Por Fernando Laborda
El drama de la cultura populista y clientelista que impera
en la Argentina quedó al descubierto, en los últimos días, en uno de los videos
más viralizados a través de las redes sociales. La imagen nos lleva a Jujuy,
donde una mujer de condición humilde que porta una foto de Milagro Sala es
consultada por un periodista local acerca de la situación de la hoy detenida
líder de la agrupación Tupac Amaru, condenada por instigación a la violencia y
acusada por asociación ilícita, fraude a la administración pública y extorsión.
Su respuesta provoca estupor: "Todo político roba plata. Si ella robó,
nosotros teníamos para comer. Cristina Kirchner robó a los pobres, robó al
país, pero la gente pobre tenía para comer. Hoy en día no tenemos. Tenemos que
laburar día a día para poder tener".
El testimonio de esta mujer, que se declara sorprendida por
tener que trabajar para poder comer, es una cruda radiografía que retrata la
verdadera tragedia sembrada por el populismo. En palabras del filósofo Santiago
Kovadloff, es revelador de "la profunda resignación de los sectores más
postergados de la sociedad a no tener otro destino que no pase por la
posibilidad de que una dirigencia corrupta les arroje las sobras de su comportamiento
delictivo".
Para esa dirigencia, la pobreza no es un flagelo por
resolver, sino tan sólo carne de cañón para alimentar el clientelismo político.
Y para sus víctimas, vivir de las migajas de la corrupción ha pasado a ser una
opción. El populismo parece asegurarles la posibilidad de que subsistan,
admitiendo que nunca gozarán de dignidad cívica. Su subsistencia aparece reñida
con su existencia, con la libertad y el desarrollo personal.
La tragedia del populismo también llegó a Santa Cruz, donde
asistimos a la declinación de un régimen feudal. Gobernada desde 1991 por el
kirchnerismo, la provincia, según la denuncia del diputado radical Eduardo
Costa, recibió en 25 años tres veces más fondos para obras públicas que
cualquier otro distrito. Pese a eso y a las importantes regalías petroleras,
sus gobernantes no fueron capaces de desarrollar un modelo productivo que
sustituyera a la principal industria santacruceña: la generación de empleo
público. Hoy la provincia está quebrada, el 50% de sus habitantes no tiene agua
corriente y la conflictividad social ha hecho que, en 2016, sólo hubiera
noventa días de clases, en tanto que este año ni siquiera han comenzado.
Mientras esto sucede en la emblemática provincia de los
Kirchner y en tanto las políticas populistas revelan con ferocidad su fracaso
en la Venezuela de Nicolás Maduro, miembros de agrupaciones filokirchneristas,
como Carta Abierta, Justicia Legítima o el Frente de Artistas y Trabajadores de
la Cultura, dan los primeros pasos hacia la conformación de un nuevo espacio
cuyo objetivo central será dar la "batalla cultural" contra el
gobierno de Mauricio Macri. "Resistir el proyecto neoliberal" es la
consigna de este sector.
Más allá de la estrategia de la oposición kirchnerista de presentar
a Macri como el responsable de los desaguisados propios de las políticas
populistas de los últimos años, su cuestionamiento al Gobierno da lugar a otra
pregunta: ¿Es realmente el gobierno de Macri neoliberal?
No es novedad que al presidente argentino le va mejor en el
exterior que en su propio país. Durante su reciente viaje a los Estados Unidos,
algunos medios periodísticos norteamericanos lo presentaron como el hombre que
puede cambiar la historia de una Argentina signada por el populismo y el estatismo.
Los números de la administración pública dicen otra cosa.
Según un trabajo de la Fundación Libertad y Progreso, la estructura del Estado
nacional en la gestión macrista se incrementó un 25%, empezando por el aumento
de los ministerios de 16 a 21 y la existencia de 11.124 unidades
administrativas, que han hecho que se considere al actual Gobierno una
"fábrica de ravioles", como se denomina a cada casillero del
organigrama de la administración gubernamental.
Desde que asumió en diciembre de 2015, Macri prácticamente
no ha podido reducir la planta de empleados de la administración central, los
organismos descentralizados y las instituciones de seguridad social: según
datos de la cartera laboral, apenas se habría achicado en un 0,2% en el primer
año de gestión macrista, luego de que, entre 2003 y 2015, el kirchnerismo la
llevara de 266.000 a 401.000 agentes. De acuerdo con estimaciones del
economista de FIEL, Daniel Artana, la Argentina destina nada menos que 14
puntos de su PBI al pago de salarios públicos en los niveles nacional,
provincial y municipal, incluyendo las transferencias a las universidades; se
trata de un nivel de gasto similar al de los países escandinavos, aunque con
prestaciones por parte del Estado propias de los países más subdesarrollados
del planeta.
En su primer año de gestión, el Gobierno se mostró temeroso
de reducir fuertemente el gasto público, al imaginar que esta medida podría
haber acentuado la caída de la actividad económica. No pocos analistas se
preguntan por qué, en lugar de endeudarse como lo está haciendo para financiar
un Estado ineficiente, la administración macrista no toma deuda para
reestructurar ese Estado obeso y financiar un programa de retiros que permitan
alivianar su estructura.
A pesar de que, tras asumir la presidencia del Senado,
Gabriela Michetti anunció que daría de baja 2035 designaciones hechas en la
Cámara alta por su antecesor, Amado Boudou, el Congreso de la Nación alberga
hoy a 683 empleados más que un año atrás, según un estudio del Centro para la
Apertura y el Desarrollo para América Latina (Cadal) sobre la base del
presupuesto nacional. El Poder Legislativo tiene 15.931 personas contra 15.248
en 2016. El Senado sólo posee 241 personas menos -pese a las más de 2000 bajas
anunciadas por la vicepresidenta-, mientras la Cámara de Diputados aumentó en
369 sus empleados. La Biblioteca del Congreso creció en 117 trabajadores, la
cada vez menos necesaria Imprenta los amplió en 64 y la Defensoría del Pueblo,
a pesar de carecer de titular, los subió en 170, de acuerdo con el citado
informe.
Con estos números, nadie podría tildar a Macri de
"ajustador serial", como lo ha hecho Cristina Fernández de Kirchner.
Las reformas de fondo en el Estado nunca se llevaron bien con las políticas
gradualistas. Pero el mantenimiento del actual Estado elefantiásico no es una
convicción oficial, sino el fruto de una impotencia momentánea. Al menos en eso
coinciden altos funcionarios de la Casa Rosada, quienes, descontando un triunfo
electoral, aseguran que "después de octubre, empieza un nuevo
gobierno". La lógica imperante en el Poder Ejecutivo es que, primero, hay
que ganar las elecciones legislativas de medio término para poder encarar las
reformas.
El Presidente sabe que el camino del aumento del empleo
público no le abre el porvenir, sino que lo retiene en el pasado. De cómo
resuelva Macri la contradicción entre lo que sabe y lo que hace dependerá que
la Argentina transite exitosamente el paso desde el populismo hacia una
auténtica democracia republicana. Y de que el primer mandatario halle la
fórmula para conquistar la confianza de los sectores más necesitados dependerá
que no prendan en la sociedad afirmaciones como las de Hugo Moyano, quien al referirse
al encuentro Macri-Trump, sentenció que "cuando te aplauden los de afuera,
es porque estás jodiendo a los de adentro". De la habilidad presidencial
para llegar a ese segmento de la población dependerá también que no haya más
argentinos alucinados por la cultura populista y asombrados de que se deba
trabajar para poder comer.
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