Por Gabriel Profiti |
En dos meses Mauricio Macri se habrá entrevistado con los
mandatarios de las cuatro economías más grandes del mundo y ampliará un álbum
que -en 500 días de gobierno- incluyó al menos una reunión con los rectores de
las diez naciones más influyentes y de diecisiete de los primeras veinte.
El mes próximo realizará visitas oficiales a China y Japón y
tendrá en Buenos Aires su primer encuentro con el primer ministro italiano
Paolo Gentiloni, sucesor de Matteo Renzi. En junio será anfitrión de la
canciller alemana Angela Merkel.
La Argentina presidirá el estratégico G20 en 2018 y a fin de
año será la sede de la próxima Conferencia Ministerial de la Organización
Mundial del Comercio (OMC), dos organizaciones con las que el kirchnerismo se
llevó a las patadas.
Ese protagonismo internacional levanta las acciones de un
Gobierno que todavía es escrutado por buena parte de los argentinos a partir de
razones muy concretas: las medidas económicas que permitieron amigarse con el
mundo no repercutieron fronteras adentro y en algún caso lo hicieron
negativamente.
No obstante, que todo el mundo desarrollado diga que está
haciendo bien las cosas apuntala de cara a las elecciones a un Macri cuya
popularidad ya había crecido luego de la marcha del 1A, según revelaron
distintos encuestadores.
Trump, limones y
después
La visita a Estados Unidos y el encuentro con Donald Trump
estuvieron rodeados de múltiples particularidades: se trata de un mandatario
impopular en el mundo, con una imagen declinante en su país y que a diferencia
de su antecesor Barack Obama exacerba el histórico sentimiento
antiestadounidense argentino.
Está presente también el recuerdo del alineamiento político,
militar y de modelo económico durante el gobierno de Carlos Menem, cuando
Estados Unidos regía al mundo sin rivales (ahora transcurre un escenario más
multipolar), cuya contribución al bienestar argentino fue nulo.
El viaje de Macri deberá transformar en beneficios
económicos la sintonía personal exhibida por los presidentes, pero aun así
representa un activo para el Presidente.
Se puede decir que después del inoportuno apoyo a Hillary
Clinton, la relación política está encarrilada.
"Vinimos a buscar que la agenda trazada con Obama se
cumpliera. En algún momento tuvimos miedo de que bajara todo como hizo con los
limones pero dijo que todo va a seguir y ese es el compromiso que nos
llevamos", sintetizó un funcionario argentino.
"¿Por qué es tan importante el tema de los
limones?", preguntó extrañado el secretario de Comercio estadounidense,
Wilbur Ross, a Susana Malcorra, antes de la cumbre presidencial.
"Porque es simbólico para la relación, hace muchos años
que se viene pidiendo por esto y es poco dinero pero muy importante para la
economía regional", respondió la canciller argentina.
Al día siguiente Trump mencionó el tema burlonamente durante
un contacto con la prensa y, más tarde, el propio Ross le garantizó al ministro
de la Producción, Francisco Cabrera, el franqueo al cítrico argentino.
La reapertura del mercado estadounidense a los limones
tucumanos y el apoyo de la principal potencia mundial al ingreso argentino a la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), el club de los países
más ricos del mundo, fueron los principales anuncios del viaje.
Sería más significativo que finalmente Estados Unidos vuelva
a permitir el ingreso del biodiésel argentino a su mercado.
Las ventas del biocombustible representaron el año pasado un
cuarto de las exportaciones a ese país, U$S 1.120 millones sobre un total de
4.420 millones y ahora están frenadas en análisis por una denuncia privada de
dumping.
También, que contribuya a la "lluvia" de
inversiones extranjeras en la Argentina, pero esta aspiración va a contramano
del esfuerzo del magnate por reindustrializar su país.
Hormiguero electoral
La política vernácula ya comenzó a moverse al ritmo
electoral, pese a que faltan dos meses para el cierre del plazo para la presentación
de candidaturas, cuatro meses para las PASO y seis para las elecciones
generales del 22 de octubre.
En Cambiemos, la pulseada pasa por ordenar internamente al
frente.
Hay chisporroteos entre el PRO y el radicalismo, el más
sonoro en la Ciudad de Buenos Aires, donde las autoridades locales de la UCR
respaldan a Martín Lousteau y las nacionales se encolumnan detrás de la
estrategia de Horacio Rodríguez Larreta de dejar fuera del frente a su
principal amenaza para 2019.
La paz llegará si ambos sectores mantienen algunos acuerdos
básicos de convivencia ya fijados: donde gobierna el oficialismo, ya sea
radical o macrista, el gobernante define la estrategia y al mismo tiempo debe
ser generoso con sus aliados.
Mientras, el PJ entró en estado de agitación.
La Cámpora y sectores del peronismo clásico salieron a
proponer la confección de una lista de unidad en Buenos Aires para desafiar a
un Florencio Randazzo que logró construir una base política e insiste en competir
en primarias.
Operadores del randazzismo sostienen que esa lista de unidad
no será posible y que el exministro del Interior está dispuesto a enfrentar a
cualquier rival, incluso Cristina Kirchner, quien sigue midiendo muy bien en el
Conurbano bonaerense.
En ese contexto, Sergio Massa y Margarita Stolbizer buscaron
cortar el escenario de polarización vigente entre el oficialismo y el PJ.
Presentaron conjuntamente un proyecto para eliminar el IVA
en los principales productos de la canasta básica y se espera que instalen una
agenda sobre temas irresueltos.
Las propuestas de Massa suelen ser taquilleras pero
fiscalmente dolorosas. Con algunas les fue bien y con otras no.
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