Por David Vicente
Gran parte de los supuestos escritores, aspirantes
a escritores y escritores en ciernes con los que me topo de un tiempo a esta
parte, en realidad no están preocupados por la escritura, sino por la
publicación de su obra. Una obra que, paradójicamente, todavía no han escrito,
pero que desean ver en los escaparates de las librerías cuanto antes.
Sí,
tienen más urgencia por publicar que por escribir; la publicación no es una
consecuencia, es necesidad, una obsesión. Es, diría, el objetivo único. La
literatura queda en un segundo plano. ¿A quién le importa la literatura? Lo que
está en juego es otra cosa.
En una encuesta realizada por el diario El País en enero del 2015, el 35% de los
españoles reconocía no leer nunca y solo el 29,3% aseguraba hacerlo de manera
habitual. Yo sería todavía menos benévolo. Considerando que la lectura tiende a
ser utilizada como una de las principales varas para medir la cultura y el
desarrollo humano —probablemente de manera sobrevalorada—, a nadie le gusta
pasar por inculto y poco evolucionado. Así que es fácil que ese 35% sea algo
mayor y que del 29,3% no lea de un modo tan frecuente como asegura.
A pesar de estos datos, puede que este sea el país
con más escritores por metro cuadrado. Usted mismo seguro que también escribe,
pese a no leer. O su vecino del tercero. O su cuñado. Los cuñados escriben
mucho.
Sí, España es un país plagado de escritores que no
leen. Prueba de ello es la ingente cantidad de concursos literarios que podemos
encontrar, posiblemente uno por cada población de más de mil habitantes, a los
que se presentan del orden de trescientos manuscritos —como poco—. Ya ironizó
sobre el tema el escritor peruano Fernando Iwasaki en
su divertido libro de cuentos España aparta de mí esos
premios —por cierto finalista en su primera edición del
premio de relatos mejor dotado, El Premio Ribera del Duero—.
Al calor de este fenómeno —los escritores que no
leen—, sin parangón en ningún otro país, han surgido infinidad de editoriales
de autoedición y coedición que, impulsadas por el crecimiento de las
plataformas digitales y las redes sociales, crecen y se multiplican al igual
que las setas venenosas, que diría Bukowski.
Si no me creen, tecleen en el infatigable Google y verán que aparecen tantas como
editoriales tradicionales, con reclamos del porte “publicar un libro nunca fue
tan fácil”, o “publica tu libro fácil y rápido”.
Y sí, efectivamente, es así de sencillo. Envías un
archivo en Word o PDF y a los pocos días recibes una respuesta en la
que te informan de que ha sido aprobada la publicación de tu obra por “un
comité de lectura” y que, si así lo deseas, tendrás un libro maravilloso entre
tus manos: tu libro. Ellos ponen a tu disposición toda la maquinaria de una
editorial tradicional: diseñadores, maquetadores, correctores… Lo único que,
irónicamente, no hacen es la labor de un editor, que principalmente consiste en
cuestionar la obra, o ciertas partes de ella, para intentar mejorarla.
¡Claro que sí! Por qué tener que someterse a la
posibilidad de engorrosos rechazos. El arte es subjetivo.
Junto con la carta de aceptación se adjunta un
presupuesto que deberás abonar en dos cómodos pagos (50 % por anticipado) y que
dependerá de la tirada que desees. Puede variar desde los 500 € hasta los 750 €
por una tirada de 50 ejemplares (se va reduciendo la cuantía por ejemplar según
aumenta esta).
Por supuesto, aceptas porque ya te imaginas con tu
obra bajo el brazo. Una gran obra a la que un mercado editorial viciado le ha
cerrado las puertas injustamente. Además, como todo el mundo sabe, muchos de
los grandes escritores de la historia comenzaron autopublicando. Has oído por
ahí que incluso el propio García Márquez; todo
un Premio Nobel. Lo que no te preguntas, para qué, es
cuánto leyeron estos escritores antes de poner una letra sobre el papel y
animarse a enviarla.
Y tu libro llegó. Una gran caja, con alrededor de
300 ejemplares dentro, que abres con orgullo de escritor. Sacas uno, lo
acaricias, lo fotografías y cuelgas su imagen, cuando tu corazón se ha
recuperado de la emoción y la arritmia, en Twitter, Instagram y Facebook. Los “me gusta” caen como
moscas. Poco importa si la maquetación deja mucho que desear, las correcciones
brillan por su ausencia, el blanco nuclear del papel tiene una calidad más que
cuestionable y el diseño de cubierta es de dudoso gusto. Mejor aún, poco
importa el contenido del mismo. Ni siquiera a ti, que, a fin de cuentas, no
lees. Lo importante es que te has convertido en escritor.
Y para culminar tu escalada al mundo de las letras,
solo te queda organizar una presentación en uno de los garitos literarios de
moda del centro de tu ciudad y convocar a todos tus familiares y amigos para
endosarles tu obra. Si se te da bien la venta recuperarás el dinero invertido y
quizá hasta puedas ganar unos eurillos. Ellos, además, no tendrán ningún
problema en alimentar tu ego con alabanzas a tu literatura, para eso están allí
y algunos desconocen otra con la que comparar, aunque luego utilicen tu novela
o tu libro de relatos para calzar un mesa que cojea.
Sí, publicar nunca fue tan fácil. Editar tampoco.
Pero escribir sigue siendo un poco más complejo, aunque no se publique; entre
otras cosas porque para ello primero hay que realizar el esfuerzo (para algunos
placer) de leer mucho.
© Zenda –
Autores, libros y compañía / Agensur.info
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