Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Un pibe es revoleado desde la tribuna en un partido de
fútbol de primera. Muere a los dos días. La AFA, cuyo comité ejecutivo está
integrado por el presidente de Boca, el de Independiente y el de Racing, –tres
clubes que concentran un tercio de la totalidad de muertes en la historia del
fútbol– evalúa una sanción para el club Belgrano de Córdoba.
Una de las
opciones es quitarles la localía por algunas fechas, como si sirviera de algo.
Mientras, se suman las voces que exigen que se juegue sin público. Como si
pudiera cambiar alguna cuestión: desde que se prohibió la asistencia de
visitantes a los estadios, murieron 40 personas en ámbitos futboleros.
Una chica sale de bailar y la levanta un tipo, o dos. La
violan, la usan como cacho de carne, la descartan en un lodazal para que la
naturaleza y los animales se encarguen de eliminarla. Quien sería el
responsable –y salvo que aparezca un extraterrestre que diga “fui yo”, todo
parece indicar que es el responsable– es detenido. Su pareja, a quien conoció
en la cárcel mientras visitaba a su hermano también preso por violeta, dice que
nunca se imaginó que podría pasar algo así.
Nos sorprende, entristece e indigna la cuenta de tres
muertos en una manifestación venezolana. Bien lejos, al menos ellos tienen la
previsibilidad de vivir en un país con un gobierno de mierda. ¿Cuál es nuestra
excusa frente a la muerte en circunstancias recreativas?
Además de engrosar la estadística de dos problemáticas, uno
en el fútbol, la otra en la violencia de género. Tanto en la muerte del hincha
de Belgrano como en la de la muchacha entrerriana hay denominadores en común:
los responsables habían sido beneficiados por el sistema procesal penal, las
soluciones que se evalúan para evitar que se repita la tragedia son mezcla de
la improvisación total y la profundización de propuestas ya fallidas.
Una mayoría abrumadora de funcionarios públicos y
legisladores son personas divorciadas. En sus vidas particulares han aplicado
una solución distinta al “siga-siga”. Quedará para los psicólogos averiguar qué
cazzo les pasa por la cabeza cuando en el resto de los órdenes de la vida
siempre aplican las mismas soluciones para los mismos problemas a la espera de
resultados distintos, como si no se hubiera hecho bien el pase mágico, como si
no se hubiera rezado correctamente, como si no hubieran estado concentrados y
con la mente en blanco a la hora de invocar a los espíritus, como si faltara
militancia. La tasa de homicidios dolosos (con intención) en Argentina durante
2016 fue de 6,6 cada 100 mil habitantes. La de feminicidios fue de 1,3 cada de
cada 100 mil mujeres. Los muertos del fútbol se dan en un partido de primera o
en uno infantil. ¿Se dan cuenta que el problema es la violencia de la sociedad
argentina o hace falta una ONG financiada por todos para que lo explique?
Los muchachos de La Cámpora se mostraron compungidos por la
muerte de una compañera y encontraron que la culpa es “del machismo y de este
sistema que se cree dueño de nuestros cuerpos para usarlos y descartarlos”.
Mejor echarle la culpa a un ente construido que a la falta de ganas de
solucionar los problemas solucionables. Estar en contra de que se eliminen las
libertades condicionales a reincidentes y estar en contra del juez que otorgó
la libertad condicional a un violador reincidente, sólo puede derivar en el
colapso neuronal y la generación de una supernova de pelotudez: la culpa es del
sistema machista. Y todos sabemos que cuando hablamos de modificar un sistema
cultural, la consecuencia es más militancia concientizadora, nunca la vía
expedita de la solución penal. El juez que largó al asesino no lo hizo por
patriarcal, sino por garantista, la misma pajereada que se le banca a Zaffaroni
y Gils Carbó, entre cientos de jueces, fiscales y defensores oficiales. Una
chica asesinada por un inadaptado inadaptable, pobre, crecido y criado en un
contexto de marginalidad. Igual que el pibe chorro que no nace chorro. Me dan
muchas ganas de pedirles que se pongan de acuerdo, pero después los veo
quejarse de la dictadura represora de Macri mientras bancan la represión
asesina de Nicolás Maduro, y se me pasa.
Es la eterna dualidad del progre: sabe que la única solución
posible está en lo que desprecia y se niega a aceptarlo. Evalúan todo desde lo
moral, que es individual, subjetiva y determinada por los parámetros de cada
uno. Priorizar lo moral por sobre la acción real es el paraíso del vago: la
acción se mide, se prevé, hay resultados analizables. Lo moral es tan maleable
que cualquier falla en el resultado que no pueda ser imputada a los pragmáticos,
será justificada desde el fantasma, sea el machismo, sea la derecha, sea el
imperio o Darth Vader.
Los comunicadores aportan sus granitos de arena a la teoría,
en parte por burros, en parte por adherir a la idea, y en una inmensa mayoría
para no arriesgarse a buscar vida inteligente fuera del lugar común. En
cuestiones internacionales, al listado de opciones hay que sumarle que ya no
está de moda darle espacio a lo que pasa en el mundo, a excepción de algún
video de gatitos en un pueblo de Azerbaiyán. Y se nota.
“Con los maestros no”, se repitió hasta el hartazgo mientras
la policía impedía la instalación de una carpa en una plaza. ¿Y con quién sí?
