martes, 18 de abril de 2017

Cristina, Rambito y Rambón

Por Ernesto Tenembaum

El sábado por la mañana, Mauricio Macri salía de la Iglesia del Santísimo Sacramento en Tandil con su pequeña hija, cuando un puñado de manifestantes se cruzó delante de su camioneta. "¡¡Hijo de puta!! ¡¡Hijo de puta!!", le gritó uno de ellos, mientras otros le recriminaban por el rumbo de su Gobierno. Ese hombre que lo puteaba, así, delante de las cámaras, representa todo un estilo. Es un militante o, en todo caso, alguien enojado con Macri, que se saca las ganas en cuanto lo ve. 

Hay muchos que son o, al menos, quisieran ser como él. Ahora, su reacción, premeditada o no, ¿le agrega o le quita votos a Macri? Esa escena, donde un presidente es agredido verbalmente, ¿beneficia a la oposición o al oficialismo?. Seguramente, habrá quienes se sientan tentados en minimizar ese insulto. En cada fiesta hay un borracho, se dirá. Es, como se verá, equivocado. Ese estilo, esa puteada, es parte de la dinámica política de estos tiempos y tendrá su efecto en las elecciones que vienen.

Pongamos que quien insulta a Macri se llama Néstor. Naturalmente, Néstor argumentará que Macri es el presidente de un gobierno antipopular que está vendiendo el país, hambreando al pueblo y que dejará tierra arrasada. Y que por eso merece todos los insultos del planeta. A los efectos de esta nota, si tiene razón o no, es irrelevante. La pregunta es: esa reacción que tiene cuando aparece Macri, ¿favorece su intento de desplazarlo del poder o lo perjudica? La política consiste en convencer de las ideas propias a quienes dudan. Dados los últimos resultados electorales, para el kirchnerismo eso es de vida o muerte. Al putearlo a Macri, ¿Néstor convence a un indeciso o lo aleja?

La pregunta es especialmente pertinente porque, desde que asumió Macri, no solo Néstor lo puteó. El cantito "Macri, basura, vos sos la dictadura" fue coreado decenas de veces por columnas que se identifican claramente con la oposición kirchnerista en lugares hierpexpuestos. El titular del PJ, José Luis Gioja, lo llamó "pelotudo" a Macri en un acto partidario. Hebe de Bonafini no para de calificarlo como un tarado, hijo de puta, miserable, canalla, hijo de remil putas y, por si quedara dudas, hijo de recontramil putas. Luego de esas sutiles caracterizaciones, o de calificar como "asesina" a María Eugenia Vidal, Bonafini es recibida con una ovación en la carpa itinerante de Ctera. Es ‘Hebe’ dicen algunos, como si se le debiera perdonar todo en homenaje a su pasado heroico, pero ‘Hebe’ es aplaudida, ovacionada, mimada por la dirigencia K, y nunca desautorizada.

Las respuestas dominantes del alma kirchnerista a estas enumeraciones son clásicas. Por un lado, sostienen que Cristina ha sido más insultada que nadie en el mundo desde su mismísima creación, o sea, desde que Eva le ofreció la manzana a Adán. Luego argumentan que sus propios insultos son magnificados por los monopolios mediáticos. Finalmente, explican que, a diferencia de Cristina, Macri merece esos insultos y otros aún peores. Otra vez: es irrelevante. El punto es cuáles serían los efectos electorales de ese particular estilo de debate.

En octubre se realizará la primera elección desde la llegada de Macri al poder. Desde 1983, los gobiernos saldaron de distinta manera esos desafíos. Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner triunfaron cómodamente en su primer examen. Fernando de la Rúa y Cristina Kirchner, en sus dos mandatos, fueron derrotados. En general, en esa elección, la sociedad evalúa al mismo tiempo al gobierno que se fue y al que acaba de llegar. Es la campaña en la que el pasado, el presente y la expectativa de futuro se mezclan de manera más intrincada. Es lógico que luego, una vez transcurridos cuatro años, a cada cual se lo evalúe por lo que hace y ya no por contraste con sus antecesores.

