Por Federico Lorenz (*)
El título de esta columna puede parecer redundante. Lo que
pretende, sin embargo, es proponer una vez más la necesidad del difícil
ejercicio de "separar", analíticamente, el conflicto por la soberanía
de las Islas Malvinas de las evocaciones sobre la guerra de 1982 contra Gran
Bretaña.
Se objetará que no es posible hacerlo, puesto que los
centenares de vidas truncas entonces, y las que seguimos perdiendo después
(producto del ninguneo estatal y social que agravó las secuelas de la guerra)
se deben al conflicto armado que durante 74 días mantuvieron Argentina y la
potencia ocupante de las islas desde 1833.
Sin embargo, un ejercicio de reparación histórica y de
memoria crítica debería, forzosamente, pasar por esa prueba hasta donde
pudiera. Consistiría en ubicar la guerra en el largo plazo, parte de una
historia de cinco siglos, que es la de Malvinas y el Atlántico Sur.
Se trata de incluir 74 días, y 35 años de posguerra, dentro
más de cinco centurias de un espacio sobre el que la Argentina tiene derechos
soberanos. Avanzar en esa dirección saldaría de una vez por todas, además, las
discusiones sobre lo obvio: que el desembarco fue una decisión de la dictadura cívico-militar,
explotada políticamente tanto por la Junta Militar y sus adláteres civiles como
por el gobierno conservador del Reino Unido. Que esa decisión fue tomada desde
la lógica de un gobierno terrorista que pensó la política exterior en la misma clave
que pensaba la represión interna. Encontraríamos, entonces, que como
consecuencia de esa guerra la Argentina retrocedió décadas de laboriosa
construcción diplomática y cultural.
Esta constatación no deslegitima ni las convicciones ni el
sacrificio de quienes fueron a combatir. Ni las que tenían en el momento de los
hechos, ni las formas en las que eligieron recordarlas después. Pero cada 2 de
abril, todo se mezcla.
La voluntad de homenaje, el compromiso con las vidas
arriesgadas y perdidas, pesan de un modo inexorable sobre la necesaria
reflexión sobre el país que fue a la guerra, sobre nuestros valores entonces, y
los que queremos tener hoy.
Leemos la guerra contra los británicos a través del mismo
prisma con el que nos escolarizamos generaciones de argentinos: el sacrificio
por la Patria, las guerras de Independencia, San Martín... muy lejos, cada uno
de esas ideas y símbolos, de los dictadores; tan propia de decenas de jóvenes y
sus familias atravesados por Malvinas. Pero lo cierto es que deberíamos
acercarnos a la guerra también desde el análisis de sus consecuencias.
Las secuelas bélicas, la irresponsabilidad con la que
tramitamos las consecuencias de la guerra en el plano social y político, en lo
individual y colectivo, minan la posibilidad de darnos una política exterior
que tienda a resolver el conflicto de manera eficaz y salvaguardando los
derechos soberanos argentinos.
Las discusiones acerca de cómo referirse a la guerra de
Malvinas ("gesta" o "fiasco", "manotazo de ahogado de
la dictadura" o "reivindicación nacional", por poner sólo dos
polarizaciones posibles) traban, por extensión, la imaginación para pensar una
política exterior que cumpla con el mandato constitucional de recuperación
pacífica.
Afectan también, como vimos hace poco, el respeto por un
derecho humano fundamental: la identidad. La identificación de los 123 soldados
desconocidos enterrados en Malvinas constituye, a partir de un acuerdo
humanitario en el que Argentina y Gran Bretaña, una vía para llevar a la
potencia ocupante a discutir otros temas.
El proceso de identificación no vulnera la dignidad de los
restos yacentes en Darwin, no dará publicidad a sus resultados, y cada familia
será consultada sobre su voluntad al respecto. Pero la decisión gubernamental
de avanzar en ese proceso ha recibido críticas.
El argumento de que todos sabemos quiénes los mataron, o de
que alcanza con saber que yacen en territorio nacional no quita que la sociedad
argentina y otros familiares tengan derecho a conocer, hasta donde puedan, qué
sucedió con sus hijos.
La patria por la que murieron, por otra parte, estableció
como pacto fundacional democrático, con idas y vueltas, la reparación con
verdad y justicia del pasado violento del que venimos. Una patria muy diferente
en sus valores que la que los envió a combatir.
Es difícil pensar en vuelos, en colaboración científica, en
intercambios, en soberanía atlántica, en la recuperación del archipiélago, si
no logramos pasar en limpio los acuerdos sociales acerca del procesamiento del
pasado reciente, que incluye a Malvinas debido a la guerra de 1982, aunque la
historia del archipiélago sea mucho más larga.
La historia corta, involuntariamente, nos impide tanto
pensar en largos procesos hacia el pasado y, lo que es más grave, hacia el
futuro. Así, las consecuencias de la guerra continuarán proyectándose al
presente y cada 2 de abril será una fecha en la que se refuerce la frustración,
y las Malvinas se alejen un poco más.
(*) Historiador y director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico
Sur.
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