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miércoles, 12 de abril de 2017

Cada generación tiene un precio que pagar

Los inmigrantes que llegaron a la Argentina iniciaron una nueva etapa para el país.
Por Daniel Muchnik

Aquí y ahora. Es el ‘tiempo líquido’ que hablaba Zygmunt Bauman. No importa ayer, el mes pasado, hace medio siglo. ¿O acaso sí importa porque los contextos en algún punto aparentemente se parecen?

Días atrás me llamó un ex-alumno de la Universidad. Estaba angustiado por los acontecimientos del presente. Que Trump, que Siria, que la tensión china- Washington y la rusa-Washington. Y los atentados y el Isis y la demencia terrorista. Y Corea del Norte enloquecida y loca.Y Argentina, con Macri, con las manifestaciones en la calle.

Traté de calmarlo. No fue fácil. Entonces apelé a la memoria histórica que no es un testimonio único y valedero pero sirve para trazar comparaciones. Y para confirmar que cada generación paga un precio. La incertidumbre se adueña de las almas y enceguece a las personas, siempre, en los siglos de los siglos.

¿Qué les pasó a nuestros abuelos inmigrantes? Llegaron a un mundo desconocido, sin conocer la lengua cotidiana e indispensable para poder comer y encontrar un techo. Llegaron muy pobres en extremo con expectativas de salir de la miseria. Los que llegaron burguesmente acomodados fueron unos pocos. El pelotón mayor mostró su desamparo. Los italianos fueron menospreciados y se los identificaba con el crimen. O los ‘niños bien’ se especializaban en vejarlos. Para la policía los españoles eran todos anarquistas hasta que Miguel Cané (el autor de la cándida obra ‘Juvenilia’) aplicó la Ley de Residencia. El extranjero protestón o en huelga y con antecedentes era remitido a su país de origen. Los alemanes aportaron el socialismo.

A los judíos de ciudad se los relacionaba con el universo prostibulario. Los judíos de las colonias tuvieron que vivir unos meses en cuevas en la tierra y por techo una chapa perforada. Pese a todo, pese a todas estas injusticias había movilidad social ascendente. Pocos años después del arribo ya conseguían el lote y levantaban la casa. Y los hijos podían ir a la escuela y luego a la universidad. Conquistas que en Europa no hubieran podido forjar ni soñando.

Y eso porque vivían en una Argentina que era la 8va o 9na potencia mundial y los que mandaban tenían un proyecto de país contra viento y marea.

Todo aquel paraíso se derrumbó en entre 1918 y 1930. Y mucho más en la década que le siguió. Crecieron las ciudades y el tranvía llegaba hasta bien lejos del centro.

En los años que siguieron Argentina recibió el impacto de una tremenda crisis internacional financiera y económica, con millones de desocupados en todo el hemisferio norte. Entonces nadie podía ver claramente el horizonte. Pese a todo el país amasó una clase media amplia y heterogénea dispuesta a competir por el poder.

Fue un conservador como Federico Pinedo el que diseñó un Plan Industrial antes de los primeros bombardeos sobre Inglaterra y la ocupación de Francia por los alemanes. Como fueron los conservadores los que hicieron los grandes edificios ministeriales y bancarios y construyeron la misma red caminera que existe hoy en día.

Y nuestros abuelos no estuvieron más en la tierra pero pudieron ganarle a la desidia, a la imprevisión burocrática y dejar el pasado atrás. Muchos de ellos compartieron el temor por las amenazas de aquellos terribles años 30, donde Occidente quiso ponerle freno a la ‘Ola roja’ del comunismo. Compartieron el terror que impuso el nazismo. Y la sangría del enfrentamiento sin miramientos en España entre los militares rebeldes y los republicanos. Aquel conflicto pegó fuerte en la Argentina. Los españoles de aquí la vivieron con intensidad cardíaca.

Después vino una guerra, que se inició en 1939 y terminó en 1945 donde se utilizaron armas temibles como las atómicas que cayeron sobre Nagasaki e Hiroshima. La ciencia había construido un monstruo arrasador de la especie.

Nuestros padres eran muy jóvenes pero advirtieron el peligro y sintieron mucho miedo. Los diarios en Buenos Aires traían informaciones precisas de lo que los aliados habían resquebrajo: Corea, Vietnam, Irak, Afganistán, antes de la desaparición de la Unión Soviética y después de la caída del Muro.

La furia no cesó ni asoma el sol. Parte del final de los 60 y la década del 70 en la Argentina se vivió pendiente de un hilo. Las experiencias bélicas no han servido de enseñanza. Hoy ya se mata a distancia, con cohetes guiados por GPS que destruyen un edificio en medio de un barrio tumultuoso. La desigualdad profunda, no solucionada a tiempo por los demócratas, que habían dejado los republicanos, recrudeció y esculpieron ese personaje indescriptible que es Trump, dispuesto a cualquier cosa.

En Europa la crisis económica ha parido nuevos pobres, achicó las clases medias, los arrastró al pantano de la xenofobia, el racismo y el antisemitismo. Esta ultraderecha ya tiene representantes en los parlamentos de varios países. China quiere constituirse en la primera potencia mundial: no permite que nadie ose apropiarse de un rincón del mar que la rodea. En el plano comercial compra empresas, invierte. Se ha adueñado de las riquezas del Africa y ahora intenta negociar con América latina mientras Estados Unidos se retrae de sus anteriores dominios.

Las generaciones de nuestros abuelos y de nuestros padres pagaron su precio por las locuras del mundo. A nosotros y a nuestros hijos nos toca conseguir las claves para alcanzar la sabiduría, el sentido común que separa lo aceptable de lo inaceptable, lo moral de lo inmoral. Y protegernos de las locuras crecientes que pesan sobre el planeta.

© El Cronista

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