El Presidente y
ciertos funcionarios se pusieron más duros
tras el 1A y el paro. Razones y
efectos.
Por Roberto García |
Triunfo de halcones en el Gobierno, de halconcitos y, para no saltear el
cupo, de las rapaces hembras voladoras que los acompañan y carecen de
denominación en el diccionario (falta el femenino de halcón, un derecho a
reivindicar por organizaciones ad hoc). Esa victoria animal se repite en el
sindicalismo y en su mundo paralelo: ganan las aves depredadoras del mismo
nombre que habitan en la CGT e inmediaciones, sucumben los
colombófilos, al menos en la consideración política universal que suele dividir
a los grupos de poder entre halcones o palomas, duros o blandos, combativos
o complacientes.
Del lado oficial, el disimulado jefe de los halcones, Mauricio
Macri, demanda más convicción al gabinete, preside un discurso
agresivo y reclutó a los primeros voluntarios: María
Eugenia Vidal –convertida en Juana de Arco contra los
docentes–, Jorge Triaca (al litigar con los
huelguistas) y el nuevo Marcos
Peña de saco, corbata y barba de peluquería que, al menos
en la vestimenta, simula ser lo que no fue durante un año y pico. Otro hombre.
También, por razones funcionales al cargo, se anotó Patricia
Bullrich –siempre dispuesta a cualquier tiroteo–, quien de
la oratoria belicosa pasó a repartir un manual para dispersar alborotos que se
le apolillaba en el desván. Le sacó el polvo hace dos días al disolver por la
fuerza un par de piquetes durante la huelga. Gente de reflejos veloces y mejor
información, acompañando a un mandatario encolerizado, de agravio fácil y
ejecuciones inmediatas: no menos de seis decretos de necesidad y urgencia (y de
índole social en su mayoría) se despliegan en su escritorio, fruto de la pluma
controversial y craneoteca de Fabián Rodríguez Simón, amablemente conocido como
Pepín, quien va a misa con Carrió y a la procesión con Macri.
Como las palabras y los insultos no alcanzan para obligar a que funcione
el Congreso antes de las elecciones (sólo hay previstas cuatro o cinco sesiones
y con el índice hacia abajo de la oposición), se elaboran proyectos
mínimos de fácil aprobación –algunos rescatados de Massa– como el
repudio democrático a la antidemocracia de Maduro, que dejaría en
minoría al kirchnerismo.
En su afirmación personal, Macri encabeza la bandada de
halcones. Estrategia que condena a las palomas a un rincón de la
guarida, donde hasta se excluyen en silencio: Horacio Rodríguez Larreta, temeroso de
que los incidentes callejeros (y sus derivaciones violentas) le enturbien la
campaña electoral en la Ciudad; Emilio
Monzó (considerado fuera de Cambiemos por más de un
ministro, debido a su propósito de acercar al Gobierno a parte del peronismo) y Carolina
Stanley, reconocida como potencial candidata en la Provincia
pero en baja en la cúpula por su amplia generosidad con las organizaciones
sociales, sea por la entrega de planes o de subsidios, proclive a ceder fondos
públicos a cualquier timbreo de estos grupos. Quizás recuerdo de alguna tarea
cuando era más joven.
Grieta interna. Con estos ejemplos, usando el lenguaje común de la
época, también dentro del Gobierno hay una grieta expresada entre
halcones y palomas. Como en la CGT, aunque aquí son más nítidas las
fracturas internas: ni la convocatoria al paro nacional pudo
esconderlas. Hubo avances de halcones y halconcitos, retrocedieron las palomas,
los clásicos Gordos o no menos clásicos Moyano y Barrionuevo, el mismo
triunvirato corta duración de Acuña, Daer y Schmid. Desde el año pasado se
protegían con una huelga sin fecha, hasta que en la última y rumbosa
movilización otros núcleos les arrancaron un compromiso cierto. Privilegio a
cobrar por adoradores de Cristina, metalúrgicos de Caló y Gutiérrez, Palazzo de
bancarios, Viviani de taxis y, sobre todo, el influyente Santa María de
porteros, hoy un sol que atrae a gremios menores. Algunos sueñan con la osada
quimera de convertirse en el Ubaldini de estos tiempos, incluso hasta un tal
Frigerio, de filiación cervecera, aspira a ser uno que valga por tres.
Estos afanes de poder requieren de más adhesiones. Por ejemplo, la
presencia alterna de la CTA, quizás el bloque más complicado en la negociación
salarial con el Gobierno, o una izquierda beligerante (PO y otras yerbas) que
renueva, aburridamente, su vocación anual de observar las condiciones objetivas
para la revolución. Por ahora, sólo piquetes. A ese
conjunto se suma el ingreso a la propia sede de Azopardo de sectores no
tradicionales del trabajo. Tanto que hasta algunos cuestionan si realmente se
dedican al trabajo. Son grupos sociales como el papal de Grabois, quien
encendió la protesta y el día del paro se marginó con ausencia cristiana,
quizás advertido por alguien celestial disconforme con su nuevo y abrupto
protagonismo. O el de Pérsico, quien descubrió las ventajas de la succión a la
burguesía en lugar de destruirla como vociferaba en el pasado, tanto que en un
ejercicio de vanidad masculina y aprovechamiento de género acaba de decir que
él vive de su última mujer, una profesional exitosa y solidaria que también
solventa en apariencia buena parte de los diez hijos que el dirigente tuvo en
experiencias anteriores. Imaginativa declaración que ni siquiera se atrevió a
formular algún Gordo próspero en los últimos cincuenta años.
Como en el Gobierno también le achacan ciertas habilidades para obtener
fondos de la maravillosa caja de Stanley – se suele decir que los
piquetes ella los dispersa siempre con 6 mil nuevos planes–, al igual que
antes le extraía a la dadivosa Cristina, habrá que reconocerle al barbado
Pérsico un talento particular que envidiaría el propio Casanova. Para no caer
en otras comparaciones más deleznables.
Hubo un cinismo común de Gobierno y sindicalistas el día del paro:
se reclamaron un diálogo entre sí. La CGT, absurda, en su catálogo defendió los
subsidios y privilegios de la discutible industria de Tierra del Fuego,
dominada por quien Macri denomina su hermano, el empresario Nicolás Caputo, y
Rubén Chernajovsky, al que Daniel Scioli también considera fraternalmente.
Insólita parece otra demanda: piden que suba el dólar, cuando esa medida
significa baja de salarios.
Poco entendibles sus argumentos, como la imputación de mafiosos que el
Presidente despachó contra sindicalistas que, quizás, han sido los más afines
con su gestión en la Municipalidad y que, además, lo acompañaron para vencer en
las urnas al kirchnerismo. Antes no objetaba a Moyano, un ejemplo, ni a los
gremialistas que en general no le han hecho paros. Sí es frecuente reconocer
que designó en Salud a Jorge Lemus por su capacidad para
negociar con el sindicalismo del rubro.
Raro y tardío el comportamiento, a menos que las encuestas justifiquen
esas expresiones o que se hinchó de gracia por salir de cierta depresión luego
de la inesperada marcha a su favor del 1A. Un
anabólico para el halcón que aprende el arte de la cetrería.
© Perfil
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