Por Fernando Savater |
Tras la festiva
entrega etarra de armas en Bayona, euskoequivalente del “¡puños fuera!” del
inolvidable Mazinger Z, se han producido efectos dispépticos imprevistos. El New York Times se despacha con un editorial según
el cual los vascos, cuyas cultura y lengua fueron maltratadas por Franco, han
luchado desde entonces con las armas por la independencia.
El NYT no menciona los 40 años de democracia, la
autonomía vasca y el casi ininterrumpido gobierno del PNV durante todo este
tiempo: se limita a decir que los insurgentes tuvieron finalmente por fuerza
mayor que deponer sus armas —nunca se los califica de terroristas—, pero
advierte que si Madrid sigue empeñado en que la Constitución niega el derecho
de secesión unilateral (¡un capricho madrileño!) y limita los derechos
políticos del martirizado Otegi, las hostilidades pueden reanudarse. Y
preocupado por lo mismo está Jonathan Powell, uno de nuestros “artesanos de la
paz” con más trienios, que califica de “locura” la reacción hosca del Gobierno
de Rajoy ante el desarme (por lo visto esperaba fuegos artificiales en La
Moncloa) y recuerda a John Carlin una palabra española intraducible (según él)
y olvidada: “crispación”. Sin vergüenza.
Tras el Aberri
Eguna también hubo sorpresas. Ortuzar pide una cosoberanía como la propuesta a
Gibraltar, que en el caso vasco supongo que sería hispano-francesa en vez de
hispano-británica: pues no veo las ventajas sobre lo existente.
Mejor estuvo Nagua
Alba, líder vasca de Podemos, en un diálogo con Bernardo Atxaga sobre la idea
de patria. Alba dijo que es la ciudadanía la que construye la patria, que debe
ser “abierta”. Y añadió: “La patria es plural y diversa, no se limita a una
identidad nacional sino que las incluye a todas”. ¡Bravo! Una ciudadanía común
que alberga todas las identidades: ¡eso es España! A ver si logra
convencerles...
© El País (España)
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