Por Ernesto Tenembaum
A principios de abril, Joasley Batista se preguntaba, en su
mansión del barrio más exquisito de San Pablo, cómo fue que su vida había
terminado así. Batista acababa de decidir que se transformaría en un entregador
para no ir preso y un entregador es, siempre, un miserable.
En un tono más bien neutro, o al menos eso es lo que cuenta
la revista Época, rumiaba: "Es
raro. Yo siempre creí que el crimen organizado estaba vinculado a asaltantes de
bancos, ladrones de ganado, gente armada en las calles". Empezó a percibir
problemas cuando supo que la ley del arrepentido consideraba un delincuente a
cualquiera que hubiera sobornado funcionarios públicos para comprar leyes.
Además, Joasley ya había visto como un hombre parecido a él, el zar de la obra
pública, Marcelo Odebrecht, pasaba sus días preso. Así es como se puso a
disposición. Esa decisión es la que ha colocado a Michel Temer al borde de la
renuncia.
Más allá de cómo se defina la crisis, es muy difícil negar
que esos dos apellidos -Odebrecht y Batista- ingresarán de manera ominosa en
los libros de historia latinoamericana. Ninguno de los dos es político. El
sesgo ideológico de ambos es irrelevante, ya que han sobornado a izquierdistas
y derechistas: sus valijas cruzaban la grieta de lado a lado. Odebrecht y
Batista son los nombres propios que identifican a dos de las familias de
empresarios más poderosas de América latina. Los dos son delincuentes confesos.
Recibieron millones de dólares en créditos del Estado.
Derivaron gran parte de ese dinero a sobornar políticos y financiar campañas a
cambio de favores. Basta seguir esta saga para concluir que la idea de que la
culpa de todo es de los políticos, al menos, merece ser matizada: en la
dinámica destructiva que afecta al continente, su cultura empresaria ha jugado
también un rol. En Brasil, a esto lo llaman "el sistema de gobernabilidad
corrupto". En idiomas más primermundistas se aplica el término ‘governance’.
Desde que, en los 90, la corrupción pasó a ser uno de los
hechos malditos en la Argentina y en Brasil, la coartada de políticos y
empresarios fue sencilla: echarle la culpa al otro. Los empresarios sostenían
que solo podían crecer si se adaptaban al clima ético que se establecía desde
el Estado: sobrevivían solo los que coimeaban, los que repartían valijas. Los
políticos, por su parte, argumentaban que es muy difícil no quedar presos de un
sistema empresarial que destina millones a financiar carreras de los funcionarios
más dóciles, que entonces corren con enorme ventaja porque tienen quién les
pague las campañas, entre otras cosas. La crisis brasileña expone de manera muy
cruda que cualquiera de los dos enfoques es reduccionista. Nadie discutiría la
culpa de los políticos. Pero es extraño, o quizá no tanto, que el fervor del
debate decaiga cuando apunta a los empresarios.
Hace dos meses, el frigorífico JBS, cuyo dueño es Batista y
que creció exponencialmente en el período petista gracias a los créditos del BNDES,
fue el protagonista de una noticia mundial: la Justicia brasileña decidió
realizar 28 allanamientos contra distintas sedes y domicilios privados de sus
ejecutivos, al detectar que la empresa sobornaba a funcionarios para que le
permitieran distribuir carne procesada sin el adecuado control sanitario. En
este sentido, la tropa de Batista se diferencia solo por cuestiones de estilo
de la que responde al Chapo Guzmán en Sinaloa. Su gente sobornó funcionarios
para distribuir carne en mal estado consumida por familias. Algunas
investigaciones sostienen que ese producto estaba tratado con productos
cancerígenos. ¿Qué otro dato hay que agregar para concluir que los valores que
guian a su empresa son estremecedores? Mientras hacía estas cosas, Batista era
recibido como una eminencia en los foros empresarios: la plata, se sabe, compra
cualquier cosa. Todo un triunfador, nada que ver con un cuatrero o un pirata
del asfalto.
Si Lula quería llegar al poder y transformar el Brasil,
debía aliarse con el PMDB, y aceptar todas sus prácticas corruptas, y admitir a
un personaje como Temer en la vicepresidencia del Brasil. ¿Era el único camino?
