Por Carlos Ares (*) |
El mundo se derrumba y nosotros nos desamoramos. Ni siquiera
podemos armar una primera cita social para conocernos mejor. Mientras el
gordito coreano se baja los pantalones para que le vean el misil y el John
Wayne tardío, de pelo color maíz, le muestra el culo, acá un par de idiotas
soplan el fuego dialéctico de una “guerra civil” para calentar el invierno
político al que han sido arrojados por la historia. En esa estamos. Así nos va.
El ruido de fondo del universo cotidiano irrita y aturde. La
conversación pública se vuelve insincera, deshonesta, cínica, impúdica, descarada.
Está saturada de sarcasmos, ironías, denuncias, prejuicios, rencores traperos y
discursos que tienen como único fin, en última instancia, salvarse, zafar,
acusar, hacer responsable a otro. A cualquiera. A algún otro. La convivencia
revienta violentamente por los cuatro costados. En las palabras, en los puños,
en las calles, en los estadios de fútbol, en el Parlamento.
El círculo rojo del poder –sindicalistas corruptos, jueces
cómplices, políticos deshonestos, empresarios sátrapas–, servilmente atendido y
encubierto por burócratas refugiados en el Estado, se bebe la sangre de los que
desde hace, ¿cuánto?, son exprimidos hasta la última gota con la promesa de
cerrar y cicatrizar heridas que siguen abiertas. Entre todos montaron un
frigorífico en el que se descuartiza y se trozan a dentelladas las buenas
intenciones de las nuevas generaciones que entran al matadero.
El derrame inútil de energías limpias, sanas, esperanzadas,
no renovables, parece imparable. Es una hemorragia de humanidad en la que
algunos medios y periodistas hunden sus propios dientes a lo largo de cada día.
La esperada calma de la noche se altera en las pantallas y en los portales, se
vuelve intratable, regurgita miserias del pasado, vomita autoritarismo, libera
sus animales salvajes, sus Feinmann, sus Etchecopar, sus Navarro, sus perros
rabiosos.
Si fuera posible
hacer una revisión conjunta y sincera, en lo único que podríamos coincidir hoy
es en que nos odiamos ferozmente, con ganas, con saña, con placer, sedientos de
más.A veces, sin saber siquiera a qué bando pertenecemos ahora. ¿Qué o quién
nos libra de todo mal, de toda responsabilidad en lo que pasa? ¿Hay un arriba y
un abajo, una izquierda y una derecha, en esta inmensa bola de miseria que
desciende desde la altura de un pasado mítico que nunca fue como nos lo
contaron y nos arrolla como un alud? ¿Alguien se salva?
Es probable que sí. Desprendido de su propio ego, cualquiera
también podría dar nombres de dirigentes admirables por su honestidad en la
defensa de sus convicciones. En un sentido más amplio, nadie niega la
invalorable acción solidaria de organizaciones y personas que atienden
necesidades básicas de miles de pibes y familias necesitadas. Esto es entonces
lo que, si bien se mira, de verdad subleva. La vitalidad y el empeño que
ponemos en la autodestrucción. ¡Con lo que cuesta construir! O, como canta el
Indio Solari: “Con lo que cuesta armar un full, armar algún puto full, y
jugarlo en este paño, Dios!”.
Somos como un formidable equipo de rugby que se abraza y
canta el Himno Nacional Argentino hasta las lágrimas. Una cantidad cada vez más
impresionante de grasa cultural, de matones, de músculos y venas inflamadas, de
piernas duras, incapaces de avanzar dos pasos seguidos hacia el otro, un coro
de fieras que repite arengas y consignas antes de salir y embestir contra,
¿quiénes? Hartos de comer mierda, confundidos por los discursos contradictorios
y extremos, acabamos chocando, amenazando, volteándonos entre nosotros.
¿Qué se hace con los
restos de la maledicencia que queda, impregna la lengua y no sale ni aun cuando
se raspe con el revés del cepillo? La que va dejando al correr de los años. Un
sarro, un mal aliento, un remanente de gritos sin destino, de deseos que se
ahogan ypudren en la garganta. Si callar enferma y hablar hiere, tal vez sea
hora de pensar en el gesto inesperado y sincero que dice sin palabras. La
solución de la bolsa de basura arrojada al otro lado no sirve. En este círculo
sanguinario, así como va, vuelve.
(*) Periodista
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