Por Hernán De Goñi
Toda la gestión de Cristina Kirchner se basó en el supuesto
de que el gasto público no tenía restricciones de financiamiento. Era una regla
política, no económica. El imperativo moral del kirchnerismo indicaba que lo
que no se pudiera cubrir con ingresos fiscales y la colocación de deuda
interna, si era necesario se solventaba con emisión monetaria.
Así, el Banco Central terminó convertido prácticamente en el
único financista del Tesoro. Con el cambio de gobierno, esa lógica dejó de
funcionar. El Gobierno se fijó un sendero descendente para el déficit fiscal
(asignatura que todavía no aprobó del todo) y dispuso una nueva regla de
financiamiento: menos emisión y menos impuesto inflacionario, y más
endeudamiento externo.
Aunque algunos gastos subieron (liderados por jubilaciones y
subsidios sociales), el resto rápidamente encontró un límite. Las provincias
también entendieron el mensaje, y hasta se comprometieron en avanzar en
objetivos comunes de reducción del rojo fiscal.
La crisis de Santa Cruz no nació en un repollo, sino en todo
este contexto. La provincia tuvo una enorme cantidad de recursos disponibles
durante la gestión de Cristina, hasta que la política hizo enfrentar a la Casa
Rosada con el entonces gobernador Daniel Peralta. El flujo de fondos empezó a
mermar, y la asfixia se empezó a hacer sentir con conflictos sociales
crecientes. En otra proporción, a Peralta le pasó lo mismo que a Daniel Scioli
cuando la Nación le retaceaba plata para pagar aguinaldos o sueldos docentes.
En la era Macri, Santa Cruz encontró dosis de auxilio
financiero, pero no ilimitadas. En una provincia en la que hubo poca generación
de puestos privados (no ayudó la paralización de las represas, cuyos contratos
fueron revisados, ni la caída del impero de Lázaro Báez. La provincia es una de
la que más empleo estatal contrató y su déficit fiscal pasó de $ 2000 millones
en 2014, a $ 4800 millones en el último año de Cristina y ahora apunta a $ 6700
millones. Y eso que en 2016 recibió 40% más de regalías de petróleo y gas. Como
se ve, la magia monetaria ya no sirve.
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