Por Ernesto Tenembaum
El sábado por la mañana, Mauricio Macri salía de la Iglesia
del Santísimo Sacramento en Tandil con su pequeña hija, cuando un puñado de
manifestantes se cruzó delante de su camioneta. "¡¡Hijo de puta!! ¡¡Hijo
de puta!!", le gritó uno de ellos, mientras otros le recriminaban por el
rumbo de su Gobierno. Ese hombre que lo puteaba, así, delante de las cámaras,
representa todo un estilo. Es un militante o, en todo caso, alguien enojado con
Macri, que se saca las ganas en cuanto lo ve.
Hay muchos que son o, al menos,
quisieran ser como él. Ahora, su reacción, premeditada o no, ¿le agrega o le
quita votos a Macri? Esa escena, donde un presidente es agredido verbalmente,
¿beneficia a la oposición o al oficialismo?. Seguramente, habrá quienes se
sientan tentados en minimizar ese insulto. En cada fiesta hay un borracho, se
dirá. Es, como se verá, equivocado. Ese estilo, esa puteada, es parte de la
dinámica política de estos tiempos y tendrá su efecto en las elecciones que
vienen.
Pongamos que quien insulta a Macri se llama Néstor.
Naturalmente, Néstor argumentará que Macri es el presidente de un gobierno
antipopular que está vendiendo el país, hambreando al pueblo y que dejará
tierra arrasada. Y que por eso merece todos los insultos del planeta. A los
efectos de esta nota, si tiene razón o no, es irrelevante. La pregunta es: esa
reacción que tiene cuando aparece Macri, ¿favorece su intento de desplazarlo
del poder o lo perjudica? La política consiste en convencer de las ideas
propias a quienes dudan. Dados los últimos resultados electorales, para el
kirchnerismo eso es de vida o muerte. Al putearlo a Macri, ¿Néstor convence a
un indeciso o lo aleja?
La pregunta es especialmente pertinente porque, desde que
asumió Macri, no solo Néstor lo puteó. El cantito "Macri, basura, vos sos
la dictadura" fue coreado decenas de veces por columnas que se identifican
claramente con la oposición kirchnerista en lugares hierpexpuestos. El titular
del PJ, José Luis Gioja, lo llamó "pelotudo" a Macri en un acto
partidario. Hebe de Bonafini no para de calificarlo como un tarado, hijo de
puta, miserable, canalla, hijo de remil putas y, por si quedara dudas, hijo de
recontramil putas. Luego de esas sutiles caracterizaciones, o de calificar como
"asesina" a María Eugenia Vidal, Bonafini es recibida con una ovación
en la carpa itinerante de Ctera. Es ‘Hebe’ dicen algunos, como si se le debiera perdonar todo en
homenaje a su pasado heroico, pero ‘Hebe’ es aplaudida, ovacionada, mimada por la dirigencia K, y nunca
desautorizada.
Las respuestas dominantes del alma kirchnerista a estas
enumeraciones son clásicas. Por un lado, sostienen que Cristina ha sido más
insultada que nadie en el mundo desde su mismísima creación, o sea, desde que
Eva le ofreció la manzana a Adán. Luego argumentan que sus propios insultos son
magnificados por los monopolios mediáticos. Finalmente, explican que, a
diferencia de Cristina, Macri merece esos insultos y otros aún peores. Otra
vez: es irrelevante. El punto es cuáles serían los efectos electorales de ese
particular estilo de debate.
En octubre se realizará la primera elección desde la llegada
de Macri al poder. Desde 1983, los gobiernos saldaron de distinta manera esos
desafíos. Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner triunfaron cómodamente
en su primer examen. Fernando de la Rúa y Cristina Kirchner, en sus dos
mandatos, fueron derrotados. En general, en esa elección, la sociedad evalúa al
mismo tiempo al gobierno que se fue y al que acaba de llegar. Es la campaña en
la que el pasado, el presente y la expectativa de futuro se mezclan de manera
más intrincada. Es lógico que luego, una vez transcurridos cuatro años, a cada
cual se lo evalúe por lo que hace y ya no por contraste con sus antecesores.
