A 79 años de la
muerte de César Vallejo
y en el centenario de Los heraldos negros
César Vallejo, el poeta trascendente de la esencia humana. |
Por Nelson Francisco
Muloni
Entre 1917 y 1918, César Vallejo escribe unos 69 poemas que
reunirá en Los heraldos negros y que
marcarán todo el inmenso camino de su eterna y universal poesía. Los matices de
una obra a otra no ocultarán el profundo sentimiento que envuelve al poeta, que
va de su nostálgica alegría a una pesadumbre que ahonda en un sentimiento de
culpabilidad que no lo abandonará hasta su muerte.
Este 15 de abril se cumplirán 79 años de la muerte del poeta
peruano César Vallejo y 100 desde que inició Los heraldos negros que serían publicados en Lima en una edición
sin nombre del editor.
En una carta dirigida a su amigo Oscar Imaña, Vallejo ya
hace notar la desesperanza que lo sobrecoge y la incertidumbre del mañana,
sentimientos que volcará, ineludiblemente, en su poemario y en toda su obra
posterior:
Sueños familiares,
conocidos hay en la casa. Pobres, que duerman. Hombres y mujeres. O que
hagan…lo que se les venga en gana. En la vida despierta, se sufre mucho.
Pobres…
Hay una cuerda
tendida. Tendida hacia la noche de mañana. Y vibra intensamente.
Es que las tragedias humanas que sobrevienen a cada paso,
golpean al poeta tan hondamente que despiertan en él una intensa solidaridad
por el hombre: “el hombre…Pobre…pobre”.
El sufrimiento humano no le es ajeno y lo hunde, permanentemente, en esa
pesadumbre que será el rostro de su poesía, siempre trascendental.
Vallejo se siente unido a las víctimas de las tragedias, de
los sufrimientos. Hay un amor fraternal que el poeta adhiere a su piel y por
eso lo acompañará ese sentimiento de culpabilidad que “vuelve los ojos locos, y todo lo vivido/ se empoza, como charco de
culpa, en la mirada.”
Los más necesitados del mundo, entonces, alientan en Vallejo
una intensa solidaridad que en Los heraldos negros, también se convertirá en
rebeldía y en un duro cuestionamiento a los poderosos y privilegiados. El poeta
quiere ser justo al criticar, pero no desea establecer esa justicia a través
del castigo aunque siente la necesidad de despojar a los privilegiados de lo
que tienen como producto del sometimiento de los desposeídos, de los
sufrientes.
Vallejo siente los “golpes
sangrientos” que da la vida, aunque encuentra, apenas, un remanso en “las crepitaciones de algún pan…”. A
pesar de tanta desdicha, el poeta cree en la unión colectiva para sobrellevar
el inmenso dolor. Pero sabe que nadie es inmune al dolor. Pero el dolor también
es individual y, cada tanto, regresan la nostalgia por el pasado indígena (su
gente), el recuerdo de sus padres y la imagen del amor ido: “Dónde estarán sus manos que en actitud
contrita/ planchaban en las tardes blancuras por venir, / ahora, en esta lluvia
que me quita/ las ganas de vivir”.
César Vallejo, el gran poeta peruano de trascendencia
universal, ha muerto hace 79 años. Su poesía (su amor, su desolación, su
solidaridad, su dolor), le sobrevive con la contundencia de la esencia humana y
el continente de unos versos que siempre acompañarán las luchas de cada hombre,
como en el centenario Los heraldos negros.
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
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