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sábado, 8 de abril de 2017

UN NUEVO MACRI / Versión halcón

El Presidente y ciertos funcionarios se pusieron más duros 
tras el 1A y el paro. Razones y efectos.

Por Roberto García
Triunfo de halcones en el Gobierno, de halconcitos y, para no saltear el cupo, de las rapaces hembras voladoras que los acompañan y carecen de denominación en el diccionario (falta el femenino de halcón, un derecho a reivindicar por organizaciones ad hoc). Esa victoria animal se repite en el sindicalismo y en su mundo paralelo: ganan las aves depredadoras del mismo nombre que habitan en la CGT e inmediaciones, sucumben los colombófilos, al menos en la consideración política universal que suele dividir a los grupos de poder entre halcones o palomas, duros o blandos, combativos o complacientes.

Del lado oficial, el disimulado jefe de los halcones, Mauricio Macri, demanda más convicción al gabinete, preside un discurso agresivo y reclutó a los primeros voluntarios: María Eugenia Vidal –convertida en Juana de Arco contra los docentes–, Jorge Triaca (al litigar con los huelguistas) y el nuevo Marcos Peña de saco, corbata y barba de peluquería que, al menos en la vestimenta, simula ser lo que no fue durante un año y pico. Otro hombre. También, por razones funcionales al cargo, se anotó Patricia Bullrich –siempre dispuesta a cualquier tiroteo–, quien de la oratoria belicosa pasó a repartir un manual para dispersar alborotos que se le apolillaba en el desván. Le sacó el polvo hace dos días al disolver por la fuerza un par de piquetes durante la huelga. Gente de reflejos veloces y mejor información, acompañando a un mandatario encolerizado, de agravio fácil y ejecuciones inmediatas: no menos de seis decretos de necesidad y urgencia (y de índole social en su mayoría) se despliegan en su escritorio, fruto de la pluma controversial y craneoteca de Fabián Rodríguez Simón, amablemente conocido como Pepín, quien va a misa con Carrió y a la procesión con Macri.

Como las palabras y los insultos no alcanzan para obligar a que funcione el Congreso antes de las elecciones (sólo hay previstas cuatro o cinco sesiones y con el índice hacia abajo de la oposición), se elaboran proyectos mínimos de fácil aprobación –algunos rescatados de Massa– como el repudio democrático a la antidemocracia de Maduro, que dejaría en minoría al kirchnerismo.

En su afirmación personal, Macri encabeza la bandada de halcones. Estrategia que condena a las palomas a un rincón de la guarida, donde hasta se excluyen en silencio: Horacio Rodríguez Larreta, temeroso de que los incidentes callejeros (y sus derivaciones violentas) le enturbien la campaña electoral en la Ciudad; Emilio Monzó (considerado fuera de Cambiemos por más de un ministro, debido a su propósito de acercar al Gobierno a parte del peronismo) y Carolina Stanley, reconocida como potencial candidata en la Provincia pero en baja en la cúpula por su amplia generosidad con las organizaciones sociales, sea por la entrega de planes o de subsidios, proclive a ceder fondos públicos a cualquier timbreo de estos grupos. Quizás recuerdo de alguna tarea cuando era más joven.

Grieta interna. Con estos ejemplos, usando el lenguaje común de la época, también dentro del Gobierno hay una grieta expresada entre halcones y palomas. Como en la CGT, aunque aquí son más nítidas las fracturas internas: ni la convocatoria al paro nacional pudo esconderlas. Hubo avances de halcones y halconcitos, retrocedieron las palomas, los clásicos Gordos o no menos clásicos Moyano y Barrionuevo, el mismo triunvirato corta duración de Acuña, Daer y Schmid. Desde el año pasado se protegían con una huelga sin fecha, hasta que en la última y rumbosa movilización otros núcleos les arrancaron un compromiso cierto. Privilegio a cobrar por adoradores de Cristina, metalúrgicos de Caló y Gutiérrez, Palazzo de bancarios, Viviani de taxis y, sobre todo, el influyente Santa María de porteros, hoy un sol que atrae a gremios menores. Algunos sueñan con la osada quimera de convertirse en el Ubaldini de estos tiempos, incluso hasta un tal Frigerio, de filiación cervecera, aspira a ser uno que valga por tres.

Estos afanes de poder requieren de más adhesiones. Por ejemplo, la presencia alterna de la CTA, quizás el bloque más complicado en la negociación salarial con el Gobierno, o una izquierda beligerante (PO y otras yerbas) que renueva, aburridamente, su vocación anual de observar las condiciones objetivas para la revolución. Por ahora, sólo piquetes. A ese conjunto se suma el ingreso a la propia sede de Azopardo de sectores no tradicionales del trabajo. Tanto que hasta algunos cuestionan si realmente se dedican al trabajo. Son grupos sociales como el papal de Grabois, quien encendió la protesta y el día del paro se marginó con ausencia cristiana, quizás advertido por alguien celestial disconforme con su nuevo y abrupto protagonismo. O el de Pérsico, quien descubrió las ventajas de la succión a la burguesía en lugar de destruirla como vociferaba en el pasado, tanto que en un ejercicio de vanidad masculina y aprovechamiento de género acaba de decir que él vive de su última mujer, una profesional exitosa y solidaria que también solventa en apariencia buena parte de los diez hijos que el dirigente tuvo en experiencias anteriores. Imaginativa declaración que ni siquiera se atrevió a formular algún Gordo próspero en los últimos cincuenta años.

Como en el Gobierno también le achacan ciertas habilidades para obtener fondos de la maravillosa caja de Stanley – se suele decir que los piquetes ella los dispersa siempre con 6 mil nuevos planes–, al igual que antes le extraía a la dadivosa Cristina, habrá que reconocerle al barbado Pérsico un talento particular que envidiaría el propio Casanova. Para no caer en otras comparaciones más deleznables.

Hubo un cinismo común de Gobierno y sindicalistas el día del paro: se reclamaron un diálogo entre sí. La CGT, absurda, en su catálogo defendió los subsidios y privilegios de la discutible industria de Tierra del Fuego, dominada por quien Macri denomina su hermano, el empresario Nicolás Caputo, y Rubén Chernajovsky, al que Daniel Scioli también considera fraternalmente. Insólita parece otra demanda: piden que suba el dólar, cuando esa medida significa baja de salarios.

Poco entendibles sus argumentos, como la imputación de mafiosos que el Presidente despachó contra sindicalistas que, quizás, han sido los más afines con su gestión en la Municipalidad y que, además, lo acompañaron para vencer en las urnas al kirchnerismo. Antes no objetaba a Moyano, un ejemplo, ni a los gremialistas que en general no le han hecho paros. Sí es frecuente reconocer que designó en Salud a Jorge Lemus por su capacidad para negociar con el sindicalismo del rubro.

Raro y tardío el comportamiento, a menos que las encuestas justifiquen esas expresiones o que se hinchó de gracia por salir de cierta depresión luego de la inesperada marcha a su favor del 1AUn anabólico para el halcón que aprende el arte de la cetrería.

© Perfil

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