La flamante
candidata oficialista en Capital desnuda como nadie las contradicciones del
espacio y de sus líderes,
a quienes aplaude.
Por Roberto García |
Menos mal que la salud personal no le ofrece garantías. Y además la
limita, según ella. Si estuviese entera y pudiese disponer de energía plena,
más tremendos y ardientes serían el barullo político, los disturbios
institucionales y las riñas propias que genera Elisa
Carrió, quien en dos apariciones televisivas –en 48 horas y
siempre ante las mismas cámaras ad hoc– multiplicó menos la melopea contra los
opositores y ajenos que el lijado a la autoridad de Mauricio Macri y María
Eugenia Vidal. Un tajo o varios, más que una grieta al Gobierno.
Ella insiste, sin embargo, en que sus correligionarios del poder
le despiertan cariño, confianza, fe. Y los apoya ciegamente. A pesar,
inclusive, de que la gobernadora se la sacó de encima en
la provincia de Buenos Aires con indisimulable disgusto (harta de que esos
ataques le demoren una decisión ya resuelta y no por sus denuncias: el
desplazamiento del jefe policial Bressi y de una docena de comisarios) por la
pertinaz ofensiva contra dos de sus ministros, uno más querido que el otro
(Ritondo y Ferrari).
También el Presidente, por los tajos que Carrió le aplica a su administración, salió a cuestionarle en defensa propia, de nuevo, las escaramuzas que mantiene con el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti. No es al único que arropó en público. Como es más vasco que italiano por lo obstinado, defiende a otro aluvión de imputados por la incendiaria dama. Parientes como Jorge Macri, tildado por oscuros favores; a su vice Michetti, que terció a favor de Lorenzetti luego de que la Justicia la desafectara de una causa por presunta corrupción (con quien más de una vez ha tomado mate y, en su repertorio de Barrio Norte, lo considera “un señor bien”); a ministros (Patricia Bullrich, Germán Garavano); funcionarios (la cúpula de Inteligencia, Arribas y Majdalani) y amigos del corazón y el bolsillo, Daniel Angelici por ejemplo, observado como mafioso por el juego, ser operador subterráneo en Tribunales y capanga en la trama del fútbol organizado en la que ni Marcelo Tinelli puede pernoctar (a propósito, invocó estrés para retirarse de la AFA, pero a sus colaboradores los despidieron sin esa excusa). También el mandatario cubrió a Nicolás Caputo, ese ofendido hermano millonario con negocios por doquier. Y parapetó socios influyentes como el radical Ernesto Sanz o asesores del alma como Jaime Duran Barba, al que en el deleite del desprecio e inquina oligárquicos, Carrió lo supone vulgar porque se tiñe el cabello, como si esa inclinación estética fuera exclusiva de las mujeres.
Si uno observa el saldo de la suma, tantos cuestionamientos indican a una sola persona: a Macri. Curioso entonces que luego de esa vocación detergente, limpiadora, Carrió se proponga representar a gran parte de ese equipo denunciado como candidata a diputada por la Capital. Se supone que ella y el Presidente deben haber conversado este intríngulis hace 48 horas –al margen de puntear las listas– cuando el amor volcánico se hace más fuerte luego de la rencilla doméstica. Caso contrario, cualquiera podría imaginar cierto cinismo o la conveniencia manifiesta y profiláctica para impedir el acceso de un infierno más temido y peligroso, que en la oposición encarnan Cristina, Aníbal Fernández, Carlos Zannini y Julio De Vido (quien, en breve, deberá soportar un vahído judicial por decisión del magistrado que más odia la viuda de Kirchner). Entiende la alborotada pareja oficial que el ascenso de ese team hostil condenaría al país a una suerte de Venezuela.
Carrió se bajó de la Provincia –lugar donde mora– no sólo porque “María Eugenia no me quiere”. Lo aconsejan números e informes de las encuestas provistos por Duran Barba: inamovible rechazo de la vasta población filoperonista, riesgo de derrota ante una eventual Cristina que hoy conserva un envidiable volumen de adhesiones, sobre todo en la clave tercera sección electoral, otra provincia dentro de la Provincia. Para el oficialismo, perder en ese distrito con Carrió al frente sería una triple caída: sucumbe la candidata, la gobernadora y el Presidente. En cambio, con aspirantes menos controversiales –si les tocara ser vencidos–, el fracaso sería de baja intensidad, de recuperación posterior como cualquier episodio electoral de medio término. Se podrá teñir Duran Barba, pero nunca van a descalificarlo por falta de previsión.
En cambio, en la Capital, a Carrió la beneficia el respaldo de
un poderoso aparato del PRO, la necesidad del mandatario por conservar el
pulmotor de su carrera política y, sobre todo, un conglomerado consecuente de
clase media que aplaude esa actitud femenina de desnudar también a los propios.
Sellaron Carrió y Macri una pax transitoria, aunque ella –por Lorenzetti– le debe recordar que fue él quien inició la ofensiva luego de que la Corte lo sorprendiera con el costoso fallo favorable a Córdoba y Santa Fe. Entonces, en un arranque de ira y para fastidiar a Lorenzetti, postuló un decreto insólito para designar a dos nuevos ministros, hechura de su letrado preferido Fabián Rodríguez Simón, quien desde entonces se identifica en el círculo rojo de la diputada (y participante de un video ofensivo, en su momento, contra Lorenzetti). Cambió Macri, claro, y ahora Carrió se suspende en la porfía, nadie cree que avance la imputación de enriquecimiento ilícito contra ella, más bien parece una pantalla para iluminar el vertiginoso crecimiento de Amarilla Gas, su grupo amigo que prosperó en el negocio de garrafas, extendido al petróleo. Vienen las elecciones.
Mientras, queda por saber la prometida secta que la diputada dijo que
integraba Lorenzetti, el nombre del empresario más rico de la Argentina
vinculado a la efedrina, al que prometió señalar, y sus investigaciones
recientes en Paraguay sobre el tráfico de drogas. También, dilucidar una
contradicción: antes se cobijaba en un economista de izquierda como Rubén Lo
Vuolo y ahora se refugia en un ortodoxo proveniente del CEMA. Nadie sabe si es
un veterano que le acercaba papeles, cercano entonces a Dujovne, graduado en el
CEMA, llamado Horacio Sraiar, o un profesor más joven del mismo instituto,
Ricardo Schaffer. Se duda porque ni ella pronunció con precisión el apellido y
se permitió decir con impunidad que la última y abrupta suba de tasas del BCRA
era “primitiva”. Un cambio sustancial en los que pocos reparan. Como la
inminente guerra comicial contra su preferido Martín Lousteau (como antes lo
fue Alfonso Prat-Gay), quien por cambiar de domicilio, de Washington a la
Capital, perdió el vínculo societario con Carrió. Problemas de catastro, no de
salud.
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