Por Ignacio Fidanza |
Es curioso cómo se dan las cosas. La conducción de la CGT
vive por estas horas un escarnio público, sobre todo de los seguidores de
Cambiemos, que apelan al recurso fácil de vincular la toma del atril de la
marcha del pasado martes con el cajón de Herminio Iglesias. La sintaxis es
clara: Peronismo es violencia política.
Lo que esa lectura rápida elude es que si acaso comete un
pecado la CGT -por llamarlo de alguna manera-, es resistir la presión de sus
bases para que convoque a un paro general.
Es decir, les tomaron el palco por apoyar al Gobierno, no
por desestabilizarlo.
Carlos Pagni, a quien nadie puede acusar de peronista, lo
dijo claro este miércoles en el Congreso de Economía Argentina realizado en
Puerto Madero: Uno de los factores determinantes que explica la posibilidad de
que pese a todo Cambiemos gane las elecciones de este año, es la
"solidaridad" del sindicalismo que mantiene dividido al peronismo.
La solidaridad se entiende por la negativa. Es decir: ¿Qué
ocurriría si la CGT se sumara alegremente al rechazo cerrado del kirchnerismo
al Gobierno? Se trata de un aporte que vale doble porque lo hace en contra de
su propia base política.
Pero más importante aún, a los que se burlan de la CGT
habría que preguntarles qué tal le iría a la administración de Macri sin esa
válvula -que aún desgastada- sigue siendo uno de los pocos resortes reales que
le quedan a la Argentina para regular el conflicto social.
A la CGT le tomaron el palco por apoyar al Gobierno, no por
desestabilizarlo. Un apoyo que vale doble porque lo hace contra su propia base.
Claro que sería mucho más fácil hacer populismo y convocar sin pensarlo dos
veces, a un paro general.
Claro que pesa la interna con Cristina, pero aunque suene
políticamente incorrecto decirlo, acaso en el sindicalismo peronista también
inciden razones más profundas: La certeza que una debacle del Gobierno sólo
agravaría una situación por demás delicada que ya viven los trabajadores. No
hay que ser un genio de la política, para entender que en el colapso los
primeros en perder son los que menos tienen.
Si es verdad que existen los brotes verdes, si es cierto que
este año la economía va a rebotar entre dos y tres puntos, estamos hablando de
meses. Sería fácil hacer populismo y convocar a un paro, pero la conducción de
la CGT con una responsabilidad que nadie le va a reconocer, hizo un
extraordinario esfuerzo para comprarle tiempo a Macri -y a la gente-.
Pero claro, los peronistas son violentos y golpistas. Y los
radicales inútiles que no saben gobernar. Los lugares comunes de las
simplificaciones autoritarias, no son el mejor aporte para superar las taras de
nuestra democracia.
Lo interesante es que Macri siempre tuvo clarísimo donde
estaba la llave de su gobernabilidad. No en los empresarios, que en la
Argentina no constituyen un bloque homogéneo y en la mayoría de los casos ni
siquiera tienen un modelo de país.
Macri cuida su relación con el sindicalismo peronista con
una dedicación absolutamente racional. Es ese lado pragmático de su Gobierno lo
que le da el plus que volviendo a Pagni, lo diferencia de De la Rúa, que hizo
la estupidez de pedirles la declaración jurada -¿Se acuerdan de Patricia
Bullrich?- y sobre el pucho intentar imponerles una reforma laboral. Sabemos
como terminó esa experiencia.
Lo notable es que apelando a categorías antiguas, pero que
siguen siendo muy gráficas, el Presidente es en este punto mucho menos gorila
-aunque sea por conveniencia- que buena parte de su base electoral. Pero claro,
debe ser esa amplitud de mirada que fuerza la obligación de gobernar. Acaso,
una de las pocas cosas interesantes que ofrece el poder.
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