Y otras falacias de la crítica
William Faulkner |
Por Uriel Martínez
¿Por qué hay escritores jóvenes que se empeñan en subrayar una
influencia de los autores norteamericanos en la llamada camada del boom, por
qué ese empecinamiento en manejar el mismo cliché? En una nota apresurada y
superficial, Edmundo Paz
Soldán despacha el tema con la sola mención de tres autores
distinguidos con el Premio Nobel de Literatura: Gabriel García Márquez, Mario
Vargas Llosa y William Faulkner, éste como la “figura tutelar” que arrojó luz
en los primeros pasos del colombiano y el peruano, principalmente.
Tampoco es
del todo cierto que Juan Rulfo le deba demasiado al sureño Faulkner pues el
autor de El llano en llamas en infinidad de ocasiones confesó
su deuda con Knut Hamsun, al igual que más tarde lo haría Daniel Sada. Tan
relativamente cierto, o falso, es que José Revueltas fue continuador de la
novela de la Revolución Mexicana —si hay algo de eso es sólo en su novela
primeriza El luto humano (1950)—, como afirmar que Rulfo
siguió los pasos de esos novelistas surgidos al calor del movimiento armado de
1910, cuando éste está más próximo a la llamada Guerra Cristera de los años
veinte y treinta mexicanos. Si hay ese parentesco revueltiano con un estadounidense,
es con Henry Miller, de quien José decía que en su generación era leído con
avidez porque en cada página había un coito.
dos.
Es una verdadera falacia afirmar que José Donoso esté cerca, estilística
y temáticamente, de Henry James (“James escribía para porteras”, observaba
Faulkner), simplemente con releer El lugar sin límites el
lector se percatará cuán lejos está el chileno de los tipos psicológicos
femeninos que desarrolló el estadounidense autor de Las alas de la
paloma y Otra vuelta de tuerca, noveleta ésta que, se
dijo profusamente, plagió —frase de moda en estas fechas cercanas a la FIL de
Guadalajara— Carlos Fuentes para escribir Aura. Difícilmente
se encontrará, en su tiempo, un personaje como la Manuela y la profundidad
psicológica con que está tratado. En todo caso Donoso se encontraría más
próximo a Thomas Mann, autor que Paz Soldán no considera un aliento seminal,
así sea tangencialmente, en algunos autores etiquetados dentro del boom (“un
ruido”, lo definió Borges.)
tres.
Esa frivolidad exhibida por Paz Soldán al etiquetar a Virginia Woolf,
Kafka y Joyce como “high modernism”, para diferenciarlos de Faulkner, Dos
Passos y Sterne, mencionados en su cliché, muestra una falta de seriedad con el
tema. Pero además en su visión restringida no cupo ni la sola mención de
Roberto Arlt, quizá muy presente en la literatura urbana argentina y, por ende,
en la narrativa cosmopolita de Cortázar, ni tampoco citó el universo de Juan
Carlos Onetti, un universo sombrío y de seres atormentados, de condición sexual
ambivalente, con mujeres atacadas de cáncer y con retrasados mentales, estos
sí, afines al mundo del sureño Faulkner, pero también a las criaturas de Jean
Paul Sartre.
cuatro.
El solo hecho de pretender darle vida al boom es hacer a un lado a
muchos que nunca fueron echados a la valija como Rubem Fonseca —a quien
admiraba y releía Roberto Bolaño—, no mencionar ni de pasada a Ricardo Piglia
ni señalar que Vladimir Nabokov NO fue el primero en ocuparse de un amor por
una preadolescente, sino el autor de El amor brujo, Roberto
Arlt, primero, y en seguida Onetti con el personaje de Inés en, creo, El
astillero (Alzheimer toca a mi puerta). Hablar de algo tan masticado y
tan viejo como el boom es omitir el nombre sagrado de Felisberto Hernández y
esa nouvelle hermosa, Las hortensias, tan
buñuelianas como lo fue Tristana, como lo podría haber sido
Frida Kahlo, recreada por el propio Luis Buñuel. En fin, cada quien sus
fetiches.
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