Como si estudiaran derechos leyendo frases de sobres de azúcar, continúan su
prédica que sienten obligada ante cada situación: La guita de las jubilaciones
no alcanza y se empieza a leer “con los abuelos no”. Seguramente hay algún
sector de la sociedad al que sí corresponde cagar de hambre y uno sin
enterarse. A los maestros no se les pega, como si fueran una excepción de una
violencia permitida: con cualquiera, vemos, pero al maestro jamás. Si el lugar
común fuera rico en glucosa, el periodismo habría muerto tras un coma
diabético.
El lugar más común de los lugares más comunes se alcanza con
el sueño de la paz mundial. Boludos a los que le crecen pelos en las piernas
hace muchos años apostando a un deseo que acompañan con las ganas de algún día
ver a Papá Noel en persona. Son los peores. Piden que haya paz en Siria y que
se acaben las muertes, como si alguien pudiera sentarse en una mesa a negociar
con un ejército de decapitadores, un dictador que arroja armas químicas, y dos
personalistas al frente de superpotencias que juegan a quién la tiene más
larga.
Venezuela es gobernada por el cupo de discapacitados de los
gobiernos. Desde el Poder hicieron lo que tuvieron a su alcance para superar el
ridículo a diario, a tal punto que dejaron la disputa por el abastecimiento de
papel higiénico en 2011 y hoy se preocupan por apostar quién los va a matar
primero, si una bala chavista o el hambre. Para calmar las aguas, Nicolás
Maduro anuncia por cadena nacional que repartirá fusiles para que la gente
defienda a la Patria. Y hay quien pide que recemos por la unidad de nuestros
hermanos latinoamericanos. No sé si no los abrazaron lo suficiente de chicos o
si tienen algún tipo de tara emocional, pero para pedir que el abusado se
siente a dialogar con el violador, ya tenemos al Vaticano, a las Naciones
Unidas y demás organizaciones con fines de lucro sin finalidad práctica. Hasta
prefiero al que está a favor de la anarquía institucionalizada venezolana: al
menos nos recuerda que no le importa ser feliz sino tener razón.
Lo que nunca dejará de sorprenderme es la justificación de
los procesos nefastos basados en lo que existía antes. Los millones de muertos
en la Unión Soviética fueron un daño colateral digno de pagar tras el
despotismo zarista, la miseria castrista se justifica con el entreguismo de
Batista, las políticas de Estados Unidos bien se merecen secuestrar aviones para
estrellarlos contra oficinistas, y la miseria totalitaria que hoy vive
Venezuela es entendible porque antes vivían en una miseria pero sin la dignidad
de una Patria grande, socialista, soberana y bolivariana. Nunca la solución
alternativa, siempre la violencia, la fuerza y la glorificación de hechos
concretos que se convierten en un presente continuo, como si el mundo no
siguiera girando, como si los muertos los pusieran ellos.
Ahora, esa preferencia a favor de un régimen cuando es del
agrado, no puede resultar tan barata. La cantidad de políticos que han adherido
y recibido beneficios por su adhesión al chavismo, da miedo. Las charlas
organizadas por Venezuela en la CGT, los intercambios de oficiales de las
Fuerzas Armadas, funcionarios del gobierno nacional integrando al mismo tiempo
el “Congreso Bolivariano de los Pueblos”, los fondos negros para bancar
campañas electorales, la alianza con el gobierno iraní que nos terminó por
arrastrar a nosotros, la compra de miles de millones de dólares en bonos de deuda
argentina, el fideicomiso que se cargó a SanCor. La injerencia del gobierno
venezolano en los asuntos internos de nuestro Estado ha sido ridícula.
Y todo mientras los partidos que se nutrieron de privilegios
bolivarianos nos daban cátedra de soberanía.
Entiendo que la necesidad de tener que decir algo todo el
tiempo para no perderse ningún tren los lleve a confundir el Transiberiano con
el Trencito de la Alegría de San Justo, pero no es obligatorio hablar. Menos si
no hay nada para aportar más que frases hechas y condenas tardías que no
resultan creíbles, salvo que aún crean que el avance de los violentos por sobre
los diplomáticos se soluciona con diplomacia.
Hay lugares comunes que deberían ser clausurados. No es una
cuestión de apostar a blanco o negro, pero algunas situaciones no admiten
grises. Un gobierno sin división de poderes, es absolutista. Acá y –justamente–
en la China. El resto, son sólo deseos de que los héroes de historieta se hagan
realidad, de que las cosas en las que creyeron sean ciertas en algún lado,
aunque sea con trampa, aunque sea por la fuerza. Podría mejorar un poquito si
entendiéramos que la cultura no es la misma en todas partes del mundo, que al
terrorismo no se le gana con “intervenciones positivas en la vía pública”, y
que las cuestiones culturales que se utilizan para justificar cualquier cosa
nunca estarán por fuera de la genética humana, donde la muerte duele y asusta.
No es buenismo, es empatía. Y la ciencia tiene un nombre para quienes carecen
de ella: psicópatas. Los griegos, en cambio, los llamaban idiotas.
Giovedí. El ridículo del lugar común se salva estudiando
antes de opinar, pero la curiosidad pasó de moda.
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