lunes, 17 de abril de 2017

De la tumba

Por Manuel Vicent
Realmente la Transición no terminará mientras los huesos de Franco y los de José Antonio permanezcan en ese panteón faraónico, pretencioso y macabro del Valle de los Caídos. Un chiste anodino pronunciado en un programa de televisión sobre la enorme cruz hortera de Cuelgamuros ha levantado una estúpida polvareda en los medios y ha movido los posos de la justicia, lo que demuestra que ese monumento funerario, aunque lleno de goteras, está cargado todavía de una energía maléfica y sigue siendo el símbolo de la división ideológica de los españoles.

Gran parte de la derecha lo tiene como recuerdo sagrado; la izquierda lo odia profundamente por su cruel significado de la tragedia colectiva de la Guerra Civil y las nuevas generaciones, que no conocieron al tirano ni saben cómo se las gastaba, comienzan a tomarlo como objeto de chanza y escarnio solo porque mola jugar a zaherirlo y a este paso acabará convertido en una putrefacta ruina histórica a merced de todas las bestialidades propias del estercolero de las redes sociales.

Los socialistas durante sus Gobiernos con mayoría absoluta no tuvieron el coraje de levantar los huesos del dictador para entregarlos a la familia, pero ese deber corresponde cumplirlo a la derecha porque solo así las heridas de la guerra quedarían en verdad cicatrizadas.

El dictador tiene bien merecida una sepultura privada, esta vez realmente cristiana, para que duerma el eterno olvido lejos de esa cruz que no es sino una proyección de su impotencia, una forma ostentosa del complejo de castración, según algunos psicoanalistas.

Hoy es la fiesta de la resurrección. La primera lección que uno debe aprender de este día es a salir del propio sepulcro, aunque cada uno resucita como puede.

Algunos lo hacen discretamente de madrugada sin que se entere nadie. Así debería sacar la derecha a Franco de la tumba.

© El País (España)

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