Por Fernando Savater |
Para explicarse un poco mejor los chocantes resultados de
algunas votaciones recientes, conviene recordar la perpetua contradicción entre
lo que nos gustaría querer y lo que queremos de verdad.
O mejor, entre lo que
nos aseguran que debe quererse y nuestros auténticos y vergonzantes deseos.
Yo creo que la madurez comienza el día que uno decide que
nunca volverá a ensalzar los ideales radicalmente puros porque en el fondo nos
parecen pataleos inanes que nos alarmaría ver realizados. Y la sabiduría se
alcanza si esa decisión va acompañada de la ascética renuncia al cinismo y la
autocomplacencia. No es fácil ni corriente llegar a tanto: estamos en ello.
Hace pocas semanas en barrios periféricos de Madrid hubo
protestas vecinales por la decisión de algunos bancos de suprimir allí sus
sucursales. Los periódicos progresistas daban la noticia subrayando
"paradójicamente, los vecinos se manifestaron en defensa de los
bancos".
¡Chocante! A nadie le hubiera extrañado que reclamasen
supermercados o farmacias, pero bancos...Es como si los negros de Alabama
exigieran subvenciones federales para el Ku Klux Klan o premios para los
conductores que más víctimas causen en los pasos de cebra.
En realidad no hay paradoja ninguna, porque la misma buena
gente que proclama como está mandado su aborrecimiento a los bancos, esas
cuevas de iniquidad, los sabe imprescindibles y sale a la calle a protestar si
se los alejan de casa.
Detestan a los banqueros que abusan de la clientela pero aún
detestarían más tener que renunciar a pedir créditos o hipotecas, no digamos
verse obligados a guardar los ahorros en un calcetín. Si el catequista de turno
les pregunta cuales son los enemigos del alma, responderá que el capitalismo,
su casta y susana, digo su trama. También pedirán prohibir la Coca-cola, pero
antes...¡dos para mí!
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