Por Fernando Savater |
Parece que va
siendo evidente que la distopía que nos corresponde no es 1984, de Orwell, sino Un mundo feliz, de
Aldous Huxley, en el que hay consenso para que desaparezca por nocivo y
peligroso el “amor romántico”, ese pleonasmo (como el agua húmeda). Sin amor
sólo quedará el sexo como placer y fiesta, una especie de amor sin espinas,
como los filetes de pescado congelado.
Punto final a esa manía alucinatoria de
buscar nuestra otra mitad, el cariño absoluto que da sentido a la vida o
compensa de no encontrarlo, los celos y recelos, las cóleras y
reconciliaciones, la pérdida, la fatiga asombrosa de querer. “Si duele no es
amor”, han decretado los coachs (esos psicólogos
para quienes no tienen ya psique). Así podemos despachar el estorbo de casi
toda la literatura occidental, basada en que solo es amor si duele. Y sus
contradicciones: el poeta que se queja de la espina en el corazón clavada y
cuando se la quitan protesta porque ya no siente el corazón... ¡Bah, no tienen
pensamiento positivo, no saben pasarlo bien! Así les va a las pobres chicas,
Emma, Ana, Desdémona... el último beso de Otelo. ¡Otelo! ¡Cómo no le da
vergüenza a Shakespeare ser tan romántico al hablar de la violencia de género!
Necesitamos menos poetas y más pilates: hay que decírselo a los adolescentes
enseguida, para que no se amarguen la vida.
Olvidemos el
bárbaro pasado y sus neuróticos arrebatos. Adiós a morbosas torturas como las
que describe T. S. Eliot (trad. Andreu Jaume): “¿Quién concibió pues
el tormento? El Amor. / El Amor es el nombre más siniestro /
escondido en las manos que bordaron / la insoportable camisa de
fuego / que las fuerzas humanas no quitaron. / Tan solo suspiramos,
tan solo vivimos / por fuego y por el fuego consumidos”.
© El País (España)
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