Lejos de perder
atractivo, crece la búsqueda de un espacio entre Macri y Cristina. Sólo falta
la síntesis.
Por Ignacio Fidanza |
El lugar común en la política sostiene por estos días que la
sociedad está polarizada y la primer víctima de ese proceso es Sergio Massa en
términos personales y la construcción de una opción de centro en el plano de
las ideas.
Lo curioso es que al mismo tiempo que se describe ese estado
de cosas, las nuevas expresiones políticas que surgen, buscan abrevar en ese
centro despreciado: ¿Qué otra cosa es sino la oferta desde el peronismo de
Florencio Randazzo y desde el radicalismo de Martín Lousteau?
Saltan a la vista las coincidencias entre estos tres
políticos y algún que otro gobernador que tantea el mismo espacio, como Juan
Manuel Urtubey, Alfredo Cornejo o Sergio Uñac. Para ponerlo en trazo grueso:
Todos confluyen hacia un lugar idealmente ubicado un poco a la izquierda de
Macri y bastante a la derecha de Cristina y su ideólogo programático, Axel
Kicillof.
Esto sugiere que el problema no es de posicionamiento sino
operativo. Lo que falta es la síntesis de un nuevo liderazgo que exprese esa
opción de centro moderna, que incluya, pero también ofrezca un futuro
sostenible. No es un secreto que recuperar el gran país de clase media culta y
con niveles de vida europeos, sigue estando en el inconsciente colectivo de los
argentinos, como el mejor destino posible.
Macri lo captó cuando en una de sus pocas definiciones
ideológicas dijo que se identificaba con el desarrollismo de Arturo Frondizi.
El problema es que hasta ahora su Gobierno no está logrando que esa declamación
sintonice bien con lo que ofrece. Hay algo de modernidad, pero también trasunta
exclusión y sobre todo, falta de rumbo.
Es decir, parece bastante claro que Macri es un avance
respecto al mal final del proceso kirchnerista, que se agotó en una fuga hacia
un chavismo apenas moderado, que la mayoría terminó por rechazar. Pero más allá
de las promesas de una recuperación que se demora, hay inconsistencias
macroeconómicas que abren enormes interrogantes sobre la viabilidad de su
proyecto, como opción de desarrollo inclusivo. Tiene a favor que persiste la
expectativa. Hay algo de desilusión, pero no es una catástrofe al estilo De la
Rúa y le queda margen para corregir y acertar.
El kirchnerismo, por supuesto, sigue siendo una opción
política intensa, pero ya no de mayoría. Una prueba de ello es que las astillas
de lo que fue ese 54%, confluyen hacia el centro. O sea, encuentran mas futuro
en ese lugar que en la radicalización. Eso es parte del cambio profundo que
empezó a transitar la Argentina en 2015 y que desborda el nombre del sello
oficial.
Es tan evidente que el centro lejos de perder valor ha
crecido como opción -que no es lo mismo que hoy esté representado-, que hasta
el kirchnerismo con todas sus contradicciones intenta una moderación ¿Cómo
explicar sino el enorme esfuerzo que hacen para aceptar, aunque sea de manera
simulada, un diálogo horizontal con dirigentes que hasta hace no mucho tiempo
despachaban con una orden?
Pero como siempre en ese mundo, el problema y la solución es
Cristina. Si da un paso al costado -no sólo ahora, sino mucho más importante en
el 2019- contribuirá a esa mutación. Ganaría prestigio y le daría a su sector
expectativa de integración en un proyecto de mayorías. No hay que ser
imaginativo para visualizar que pasaría si se aferra a la idea de volver. Claro
que para un líder que ganó todo, lo más difícil es entender cuando llegó el
momento de retirarse. Les pasa a los boxeadores y a los presidentes, suelen
dejar el ring vapuleados. Miremos a Lagos.
El medio término
La elección de este año empezó a perder densidad. Primero,
no va a ser sencillo llegar a un veredicto unánime sobre quien ganó. Como en la
política italiana, es posible que en la noche del domingo todos encuentren
razones para proclamarse triunfadores. Eso indica que aún como estación
intermedia de posicionamiento, su utilidad será acotada.
Lo que está en el aire es otra cosa, es la búsqueda de un
intérprete de ese centro hoy vacante. Massa es el que se propone de manera más
explícita, pero no es cuestión de quien lo dice más alto. Macrón confirmó en
Francia un proceso que hoy ofrece rastros similares en la Argentina: El
debilitamiento de los partidos tradicionales configura un tablero volátil en el
que como nunca, se vuelve crítico acertar en el blend de oferta programática,
candidato y política, para quedarse con el centro ganador.
Bien mirado, el acceso de Macri al poder fue un recuerdo del
futuro de Macrón. Ganó por un pelo con una oferta de centro liberal y un
partido flamante. Pero claro, en el 2019 sobre el final de su mandato, no será
fácil recrear esa magia si los resultados en la economía no acompañan en parte
las expectativas creadas. Y ese es el bocado que huelen los tiburones, que hoy
empiezan a amontonarse en el centro de todas las cosas.
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