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miércoles, 29 de marzo de 2017

Qué no es una sociedad libre

Por Javier Marías
Periódicamente, uno llega a la conclusión de que a buena parte de los españoles no les gustan la democracia ni las sociedades libres (o lo que se conoce como tales, inexactamente). Es más, les parecen un estorbo, un engorro, una atadura. Si bien se piensa, no tiene demasiado de extraño, dada nuestra trayectoria histórica y dado de dónde salimos hace unos cuarenta años.

España sigue llena de admiradores de Franco, y lo peor es que los hay en casi todos los partidos, sean de derechas, de izquierdas, nacionalistas, o demagógicos y totalitarios (lo que ahora se llama benévolamente “populistas”). Unos dicen odiarlo, a Franco, pero no dejan de imitarlo y por lo tanto de admirarlo. Por no hablar de otras figuras, pasadas y actuales, que también se le parecen. Hoy descuellan Putin, Erdogan, Trump, Orbán, Szydla y Maduro, por ceñirnos a los que tienen el poder en sus manos.

He dicho “buena parte de los españoles”. Los líderes son unos pocos, sin embargo. Pero a ellos hay que añadir a muchos de los militantes de los respectivos partidos y a no pocos de sus electores, que con sus votos los aplauden y procuran que manden. El número, así, crece insospechadamente. El PP sabemos hace mucho que es escasamente democrático: lo demuestra con creces cada vez que obtiene mayoría absoluta e impone leyes sin discutirlas con nadie y en contra de los ciudadanos. La ley mordaza y la conversión de TVE en una fábrica de propaganda (o, en su defecto, en una grotesca página de sucesos) son sólo un par de pruebas fehacientes. ERC, PDECat y la CUP son formaciones con vocación absolutista, dispuestas a dar golpes de Estado encubiertos y a imponer su voluntad sin mayoría a todos los catalanes: sus triquiñuelas y su uso de TV-3 y demás medios públicos superan la manipulación del PP, si ello es posible. De Bildu y similares no hablemos, nunca han ocultado sus simpatías por los métodos violentos para doblegar a quienes no están de acuerdo con ellos.

Ahora ha salido a la luz algo sabido hace tiempo por cuantos escribimos en prensa: la petición de amparo de la Asociación de la Prensa de Madrid ante los ataques e intimidaciones por parte de Podemos y sus acólitos orquestados. No sé si, como afirma la APM, provienen de sus dirigentes. Lo que es de sobra conocido es que, persona que critica a ese partido, persona objeto de difamación e insultos concertados en las redes sociales. Dejemos de lado a esos líderes, que han alegado no poder controlar a sus militantes más fanáticos. De los partidos también revela mucho su clase de militantes o forofos, porque de ellos saldrán los mandatarios y cargos futuros. Pero es que además Pablo Iglesias pone en cuestión la libertad de prensa “porque a la prensa nadie la ha elegido” (cito de memoria). Veamos. En una sociedad libre y democrática se eligen los gobernantes, nada más, y no se les extiende un cheque en blanco por ello. Sólo en las totalitarias (ya lo expresa la palabra) esos elegidos o golpistas, según el caso, invaden hasta el último rincón y lo regulan todo, sin permitir que nada escape a su vara. Se empieza por decidir quiénes pueden fundar un periódico o tener una emisora, después quiénes pueden escribir o hablar en ellos, más tarde quiénes pueden hacer películas o escribir novelas, y se acaba por señalar quiénes pueden abrir una tienda o un bar o sentarse en los bancos de los parques. Más o menos lo que hemos visto hacer en películas y series a las diferentes mafias, desde los Soprano hasta la Camorra, que, como recordarán sus espectadores, dan o niegan la venia hasta para limpiar la hojarasca de “sus” barrios. Que hay y ha habido Gobiernos que se comportan como mafias, tenemos cuantiosas muestras fuera de las ficciones. Eso sí, encima tratan de legitimarse porque “han sido elegidos” o “aclamados”. Como si eso bastara para actuar a su antojo y controlarlo todo. Los totalitarios se amparan a menudo en lo que llaman “democracia directa”, a base de consultas, referendos y plebiscitos. Del timo que esto supone numerosas veces, habrá que hablar otro día, con el ejemplo flagrante de los convocados por el Ayuntamiento de Madrid con un cinismo sonrojante y no muy distinto del de los regidores del PP anteriores. Del adversario ideológico también se aprende, cuando éste es hábil y queda impune. Lo mismo que han aprendido de Franco sus aventajados alumnos de Junts pel Sí: fue Franco quien inventó –en tiempos recientes y en nuestro territorio– que quien lo atacara a él atacaba a la patria.

Va siendo hora de que los españoles que sí quieren una sociedad libre y democrática, en la que no haya que mostrar adhesión para todo, se den cuenta de que la que hemos tenido durante los últimos cuarenta años (tan imperfecta y frustrante como quieran) está amenazada por demasiados flancos. Cruzarse de brazos supone allanarles el camino a los amenazantes. Ustedes verán qué hacen y qué votan, a la próxima. Ustedes verán si hacen algo, o no hacen nada.

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