Por Daniel Muchnik
Dos cuestiones salen a la superficie, la económica y la
política del Gobierno y a partir de allí las opiniones se dividen, entran en
contradicciones, no se ponen de acuerdo. Pero a esta altura del 2017 la verdad
prima sobre la fantasía.
Crecimiento como esperaban en Casa de Gobierno no habrá, la
inflación no se termina de desinflar, el déficit comercial es significativo, la
presión impositiva y las cargas sociales resultan insoportables para las
empresas y las personas, el tipo de cambio no es redituable, el consumo ha
caído un 50% en el reciente período, bajan persianas de negocios porque están
atenazados entre los altos alquileres y la falta de clientes.
¿Pero aparecen todos estos fenómenos de golpe?, ¿no se
venían arrastrando acaso desde el año pasado? El coro de cuestionamientos se
agranda. ¿Algunos creen que la problemática política es más importante que la
económica? Es muy probable que los observadores hayan dejado pasar casi dos
semestres y medio antes de emitir juicio.
Todo indica que no hayan querido tirar leña al fuego para no
dañar la imagen de un gobierno que recibió una herencia complejísima, una
economía hecha pedazos, una grieta ideológica nunca vista desde la llegada de
la democracia y un aislamiento preocupante frente al mundo. Y que conserva el
50% de adhesión social. Evitar que la estantería se caiga. Tirar todos los
botes posibles frente a la posibilidad de un naufragio.
Muchos consideraban que no había opción, que se debía dejar
hacer. Otras opciones pertenecían a la oscuridad, eran ‘peligrosas’. Aunque se supiera que 1 cada tres argentinos es
absolutamente pobre y propuestas de solución
no existen ni en el corto ni en el mediano plazo.
Estamos al borde de la mitad del 2017 y el Centro de
Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano afirma que
la inflación acumulada ya se devoró la devaluación del 40% de diciembre de
2015, mientras el atraso cambiario viene acumulando un 27%.
Ese atraso tiene una explicación, porque es parte de una
estrategia. El Gobierno respaldó al Banco Central quien hizo lo posible para
que los bienes comercializables no incidieran en una mayor inflación. Fue una
decisión, una guía frente a un año de elecciones legislativas donde el Gobierno
quiere seguir ganando, frente a una oposición por el momento catatónica pero
que tal vez quizás, pueda iluminarse de pronto y atacar con ímpetu.
El Gobierno sólo busca frenar una inflación pero lo hace a
un costo peligroso que es el atraso cambiario reflejado en una baja de la
rentabilidad exportadora, porque los costos crecen interiormente más allá de
cualquier pretensión en contrario. El esquema del Banco Central es que a través
de la oferta y la demanda de divisas se fije el tipo de cambio oficial. En
2016, según el CENE los envíos al exterior de calzado descendió un 33,3%, los
textiles un 23,4%, el papel 14% y los productos regionales entre el 13 y el
18%. Pero hay otra corriente en contra que se suma, que son las importaciones
que han permitido las autoridades.
Los registros de la Unión Industrial demuestran que en los
meses anteriores el 40 por ciento de la estructura industrial estaba parada.
Ciertos indicadores muestran una cierta mejora, pero para nada estruendosa.
Nadie quiere tirar papel picado.
En el pasado, otros modelos económicos llevaron a un atraso
del tipo de cambio real. No terminaron bien. Por el contrario; trajeron
repercusiones que agrandaron la problemática de la estructura productiva. El
valor del dólar muestra si sobran o faltan los papeles verdes a disposición. Un
tipo de cambio competitivo pone de pie al país, mejora la productividad y atrae
a la inversión. Esa maniobra hay que integrarla con otras para alcanzar el
respiro que la producción necesita. De lo contrario surgen innumerables
problemas, y se suma la acumulación de deuda externa (tanto privada como
pública).
Siguiendo la acción del Gobierno llegaremos a las elecciones
sólo con una pierna y rengueando, procurando rogar que no crezca el atraso.
El país está desde comienzos de 2016 pendiente de las
inversiones externas y apostó a ello. Pero no vienen, como se hubiera deseado.
Pesan factores políticos (la protesta social, la falta de concordia, las
demandas que no cesan), de infraestructura, de estabilidad legal, de
comunicaciones. El costo del transporte es fatal, carísimo. Lo dicen y repiten
quienes deben remitir su producción desde el interior provinciano a los puertos
para su remisión al exterior. La ausencia de rutas o la existencia de rutas
precarias se van sumando al déficit real. Sí llegan las inversiones
financieras, las especulativas que hoy están y mañana se van tan rápido como
desembarcaron.
La estrategia del Gobierno repercute en el comercio
exterior.
La suba del superávit de la colocación externa de productos
primarios que volvió a crecer tras años seguidos de derrumbe han cubierto el
déficit del área industrial. Más: el agro lo superó en un 13,5 por ciento. Se
conocen otras situaciones que le pegaron al sector industrial y fue la
reducción de los precios internacionales.
Aún nos falta ver y presenciar novedades en los próximos
meses. El viaje a China del presidente Macri llena de esperanzas al Gobierno
por los acuerdos que se puedan firmar. Luego vendrá la etapa parlamentaria que
le tocará analizar, discutir y proponer avales o cuestionamientos, a tener en
cuenta.
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