Por Constanza Mazzina
La tradicional conceptualización de la ciencia política que
distinguía entre autoritarismo y democracia ha sido superada por la misma
realidad. Esto es lo que está ocurriendo en las últimas horas en la Venezuela
de Maduro.
El Tribunal Supremo de Justicia advirtió que ejercerá las
competencias parlamentarias de la Asamblea Nacional mientras persista lo que considera como una
situación de "desacato". La sentencia indica que "se advierte
que mientras persista la situación de desacato y de invalidez de las actuaciones
de la Asamblea Nacional, esta Sala Constitucional garantizará que las
competencias parlamentarias sean ejercidas por esta Sala o por el órgano que
ella disponga". Es decir que, de ahora en adelante, el poder judicial
cumple funciones legislativas.
Esta situación supera la posibilidad de hablar de democracia
“de baja calidad” en el país. Una democracia de baja calidad se caracteriza por
la extensión de la corrupción, el gobierno por decreto, el clientelismo, y un
ineficaz sistema de frenos y contrapesos. La erosión del sistema de frenos y
contrapesos comenzó cuando la Asamblea quedó en manos opositoras y Maduro
decidió desconocer su autoridad. Y ahora el Tribunal los borra de un plumazo.
La oposición habla de golpe de estado, la OEA de autogolpe.
Pero este nuevo golpismo es diferente de aquél que recorrió y caracterizó el
siglo XX latinoamericano. Es un golpismo ejercido por la misma autoridad que
llegó al poder mediante un proceso electoral y que, legitimado en ese origen,
ha decidido asumir la suma del poder, esto es, dejando de lado la división de
poderes y asumiendo todo en su persona. Resta decir que el Supremo Tribunal
responde abierta y directamente a Maduro.
En rueda de prensa, el opositor y presidente de la Asamblea
Nacional, Julio Borges, denunció que "es una dictadura que la comunidad
internacional tiene que ayudar a que se prendan las alarmas para apoyar la
decisión del pueblo venezolano para que cambiemos esta dictadura por una
Venezuela de libertad, justicia y democracia". Este es un punto de
inflexión para las democracias latinoamericanas, un punto de quiebre para
Venezuela.
Hoy el gobierno de Maduro se encuentra más cerca de un
autoritarismo electoral que de una verdadera democracia. Lejos quedaron los
deseos que Simón Bolívar expresaba en el Discurso de Angostura: “Mi deseo es
que todas las partes del gobierno y administración, adquieran el grado de vigor
que únicamente puede mantener el equilibrio, no sólo entre los miembros que
componen el gobierno, sino entre las diferentes fracciones de que se compone
nuestra sociedad.”
La democracia es algo más que un proceso electoral, esto
conforma una legitimidad de origen, pero no de ejercicio. El juego político
venezolano y las reglas instaladas por Maduro lejos se encuentran del ejercicio
democrático del poder. Así, Venezuela tiene una democracia quebrada, y Maduro
una democracia de barricada. Encerrado en su propio círculo y en su propio
juego, ajeno incluso a las tribulaciones económicas que hoy sufre el pueblo
venezolano.
El reconocido O´Donnell decía que las democracias mueren de
muerte lenta. En Venezuela ha muerto la democracia. La democracia ya no
agoniza, se ha terminado. ¿Seremos entonces espectadores impasibles del fracaso
democrático? ¿Se encuentran las instituciones latinoamericanas y nuestros
propios líderes preparados para responder ante estos hechos? Quisiera pensar
que sí. Que aún podemos hacer algo.
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