos lo mismo, desde que los
partidos dejaron de representar ideas y de debatirlas en congresos para
exponerlas luego en los programas electorales, los sellos tradicionales se
reconvirtieron en siglas, alianzas,
frentes, marcas que sólo sirven para sostener candidatos. Por eso, usted, como
yo, nos dedicamos desde hace tiempo a identificar a los responsables con
nombres y apellidos. Hay quien comienza su lista con Perón y hay quien la
actualiza hasta Macri, sin saltarse, ni olvidar de insultar a ninguno en el
repaso.
Porque usted, como yo, sabemos todo. Acá en el bar, con un
par de cafés, podríamos pasarnos la tarde ejerciendo de fiscales en el juicio
al país que no fue, revisando nombres y hechos, denunciando la incesante
repetición de promesas incumplidas, la malversación de millones de ilusiones y
esperanzas puestas cada vez que votamos, agravando la acusación contra los
tipos que ya sabemos, y damos por probado antes de que la Justicia alguna vez
los condene, que mintieron, robaron y resultaron verdaderos canallas, los
Aníbales, los Sciolis, los López, los De Vidos, los capos mafia de los
sindicatos, de la Policía y los tantos de antes, de ahora, los de después.
Pero al cabo de la tarde, con todas nuestras verdades ya
dichas, volveríamos la cabeza a la ventana o llamaríamos al mozo para pedir
otro café, tal vez la cuenta si ya es hora, con tal de que no nos veamos
obligados a mirarnos a los ojos. Porque de hacerlo, usted como yo, tendríamos
que reconocer y aceptar, aún sin palabras, que algo también tuvimos que ver en todo
esto. Por acción, por omisión, por zafar, porque es así, porque no queda otra,
por razones varias, todas las que nos justifican.
Banquemos juntos entonces, al menos por hoy, la pena y el
peso de este silencio. Más si por la ventana se ve a un hombre durmiendo en el
umbral, o se asoma la cara de un pibito a dejar su paquete de Carilina sobre la
mesa. ¿Qué le voy a contar que no sepamos, tanto usted como yo, si vivimos
acá?
(*) Periodista
© Perfil.com
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