Pero la democracia es un sistema de opciones. Y el kirchnerismo, con el peculiar método que ha elegido, empieza a conseguir que en octubre se juzgue no solo la manera en que gobernó cuando estuvo en el poder, sino la que elige cada día para ejercer la oposición. Hay un dato de esta semana que es muy revelador: en el último mes, el gobierno recuperó la mitad de los puntos de imagen perdidos desde principios de año. Eso ocurrió justamente en el mes donde la oposición kirchnerista se visualizó como nunca antes y en el cual Macri recibió más insultos, y es mucho decir, que en toda su carrera. Sin embargo, luego de esa ofensiva, la imagen de Macri creció. Es ingenuo sostener que las encuestadoras mienten ahora pero no lo hicieron en febrero, cuando detectaron la caída abrupta de su imagen: tan ingenuo como haber descreído de los estudios que advertían sobre los triunfos de Francisco De Narváez, o Sergio Massa o el propio Mauricio Macri. Si se lee correctamente lo que pasó en marzo, cuando arreció la protesta y, al mismo tiempo, creció Macri, ¿no hay una moraleja, algo de lo que la oposición debería aprender si quiere desplazar a Macri?

El método del insulto arrancó en la misma plaza de despedida a Cristina, el día en que ella se negó a entregarle el bastón a Macri. Continuó en la primera semana de Gobierno, cuando Héctor Recalde, presidente del bloque de diputados K presentó su primer pedido de juicio político contra el Presidente. Y siguió durante los quince meses de gestión, particularmente durante el último mes, cuando legítimas protestas se mezclaron con helicópteros, promesas de luchar hasta que caiga el gobierno, epítetos variados y delicadezas por el estilo. Tal vez esa estrategia frontal haya tenido alguna influencia en el conflicto docente, donde se aplicó una medida de fuerza.

El último fin de semana, a eso se le agregó la aparición del pronóstico de ‘enfrentamiento civil’. La democracia argentina lleva más de 33 años de vida. Ha atravesado crisis muy duras, donde los niveles de pobreza llegaron a duplicar los actuales. Ha habido hiperinflación, toma de cuarteles, sublevaciones militares, saqueos, renuncias anticipadas de Presidente. Nunca se produjo un enfrentamiento civil. ¿Por qué habría de haberlo ahora? Es difícil saber si el pronóstico es un desvarío, un deseo, una especulación, o en qué proporción se mezclan todas estas variantes. En cualquier caso no es precisamente una expresión reflexiva, ni moderada: es otro modo de la desmesura. Rambito y Rambón estarían contentísimos del diagnóstico: encontrarían su lugar en el mundo sin ningún riesgo, porque solo un delirante puede imaginar que ellos, justo ellos, Rambito y Rambón, pasarían a la clandestinidad.

A nadie se le ocurriría, presentar como candidata a Hebe de Bonafini para competirle a María Eugenia Vidal. Entonces, ¿por qué la oposición kirchnerista, que encima es el sector dominante de la oposición, esgrime un discurso tan parecido al de Bonafini, en su tono y en su contenido? Algunos dirigentes peronistas sostienen que es una marca de fábrica. Es lo que el kirchnerismo sabe hacer: putear, levantar el dedo, esgrimir una superioridad moral perpetua. No tiene flexibilidad para explorar otros caminos y solo puede triunfar o morir con las botas puestas. Otros argumentan que es una estrategia: el descontento social finalmente elegirá a quien se plante más claramente contra Macri. Otros lo ven como un gesto de desesperación: la crisis de Santa Cruz y la relativa debilidad de Cristina en las encuestas los obliga a gritar para seguir ocupando el centro de la escena, a la espera de que cambie el clima, tapar con alaridos las explicaciones que debe y nunca da. Y además, por supuesto, están los que sostienen que es una cuestión de principios, ante la gravedad de la hora. Quizá, como ocurre siempre, se trate de un mix entre todas las opciones.

Falta muy poco para saber si la estrategia es o no acertada. Hasta ahora, Macri le ganó a Cristina cada vez que la enfrentó: en Capital, en provincia de Buenos Aires y en el país. Eso ocurre porque tiene medido el fenómeno. El kirchnerismo actúa como el hombre que le gritó hijo de puta a Macri a las puertas de la parroquia de Tandil. Se saca las ganas. Se queda tranquilo consigo mismo. Descarga. Pero eso hace que los votos se le escurran. Tal vez en las próximas elecciones las cosas hayan cambiado y el hastío por el resultado de las políticas macristas cambie la constante de los últimos años. Pero las encuestas de estos días advierten que no es tan claro que eso suceda. Son apenas eso: una advertencia, en una situación muy volátil. Pero los buenos líderes, suponiendo que tal cosa existiera, son los que leen esas señales a tiempo.

© El Cronista

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