El ex presidente
acerca inquietudes y propuestas al Gobierno. Las encuestas que más preocupan.
Por Roberto García |
Encaje antiguo: vuelve Duhalde. Un síntoma de la crisis, tal vez.
Luego de deambular errático durante años, sin lugar en la política y con
revisiones técnicas en su madeja cerebral, jubilado y con tiempo, el ex
presidente afinó relaciones con el macrismo al extremo de que el Gobierno se
convenció de ubicarlo como secretario general de la Unasur en lugar de su
inicial pretensión, José Octavio Bordón (al que otros Estados rechazaron porque
no había sido mandatario ni canciller y al cargo le reservan esa privilegiada
categoría previa).
Consintió Duhalde en principio, también otros gobiernos,
empujó Luis Juez desde Ecuador, estimuló el canciller en las sombras Fulvio
Pompeo y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, se pegó en la frente diciendo: ¿Cómo
no nos dimos cuenta antes? (recordar que se sentaron juntos para escuchar el
último discurso de Macri en el Congreso). Se acercó entonces Malcorra con la
propuesta y, entonces, Duhalde desistió de suceder al colombiano Ernesto Samper
bajo el argumento de que debía, aún, realizar tareas en el país. Nadie se
ofendió.
Es público que Duhalde trata de asistir a la Casa Rosada vía
José Torello –un íntimo del Presidente que oficia como jefe de
asesores– y, por ejemplo, ante lo que consideraba un conflicto venidero,
organizó un encuentro de especialistas en Educación: dos de Massa, dos del PJ,
dos de la UCR, dos del Gobierno. Hubo mociones, sugerencias, a casi todas las
descartó Bullrich, como si no hubiera ninguna catástrofe a prevenir. Luego vino la huelga.
También propiciaba Duhalde, colándose entre los intendentes, distintas alternativas electorales para dividir la masa o masita cristinista a participar en las próximas elecciones de octubre. Hasta hace un mes, los jefes municipales se ofrecían como inspiradores de colectoras (armar sus propias listas provinciales y distritales, reservarle a Macri los candidatos al Senado y a diputados), o de postulantes propios en general distanciados de los K y hasta la creación de agrupaciones por fuera de los partidos con más voluntad de fraccionar que de ganar (caso: Hilda “Chiche” Duhalde en La Matanza). Un multiple choice para Macri, quien se demoró en responder discutiendo con su craneoteca (siempre, claro, debe haber alguna demanda complementaria en esas ocurrencias de autoayuda), tampoco la gobernadora Vidal pudo imponer condiciones aunque compartía criterios negociadores con esos caciques que la trataban dulcemente de “María Eugenia”, como si la conocieran de toda la vida. Quizás porque ahora se viste como su adorada de entonces. Esos mendicantes, entonces, se debieron apartar de la escena por el atraso en las respuestas y debido a que el Presidente comenzó a desmoronarse en las encuestas, más en las distritales y específicas que en las nacionales: de socio tentador derivó a neutro acompañante o rival potencial.
Para salir de ese encierro del Gobierno, elabora contratos y alquileres,
Duhalde ya había hecho su sugerencia: desdoblar los comicios (una fecha para
cargos municipales, otra para los nacionales), convencido de que los
intendentes se esforzarán para conservar su poder en una primera vuelta y, en
la segunda, desligarse de acompañar jefaturas que no comparten aunque sean del
mismo partido. Hubo un primer rechazo plano a esa iniciativa, pero ahora entró
en estudio: lo que va de un mes a otro, según el vaivén de los sondeos de
opinión. Mientras, Duhalde hace su juego. Por un lado, teje
con el sindicalismo un proyecto para trasladar los restos de Evita a San
Vicente, a un mausoleo compartido con lo que queda del General Perón. Hasta hay
un proyecto de ley al respecto (lo escribió Eduardo De Lázzari, ex titular de
la Suprema Corte bonaerense) para evitar complicaciones legales invocadas por
familiares de la Abanderada. Junta adhesiones, recorre la Provincia y el país
con esa excusa, reparte diplomas a quienes participan de sus encuentros, sólo
tiene reparos de los gremialistas. Según Duhalde, el traslado debe ser a pulso,
lo que motiva cierta reticencia de su audiencia: “¿A pulso?, no. Hace tanto que
dejamos de trabajar”.
Objetivo PJ. Lo que motiva más a Duhalde, no obstante, es otro movimiento: convertirse
en titular del Partido Justicialista luego de las elecciones de octubre (si
se salvan o no litigios jurídicos con actas truchas, algún hombre de Macri y
hasta un nuevo interventor). Quiere internas y elecciones para llegar al cargo,
ser de nuevo un referente y supone contar con De la Sota, la aquiescencia de
Gioja y hasta la no intromisión de Cristina, quien ha confesado en tardío
reconocimiento: Duhalde no es mala persona. Para Ella, como se sabe, antes era
Al Capone. Aunque nunca rechazó el regalo de Capone. Ya se ha visto Duhalde
hasta con Guillermo Moreno, se encerró tres horas con Daniel Scioli –luego se
descubrió que no hablaban reservadamente sino que jugaban al ajedrez–, llama a
todo el mundo a su oficina de San Telmo, le va a pedir a Sergio Massa que no se
presente este año a las elecciones y conserva, obviamente, el teléfono rojo con
el Gobierno, sin tener que pagar la cuenta. Como antes que lo auspiciaran de
representante en la Unasur. Volver a vivir.
Hombre de encuestas, también maneja otros números inquietantes para Macri. El primero se vincula a la caudalosa y decisiva tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires: allí, los expertos, dicen que para ganarle al peronismo en la Provincia, hay que perder por no más de 150 mil votos, como le ocurrió cuando ganaron De Narváez y luego Massa. Como se sabe, hace poco, quizás exageradamente, Emilio Monzó dijo que estaban un millón de votos abajo. Sepultura, si es cierto.
El otro número que preocupa a Macri, según Duhalde, se relaciona conlos
treinta distritos que concentran y determinan el 76% del resultado electoral. De
ese volumen, 17 corresponden hoy al peronismo y Frente para la Victoria, diez
para Cambiemos y tres para Massa, con la evidencia probada de que el
oficialismo macrista tropieza en más de uno de sus dominios, sea Mar del Plata,
La Plata, Bahía Blanca, Quilmes o Lanús.
No demasiado alentador el panorama para el Gobierno –con un
Duhalde que en cualquier momento promueve una megadevaluación, si es coherente
con su historia– y que promueve una pregunta hasta ahora no formulada. Si se
presenta Cristina y gana en la provincia de Buenos Aires, ¿qué ocurre en el
país, en el Gobierno, en la economía, en las finanzas, en sus centros de poder,
en sus instituciones? No se conoce ningún simposio sobre esta posibilidad,
correspondería un ensayo al menos.
© Perfil
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