Por Pablo Mendelevich |
Imaginemos a un búlgaro que acaba de llegar de visita a la
Argentina. Para practicar su buen español enciende el televisor en el hotel y
se topa con una entrevista que le hacen entre cuatro a la ex presidenta
Cristina Kirchner. Interesante. Nuestro hombre ya había escuchado en Sofía que
penden sobre Cristina múltiples causas judiciales, inclusive sospechas que la
relacionan con el presunto asesinato de un célebre fiscal, quien la investigaba
y apareció muerto horas antes de denunciarla.
Cree saber -leyó o escuchó- que
además de que bajo su gobierno ella se enriqueció porque tuvo la suerte de
ganar más dinero que nadie, en los últimos tiempos se descubrieron
impresionantes casos de corrupción en su entorno, al punto de que un presunto
socio o testaferro se convirtió de la noche a la mañana en gran terrateniente
de la Patagonia.
"¿Es ella?", se pregunta. "¿Se trata de la
misma persona?". La corrupción casi ni aparece durante la verborrágica
exposición televisiva. No luce como alguien afligido por un eventual destino
tras las rejas. Da mil explicaciones, pero son sobre otros asuntos. Explica y
explica, no quiere que la interrumpan. Quienes la interpelan la escuchan con
aire reverencial. Los temas acaso evocan la agenda de un típico opositor
radicalizado, uno muy frontal. Por momentos podría ser una encendida trotskista
despotricando contra el capitalismo hediondo.
Describe un país maravilloso, feliz, que resultó arrasado en
pocos meses por la malicia de su sucesor. El pueblo fue engañado, dice, por
quienes ganaron las presidenciales, que el partido de la señora perdió por
obligarse a decir sólo verdades, textual. Es la hora de la unidad. Con tono
mesiánico ella amaga con ser candidata a senadora en las próximas elecciones.
Sólo si fuera necesario, advierte.
El temario es un issue en sí mismo. La ex presidenta se toma
un tiempo para apostrofar a los periodistas que tiene delante, les marca qué
cosas deben importarles y cuáles deben omitir, pero entre estas últimas,
curiosamente, tampoco la corrupción aparece mencionada. Después de todo, dirá
el búlgaro, no tendría mayor sentido reclamarle al periodismo la exclusión de
algo que se acaba de probar ajeno a su curiosidad.
Descifrar la escena parece sencillo y quizás no lo sea.
Muchos televidentes, argentinos, ya no turistas, han fustigado a los
entrevistadores de aquella noche por no haber hecho bien el trabajo de
representar al verdadero periodismo. Tal vez nadie se percató de que el aporte
de los cuatro que le daban tiempo a la deponente para tomar agua no consistía
en representar a ningún periodismo sino, sin proponérselo, al peronismo.
Es el peronismo con sus omisiones cuidadosamente
seleccionadas el que está callando las preguntas que habría que hacerle a
Cristina Kirchner. Por supuesto, también calla con torpeza un puñado de
periodistas atrincherados en la retaguardia revolucionaria de todos y todas,
pero ese silencio vulgar, explícito, repetido, hoy es intrascendente, no
concierne a muchos más que a las propias conciencias de los fieles que
trasnochan en la devoción cristina (no confundir con devoción cristiana).
El silencio del peronismo, en cambio, es la novedad más
importante de este momento político: gracias a él, la responsable de uno de los
gobiernos más corruptos de la historia se convirtió por deslizamiento en una
respetable dirigente política quien, plantada cual De Gaulle en el centro del
escenario, estudia si será o no candidata, como si las causas judiciales
hubieran pasado a ser cuestiones pertenecientes a su esfera íntima. Tiene en
vilo a varios rivales. Entre ellos el Gobierno, que, cebado con el supuesto
rendimiento político de confrontar con ella, parece haber apaciguado la cruzada
anticorrupción que le tenía prometida a su electorado. Vaya paradoja: acá
Cristina tendría razón, Macri no estaría cumpliendo con sus promesas de
campaña. Y mientras tanto los jueces y los fiscales acompañan con una
inexplicable calma chicha. ¿Qué los sosegó? ¿Cómo pasaron de escarbar la tierra
patagónica con excavadoras para encontrar tesoros kirchneristas enterrados a
contribuir a que la imputada nacional vocifere impune que se vuelve pronto de
Europa porque la Patria la necesita?
Hay que reconocerle a Cristina Kirchner este triunfo, el de
su transfiguración sin bótox ni bisturí. Fue gracias a su talento político (que
lo tiene, aunque lo hubiera suspendido en 2015 cuando distribuyó papeles entre
Scioli, Zaninni, Aníbal Fernández, y armó una derrota perfecta), también a su
profundo conocimiento del peronismo. Ella sí recordó que el peronismo es antes
que nada una cultura victoriosa, un partido del poder, tan inexistente antes de
1945 como el kirchnerismo antes de 2003. No hay como ganar, no hay como volver,
poco importa si es para alzar las banderas de la lucha contra el terrorismo de
Estado (los Kirchner) o para instalarlo (Isabel y López Rega), para volver a
sembrar la industrialización (Duhalde) o para destruir la industria nacional
(Menem). Es curioso, las Veinte Verdades Peronistas fueron a parar al museo, la
Marchita se usa según la temporada, pero los dos dedos con la V de la victoria
jamás perdieron vigencia, son como un reflejo de Pavlov cada vez que suena un
flash. La victoria es sagrada. ¿Algo más transparente que ponerse Frente para
la Victoria?
De allí que una vez que en el ambiente político se les dio
verosimilitud a las encuestas que decían que en el conurbano profundo Cristina
Kirchner tenía una intención de voto envidiable (envidiable por otros
dirigentes peronistas) se suspendieron las preguntas. ¿A qué seguir
preguntándose si robó o no robó? ¿Para qué repetir la cantinela de que vamos a
esperar que la Justicia determine si hubo o no funcionarios kirchneristas que
se enriquecieron a costa del Estado? Cancélese el tema. Que no se hable.
Al revés de lo que sucedía antes de que se dieran por
ciertas aquellas encuestas del conurbano, el único cuestionamiento al
kirchnerismo que hubo en las últimas semanas se refirió a tres alfiles de
Cristina Kirchner, con quienes un grupo de intendentes convocado para cerrar
acuerdos políticos no quería fotografiarse. Se trataba de Amado Boudou, Luis
D´Elía y Martín Sabbatella. Pero al llamarlos impresentables, ¿los rebeldes
habían puesto un límite moral, relacionado con las causas judiciales por las
que se investiga a los miembros de ese trío, o simplemente su comportamiento
refractario se debió a que los consideraban piantavotos, o sea pecadores de la
peor calaña?
Pocos políticos tan experimentados comoAlberto Fernández,
ahora jefe de campaña de Florencio Randazzo, para prestarle toda la atención a
lo que dice. "Si Cristina gana en las PASO obviamente que la vamos a
acompañar", avisó este fin de semana quien se había vuelto crítico de la
que había sido su jefa. ¿Para qué preguntarle a ella cosas incómodas sobre su
fortuna, sobre De Vido, López, Milani, Jaime, Bonafini, Boudu, Sbbatella,
Moreno, etc., sobre el Pacto con Irán, los negocios con Venezuela, los medios
de Spolsky, las concesiones a Cristóbal López y otras dudas que comparten
jueces y público si, como dice Fernández, ella podría ganar en las PASO?
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