Por Carlos Gabetta (*) |
Los ciudadanos de la Francia racionalista, de las “ideas
claras y distintas” de Descartes, están en un atolladero. Esto viene de lejos y
se reitera, con variantes, en todos los países desarrollados. La crisis
económica y financiera mundial acabó instalándose entre ellos en 2008; y allí
sigue. El mes pasado, la hasta hace poco irrelevante ultraderecha acabó en
segundo lugar en las legislativas de Holanda, uno de los países con mayor
tradición democrática del planeta.
El panorama ante la primera vuelta de las presidenciales
francesas, este 23 de abril, es particularmente confuso. En cuanto a los
candidatos, si sus propuestas son “ideas”, de “claras” casi nada y de
“distintas”, cada vez menos. Ocurre que las encuestas indican que la opinión de
los ciudadanos va de un lado a otro y hay que acomodarlas para cada ocasión.
A finales de marzo, un sondeo de “Opinion Way” arrojaba para
la primera vuelta un virtual empate entre el centrista Emmanuel Macron (26%) y
el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen (25%). Tercero, el liberal
François Fillon (17%), cuartos los populistas de izquierda (socialistas
disidentes, comunistas, “verdes”) de Jean Luc Mélenchon, con el 14%. Los
socialistas de Benoît Hamon apenas quintos con el 11%. De acuerdo con esos
pronósticos, en la segunda vuelta el resultado sería Macron 61%; Le Pen 39%.
Pero a diez días del comicio, Mélenchon (18%) ya casi
empataba con Fillon (19%), Le Pen bajaba a (23%), igual que Macron (22%) y
Hamon (8%) según IFOP-Fiducial. Puesto que el avance de Mélenchon continúa, las
previsiones se hacen confusas. En Francia, la abstención en una presidencial
oscila alrededor del 20%. Hoy, sólo el 66% “está seguro” de ir a votar. Si una
alta abstención es previsible, también puede ocurrir lo contrario: una “corrida”
final de indecisos y abstencionistas de centro y sobre todo de izquierda, que
son los más desencantados.
La extrema derecha, Le Pen, tiene sus electores asegurados,
mientras el centro y la izquierda están divididos, aunque supieron ser lo
mismo. El centrista Macron fue asesor económico del presidente socialista
Hollande; Mélenchon es un disidente del partido por izquierda y Hamon su actual
candidato. En cuanto a la derecha republicana, François Fillon supo ser gran
favorito, pero acabó involucrado en una serie de acusaciones de corrupción que
limitaron sus posibilidades. Sus votos han ido a parar al centrista Macron,
cuando no a Le Pen, según se sospecha. Es así que estallaron las posibilidades
del populista de izquierdas Mélenchon.
En este marco, la esperanza republicana ante Le Pen es que
torne a ocurrir lo de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen –el padre de Marine– fue
apenas superado en la primera vuelta por el gaullista Jacques Chirac. En la
segunda, liberales, socialistas, comunistas y el grueso de la sociedad se
aliaron a favor de Chirac. La esperanza ahora es otra “unión ante el peligro”,
cosa que seguramente ocurriría si la opción resulta Macron-Le Pen.
Pero conviene preguntarse qué pasaría si, como empieza a
considerarse, Mélenchon fuese la opción ante Le Pen. No hay dudas de que en ese
caso muchos votos de la derecha republicana irían a Le Pen; el problema es
saber cuántos. Otro tanto puede temerse de parte de los electores socialistas
de extracción obrera y popular, además de no pocos “clase media en caída
libre”, que tienden a inclinarse hacia la ultraderecha, como viene ocurriendo
en todas partes.
La eventualidad Mélenchon-Le Pen es interesante, ya que
aunque a pocos días de las elecciones se la seguía dando por descartada, el
empuje de Mélenchon proseguía. Las últimas encuestas indicabas que Le Pen sería
derrotada en la segunda vuelta por Macron, Mélenchon e incluso Fillon, pero los
pronósticos vienen fallando gravemente en todas partes. Cualquier cosa puede
pasar.
Gane quien gane, tal parece que también en Francia se ha
abierto una “grieta” social y política.
(*) Periodista
y escritor
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