Pero la democracia es un sistema de opciones. Y el
kirchnerismo, con el peculiar método que ha elegido, empieza a conseguir que en
octubre se juzgue no solo la manera en que gobernó cuando estuvo en el poder,
sino la que elige cada día para ejercer la oposición. Hay un dato de esta
semana que es muy revelador: en el último mes, el gobierno recuperó la mitad de
los puntos de imagen perdidos desde principios de año. Eso ocurrió justamente
en el mes donde la oposición kirchnerista se visualizó como nunca antes y en el
cual Macri recibió más insultos, y es mucho decir, que en toda su carrera. Sin
embargo, luego de esa ofensiva, la imagen de Macri creció. Es ingenuo sostener
que las encuestadoras mienten ahora pero no lo hicieron en febrero, cuando
detectaron la caída abrupta de su imagen: tan ingenuo como haber descreído de
los estudios que advertían sobre los triunfos de Francisco De Narváez, o Sergio
Massa o el propio Mauricio Macri. Si se lee correctamente lo que pasó en marzo,
cuando arreció la protesta y, al mismo tiempo, creció Macri, ¿no hay una
moraleja, algo de lo que la oposición debería aprender si quiere desplazar a
Macri?
El método del insulto arrancó en la misma plaza de despedida
a Cristina, el día en que ella se negó a entregarle el bastón a Macri. Continuó
en la primera semana de Gobierno, cuando Héctor Recalde, presidente del bloque
de diputados K presentó su primer pedido de juicio político contra el
Presidente. Y siguió durante los quince meses de gestión, particularmente
durante el último mes, cuando legítimas protestas se mezclaron con
helicópteros, promesas de luchar hasta que caiga el gobierno, epítetos variados
y delicadezas por el estilo. Tal vez esa estrategia frontal haya tenido alguna
influencia en el conflicto docente, donde se aplicó una medida de fuerza.
El último fin de semana, a eso se le agregó la aparición del
pronóstico de ‘enfrentamiento civil’. La democracia argentina lleva más
de 33 años de vida. Ha atravesado crisis muy
duras, donde los niveles de pobreza llegaron a duplicar los actuales. Ha habido
hiperinflación, toma de cuarteles,
sublevaciones militares, saqueos, renuncias anticipadas de Presidente. Nunca se
produjo un enfrentamiento civil. ¿Por qué habría de haberlo ahora? Es difícil
saber si el pronóstico es un desvarío, un deseo, una especulación, o en qué
proporción se mezclan todas estas variantes. En cualquier caso no es
precisamente una expresión reflexiva, ni moderada: es otro modo de la
desmesura. Rambito y Rambón estarían contentísimos del diagnóstico:
encontrarían su lugar en el mundo sin ningún riesgo, porque solo un delirante
puede imaginar que ellos, justo ellos, Rambito y Rambón, pasarían a la
clandestinidad.
A nadie se le ocurriría, presentar como candidata a Hebe de
Bonafini para competirle a María Eugenia Vidal. Entonces, ¿por qué la oposición
kirchnerista, que encima es el sector dominante de la oposición, esgrime un
discurso tan parecido al de Bonafini, en su tono y en su contenido? Algunos
dirigentes peronistas sostienen que es una marca de fábrica. Es lo que el
kirchnerismo sabe hacer: putear, levantar el dedo, esgrimir una superioridad
moral perpetua. No tiene flexibilidad para explorar otros caminos y solo puede
triunfar o morir con las botas puestas. Otros argumentan que es una estrategia:
el descontento social finalmente elegirá a quien se plante más claramente
contra Macri. Otros lo ven como un gesto de desesperación: la crisis de Santa
Cruz y la relativa debilidad de Cristina en las encuestas los obliga a gritar
para seguir ocupando el centro de la escena, a la espera de que cambie el
clima, tapar con alaridos las explicaciones que debe y nunca da. Y además, por
supuesto, están los que sostienen que es una cuestión de principios, ante la
gravedad de la hora. Quizá, como ocurre siempre, se trate de un mix entre todas
las opciones.
Falta muy poco para saber si la estrategia es o no acertada.
Hasta ahora, Macri le ganó a Cristina cada vez que la enfrentó: en Capital, en
provincia de Buenos Aires y en el país. Eso ocurre porque tiene medido el
fenómeno. El kirchnerismo actúa como el hombre que le gritó hijo de puta a
Macri a las puertas de la parroquia de Tandil. Se saca las ganas. Se queda
tranquilo consigo mismo. Descarga. Pero eso hace que los votos se le escurran.
Tal vez en las próximas elecciones las cosas hayan cambiado y el hastío por el
resultado de las políticas macristas cambie la constante de los últimos años.
Pero las encuestas de estos días advierten que no es tan claro que eso suceda.
Son apenas eso: una advertencia, en una situación muy volátil. Pero los buenos
líderes, suponiendo que tal cosa existiera, son los que leen esas señales a
tiempo.
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