¿Valía la pena recorrerlo? ¿En qué momento ocurrió que, de la resolución de ese
dilema en favor del pragmatismo, se derivó en un aceitado sistema de corrupción
donde cientos de millones iban de las empresas privadas a las arcas del PT? Si
Odebrecht quería seguir construyendo obra pública, no tenía otro remedio que
sobornar a los presidentes latinoamericanos. ¿No podía denunciar lo que
ocurría? ¿No se le ocurría que todo ese dinero podía ir hacia otro destino? Así
las cosas, los unos y los otros pasan a formar parte de un entramado donde es
muy difícil determinar quién y dónde empezó todo, una vez que el soborno, la
coima, se extiende por todos lados.
Governance, le dicen.
Gobernabilidad.
La tragedia de Once es un ejemplo argentino tan doloroso
como didáctico para entender esto. La Justicia dictaminó que eso ocurrió porque
hubo complicidad entre los empresarios de transporte más poderosos del país con
los funcionarios del área que debía controlarlos. Mientras los unos vaciaban la
empresa, los otros les perdonaban la falta de inversión y seguían derivándole
subsidios. Ignoraban, así, las advertencias sobre la inminencia del desastre. Están
todos condenados. ¿Quién era más culpable? ¿Cirigliano o Jaime? ¿Odebrecht o
Lula? ¿Batista o Temer?
Una de las mejores notas publicadas sobre el escándalo de
los Panamá Papers fue firmada por Hugo Alconada Mon y detallaba cómo los
principales empresarios del país aparecían en cuentas off shore. ¿Algún
político los obligó a eso? ¿Es la inestabilidad argentina la que obliga a los
empresarios a fugar dinero, o la conducta fugadora de los empresarios es la que
produce la inestabilidad? ¿El huevo o la gallina?
En estos días, el mundo político, económico y periodístico
argentino espera en tensión los cien nombres de las personas que, según el
imperio Odebrecht, habrían recibido sobornos en la Argentina. Mientras tanto,
es muy natural formular una pregunta obvia: ¿el escándalo estalla en Brasil
porque allá son más ladrones? ¿O estalla allí porque la Justicia va a fondo?
¿Es un defecto la crisis de su sistema o una virtud la caída de la impunidad?
Por alguna razón, a ninguno de los sectores políticos mayoritarios argentinos
se los ve muy interesado en aprobar una batería de leyes como la que Dilma
Rousseff mandó al Parlamento, y luego de la cual se gatilló la cadena de
confesiones. Los cien nombres serán una anécdota muy jugosa, pero apenas eso,
si no sirven para cambiar el criterio de gobernabilidad que, en nuestros
países, se parece demasiado a la mafia.
Otro de los elementos de la crisis brasileña que contradice
el discurso dominante del sector empresario se refiere a la solución fiscalista
de los problemas actuales tanto de Brasil como de la Argentina. A decir verdad,
el actual ajuste en Brasil se inaugura con el segundo mandato de Dilma. Los
resultados fueron demoledores tanto en términos políticos como económicos.
Desde entonces, la economía cayó vertiginosamente y el Gobierno perdió su base
de apoyo. No se solucionó ningún problema con el ajuste: se acentuaron todos.
Cuando se produjo la destitución de Dilma, muchos de los analistas que suelen
expresar el deseo de 'los mercados' celebraron la inminente solución a la crisis brasileña: el
ajuste se profundizaría y, entonces, la economía despegaría. Sucedió lo
contrario: se hundió de nuevo y así termina Temer. La receta del 'ajuste' o del 'shock', que tan fácil se
recomienda desde los sectores del poder económico,
no suele tener los resultados deseados y, en cambio, puede destruir gobiernos:
los brasileños ya lo saben, aunque persisten en el error, y los gobernantes
argentinos epiezan a leer con mayor agudeza los desastres que provocan los
fanáticos del ajuste.
Mientras tanto, América latina anda a los tumbos, entre
otras razones, por la existencia de una clase empresaria venal y oportunista
que, como lo hizo el frigorífico de Batista, hace una diferencia enorme en las
épocas de vacas gordas, y provoca destrozos cuando los tiempos empeoran.
Mientras tanto, creen que el delito solo está vinculado a los ladrones de
ganado y a los asaltantes de bancos.
Hasta que un día cambia todo.
Lo maravilloso de la vida es justamente eso: que te da
sorpresas.
Aunque siempre hay diferencias. Probablemente, Michel Temer
termine preso. Batista ya huyó y está cómodamente instalado en su departamento
en Manhattan, exactamente frente al magnífico Museum of Modern Arts. Como se
sabe, la carne es débil.
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