Por Cecilia Mosto (*)
Para impaciencia de muchos, la confianza en la figura
presidencial, entre la población AMBA, no baja del 50% desde que asumió, nivel
que duplica los valores con los que dejaba, en 2015, esa institución Cristina
Kirchner y con el que se ubica en la cima del ranking junto a los medios de
comunicación.
En poco tiempo, Cambiemos se convirtió de una alianza con
los días contados, a la que sólo había que esperar para que sus propios errores
la borraran del mapa político, en una fuerza a la que hay que ver cómo se le
gana este año en las elecciones de medio término. Con un lanzamiento de campaña
de lujo en Ferro en el que expuso, no sin cierto atrevimiento, que el universo
trabajador es muy amplio y que nadie es su dueño, Macri movió diez casilleros
en una sola jugada destacando, al mismo tiempo, que el PJ, la izquierda, la CTA
y el FpV siguen apostando a una estrategia, un discurso, un método que sólo
mejora la velocidad del partido del Gobierno en la carrera electoral. Cualquier
encuesta afirma hoy que la pérdida de imagen de Macri es baja, y la expectativa
en el corto plazo es alta entre la población, sobre todo si miramos los escasos
resultados económicos logrados y demás escollos nada menores en el desarrollo
de la gestión.
La oposición debe empezar a digerir con resignación que
probablemente la experiencia PRO represente un verdadero cambio en la
organización política del país. Debe abandonar la subestimación histórica hacia
su capacidad, ya que esa subestimación constituye en parte su fortaleza y deja
a la oposición encerrada en una estrategia pobrísima. Es la que le permitió y
le permite avanzar y aprovechar cada uno de los espacios que le han sido
otorgados porque era imposible creer que iba a apropiárselos de manera
efectiva.
Ceder espacio al PRO era cedérselo a nadie. Eso pensó el FpV
al convertirlo en su oponente. Un buen nadie con ingredientes que lo ponían a
representar todos sus fantasmas y al que se podían comer crudo en cualquier
momento. Ni se lo comieron ni es nadie. Cambiemos sabe tocar la música que una
parte de la opinión pública quiere escuchar, y la nueva elite que lo integra va
demostrando ser sustentable y disruptiva, recortándose nuevamente como
alternativa y consolidando el concepto de fin de ciclo de la administración de
la política por un solo partido. El PJ encuentra por primera vez una disputa
real en la administración del poder.
Hoy el problema más importante para la población es la
inseguridad, no el desempleo ni la inflación, que se ubican tres veces por
debajo de aquélla como preocupación pero que, sin embargo, constituyen los ejes
sobre los que se organizan marchas, piquetes y paros, principales herramientas
de posicionamiento de los partidos opositores.
Cada día de Cambiemos en Provincia, en Nación y en Ciudad
consolida una nueva estructura partidaria cuyo principio organizador atenderá
la construcción de opinión pública. El PJ tiene que rehabilitar su atrofia
muscular después de años en la comodidad del poder para volverse competitivo en
el actual contexto y frente a una fuerza nueva.
Los argumentos invocados para precipitar su caída cada vez
suenan más forzados e inverosímiles. ¿Y si prueban con el voto?
(*) Politóloga
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