Una modesta polémica con Horacio González
Por Marina Mansilla (*)
Días pasados, en un artículo publicado en Pagina|12 titulado
"Neofascismos liberales", Horacio González -con el uso de
una pluma que sabe concatenar argumentos- inscribe en el cuerpo gélido de Mauricio
Macri el carácter sígnico de un gobierno que -según el
autor- concentra la peor evocación del fascismo acaso atribuido a los gobiernos
de Perón.
Sin embargo, esta arquitectura lingüística trazada para
el sentido común debe entenderse en el contexto de la relación entre semiótica
y política. De modo que, vale detenerse unos minutos en este aspecto.
Así como la cultura no puede reducirse a un sistema de signos -sino
que para entender su funcionamiento debe vincularse al modo en que dentro de
ese entramado se organiza el sentido del mundo social-, la relación entre el
signo y el significado en el campo de la política no pueden entenderse sino es
mediante el carácter indelegablemente instituyente de la ideología.
A pesar de los esfuerzos discursivos por imponer visiones únicas sobre
el mundo, lo ideológico deviene un contenido de sentido específico. Así es que,
como entramado selectivo de palabras ungidas de significado, puede entenderse
el motivo por el cual la política se instituye como campo de lucha por la
representación.
De hecho, resulta menos complejo conjeturar porqué Nación,
Pueblo, Estado, están sujetos a una revisión permanente de contenido.
Asimismo es posible explicar porqué el #1A generó tanta
animosidad en la militancia del Frente para la Victoria (FPV), aunque como
hecho político no exprese más que cierta dificultad para reconocer la
existencia de un Pueblo otro, con pertenencias ideológicas diferentes y con el
mismo derecho a manifestar en un lugar icónico. Es que para este
Pueblo, Plaza de Mayo significa -por caso- la recuperación de la Democracia mientras
que para el otro Pueblo -el que se cierra en el límite de las simpatías
kirchneristas- la Plaza tiene una pertenencia excluyente. Pero no es la
intención arbitrar aquí en su análisis, sino más bien habilitarlo como ejemplo
para entender como un signo puede estar habitado por significados múltiples.
Es así que todo artefacto lingüístico implica un trabajo de sentido en
donde lo designado disputa su estabilidad en el campo de la interdiscursividad. ¿Quién
es el Pueblo? ¿Qué es la Nación? ¿Qué es el Estado? ¿Qué lugar debe
ocupar el Mercado en la producción social? No existe una única respuesta y
cualquiera sea, está enfrentada ideológicamente a la multiplicidad por lo que
tampoco existe una respuesta definitiva.
Con el trazo de las líneas fundamentales, el recorrido por el texto de
Horacio González es un viaje de enclave entre signos y creatividad ideológica.
Aquí, por una economía de espacio es conveniente sistematizarlo en dos planos.
Primero, como construcción de la discursividad kirchnerista. Luego,
en el rendimiento que como discurso político tiene para ejercer una disputa
ideológica coherente por el poder.
Lenguaje y sentido intiman en la representación de lo político. El uso y
acopio de palabras no es una contingencia sino el resultado de una acción
racional que ordena el encadenado de signos y significados para producir una
determinada representación. En este aspecto, el "neofascismo
liberal" como creación ideológica reviste una importancia
temerosa.
Es que la arquitectura de Horacio González antes que asirse a la
demostración para alcanzar alguna existencia objetiva se sujeta a la evocación
de lo contingente. A decir del autor, a conectar "insinuantes evidencias
apenas deslizadas". Motivo por el que desde el inicio, aquél ensamble
presentado como fáctico debe entenderse como un trabajo de sentido.
Así pues, el "neofascismo liberal" -antes que
una herramienta heurística capaz de comprender y explicar el vínculo entre las
características del tipo de (neo)fascismo que dicho autor le atribuye al
gobierno de Mauricio Macri en el plano del lenguaje, la economía y el control
social- deviene una operación ideológica. Nada nuevo en el
horizonte si esto se interpreta como una puesta de significado en el contexto
de la relación entre semiótica y política.
Sin embargo, la creatividad ideológica según el modo en que está
dispuesta a intervenir en el campo de lo político puede resultar costosa al
menos, para el significado de la democracia.
En este caso, el artilugio semiótico propuesto, en palabras de Horacio
González evoca " el mesianismo de la sangre".
Así es que sin titubeos resuelve entre los fascismos europeos, las políticas
de Estado orientadas racionalmente a la desaparición física de las personas
significadas como un "enemigo" y las tecnologías de la represión
aplicadas en Argentina durante la última dictadura militar las pinzas con las
cuales proveer de significado al (neo)fascismo liberal encarnado en el gobierno
actual. A quien, dicho sea de paso designa entre un encomillado dudoso
como "surgido de elecciones democráticas." ¿Acaso para Horacio
González no lo fue?
Advertir sobre los riesgos de una discursividad evocativa de las
políticas del horror no implica simpatía alguna hacia el gobierno de Mauricio
Macri, pero sí una diferenciación concreta respecto de qué significa situarse
como oposición democrática.
¿Qué hay luego -en el texto- como indicador de algún rendimiento
ideológico desde el que -en palabras de González- "ganar lo más pronto
posible las elecciones" -con el FPV "no resulte un sueño
descabellado" como alternativa electoral? Como ingreso al segundo plano,
resulta cuando menos sorprendente la introyección que Horacio González hace de
la Ley como jerarquía instituyente del imaginario kirchnerista, y más aún desde
una concepción kantiana que la reconoce como expresión de una voluntad general.
Pero definitivamente algo ya no funciona cuando admite la posibilidad
de alguna esquirla republicana incrustada en un esquema populista de
concentración de poder.
En adición, la evocación de la sociedad argentina como "una
sociedad de debates, multilegislativa, parlamentaria y respetuosa de la
Constitución como Norma Suprema" es cuando menos confusional, si es que
remite a la sociedad atravesada por la polarización sobre la cual se montó el
experimentalismo populista de la última década.
Según parece, la arquitectura semiótica sobre la cual se
sostiene la discursividad kirchnerista no es más que un registro incoherente de
significados.
Si es por más, ¿cuál es la distinción entre la crítica al
"capitalismo neoliberal" que realiza González y la defensa
kirchnerista a ultranza de los negocios con Monsanto, Chevrón como claves del
mal desarrollo, de la mano con la "Barrick Gold"?.¿Cuál la distinción
entre los protocolos represivos del macrismo contra la protesta social y la
represión a los "qom" tanto como la creación y sanción de La Ley
Antiterrorista?. ¿Cuál la alternativa electoral pretendida si en su ejercicio
como oposición al gobierno que estigmatiza le concede mayoría parlamentaria?
Estamos claros que entre la discursividad evocativa que violenta el
campo democrático, la viscosidad ideológica y la oposición colaborativa que
lleva adelante en el Parlamento, resulta más que una idea descabellada
depositar en el proyecto kirchnerista el sueño de una alternativa política
real.
(*)
Socióloga UBA-UNPSJB
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