Por Gustavo González |
La gente no existe en cuanto término utilizado como sinónimo
de “todos” y con el que se pretenden análisis más o menos científicos.
En el lenguaje coloquial, puede simbolizar mucho. Pero
técnicamente dice poco. “La gente salió a defender la República”. “‘Macri,
basura, vos sos la dictadura’, coreaba la gente”. “La gente no quiere paros”.
“La gente repudió este modelo de exclusión”.
No fueron sólo títulos de los medios, son frases que se
repiten en comités, Tribunales, Parlamento, Casa Rosada. Y por supuesto en la
calle. Es uno de los problemas que tiene el lenguaje: no todos dicen lo mismo
aunque usen la misma palabra.
Gente viene del latín, gens, gentis. Algo así como familia
en sentido amplio, un linaje que emparenta a un número de personas relacionadas
por su origen (en Roma los apellidos incluían uno que era el que identificaba a
ese linaje, además del apellido de la familia directa).
Gente significa eso. La gente no es lo mismo que totalidad.
La gente no se moviliza, no apoya, no reclama, no festeja. Los que se
movilizan, apoyen, reclaman o festejan son “gens”, sectores unidos por un
“linaje”, que significa intereses, hábitos y cultura en común.
1° vs. 6 de abril. El pasado 1º de abril hubo cientos de
miles de personas que salieron a las calles para adherir a este gobierno, o
mostrar su enojo con el kirchnerismo o respaldar a una administración no
peronista para que termine su mandato.
Cinco días después, el 6, hubo cientos de miles de personas
que no fueron a trabajar porque se sienten asfixiados por la crisis, o enojados
porque juzgan que Macri jamás los beneficiará o porque creen que parando el
Gobierno cambiará.
En ambos casos se expresó la opinión de gente, argentinos,
trabajadores, etc., la cuestión es que se trata de distintos tipos de “gens”.
Todas son personas, viven en Argentina y tienen, o deberían tener, los mismos
derechos y obligaciones. Pero representan entrelazamientos de intereses
divergentes, que los llevan a posicionarse ante cada situación de manera
distinta.
Para los políticos es sencillo determinar cuáles de esas
gentes tienen la razón: serán siempre los que están de su lado. Las personas
involucradas en cada disputa solemos seguir la misma lógica: difícil que la
razón sea del otro.
Aun intentar veredictos con herramientas científicas resulta
una tarea ardua, ya que siempre intervienen personas que deben separar sus
intereses de su razón.
Quienes estudian más seriamente las corrientes sociales
hacen ese esfuerzo. Desde Marx y Weber (que hablan de clases sociales en
relación con el conflicto) y Durkheim (lo hace desde la conciliación de esas
clases) hasta hoy, se intentan definiciones que digan más que “gente” o
“pueblo”.
Son definiciones imperfectas, pero más precisas. En México,
en 2014 se definieron oficialmente seis clases sociales, desde la baja-baja
hasta la alta-alta. La Asociación Sociológica Británica contempla siete tipos,
entre los que incluye el “precariado” (proletario precarizado).
En España pos indignados describieron nueve tipos, con
categorías como “directivos y profesionales de alto nivel” o “trabajadores
autónomos no agrícolas”. El European Socioeconomic Classification (ESEC) les
suma un tipo más a esas nueve, la de los excluidos del mercado laboral.
Los medios también tenemos la obligación de hacer el
esfuerzo de no transmitir una realidad binaria en la que convive una normalidad
de gente “como uno” con una anormalidad de desquiciados. Transmitir los matices
y los intereses que encierra cada sector, intentar entender al otro, sería una
demostración de madurez para quienes andamos por la vida con la utopía de
encontrar verdades.
Basta ver cualquier día los medios que representan los
intereses de una y otra “gentis”, para entender que ambos usan los mismos
calificativos (honestos, corruptos, asesinos, eficientes), pero en sentido
inverso. La forma en que algunos medios trataron o destrataron la marcha del 1º
y el paro del 6 es un buen ejemplo de lo complejo que es tomar distancia de las
propias conveniencias.
Los ellos y los otros. Existe un sector de la sociedad, esa
mayoría que votó a Cambiemos en 2015, que sigue creyendo que el Gobierno
representa una bocanada de aire fresco y que su gestión hará crecer al país. Es
una alianza que cruza diferentes estratos sociales. En las últimas elecciones,
esa mayoría triunfó por ejemplo en todas las comunas de la Ciudad de Buenos
Aires, incluyendo a los barrios más acomodados y las villas. Y ganó con Vidal
en casi todos los municipios provinciales: urbanos, rurales e inclusive del
Conurbano, como Avellaneda, Lanús, Quilmes o San Martín.
El Gobierno tuvo la inteligencia de no convocar a esos sectores
a la marcha del 1°. El duranbarbismo cree, con razón, que si el oficialismo
llamaba a movilizar, iba la mitad: “Esta ‘gente’ es la parte de la sociedad que
está harta del pasado y de las formas del pasado. Hubiéramos logrado lo
contrario”. Además, se muestran sorprendidos de haber visto mucha “clase
media-baja, mucha SUBE”. Quieren decir: “No son ricos, pero tampoco fueron en
micros por un choripán”.
Esa es una Argentina.
Hay otra que interpreta los años del kirchnerismo como los
mejores. Para esos argentinos, la “década ganada no es magia”, Néstor y
Cristina transformaron el default en crecimiento a tasas chinas, desendeudaron
el país, impulsaron los derechos humanos, integraron a los jóvenes a la
política y tuvieron el coraje de enfrentarse a la corporación mediática.
Diversos estudios, incluso del oficialismo, sostienen que el núcleo duro de ese
sector está en el Conurbano, con trabajadores formales e informales, más un porcentaje
que ronda la marginalidad. Pero también son profesionales, sectores de clase
media o media-alta de las grandes ciudades. En total, esos sondeos señalan que
esa red social representa el 30% del país.
Otra Argentina más es la que por propia voluntad no trabajó
el último jueves. Allí está ese 30% pro K, pero también sectores que detestan a
ese kirchnerismo (como la pequeña burguesía de los partidos llamados de
“izquierda”) más los decepcionados de las “familias” que en 2015 acompañaron al
macrismo.
El peligroso negocio de la grieta. Los gobiernos son
inevitablemente expresiones de algunos de esos sectores sociales que en
determinados momentos históricos se asocian para constituir mayorías
circunstanciales. Los gobernantes también usan el concepto de “gente” como
totalidad y dicen que gobiernan para todos. Pero como la riqueza siempre es
finita, lo que logran –en el mejor de los casos– es beneficiar a la mayor parte
de los sectores y perjudicar menos a una minoría.
Hoy, los líderes del macrismo y del kirchnerismo entienden
que extremar las diferencias entre sus gentes es beneficioso para ellos. El
problema es que seguir cavando en la grieta puede darles un triunfo en el corto
plazo, pero luego será más profundo el pozo del que salir.
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