Por Facundo Falduto
Volvió a ponerse de moda. "Destituyente", el
término que tanto se usaba en los últimos años del kirchnerismo, está de nuevo
en el centro de la escena, esta vez en boca de funcionarios de Cambiemos y
periodistas independientes.
La marcha de la CGT, los piquetes en la 9 de julio,
el reclamo de los docentes, y hasta el Paro Internacional de Mujeres del 8 de
marzo: son todas maniobras políticas cuyo fin es el derrocamiento de Mauricio
Macri y la reinstauración en el poder de Cristina Fernández
de Kirchner, quien, de alguna forma, está detrás de todas estas operaciones.
Eso, claro, si les creemos a los dirigentes oficialistas y comunicadores que
agitan el fantasma del golpismo.
¿Cómo no va a haber un golpe de Estado en marcha, si hoy Luis
D'Elía tuiteó que era inminente la renuncia
del presidente? Fino operador político, el titular de MILES parece olvidar que,
si Macri presenta la renuncia, quedaríamos en manos de una presidencia de Gabriela
Michetti. Incluso si ella se subiera al proverbial helicóptero, asumiría en
su lugar el mejor mandatario de los últimos tiempos, el presidente provisional
del Senado Federico Pinedo; seguido en la línea sucesoria por Emilio
Monzó y Ricardo Lorenzetti. Ninguno de ellos milita en La
Cámpora, por lo que sabemos. Cualquiera de los últimos tres estaría obligado a
convocar una Asamblea Legislativa, que debería elegir al presidente provisorio.
Y si bien la Ley de Acefalía no lo obliga, ese
presidente provisorio (que, asumimos, sería uno de los "golpistas")
debería convocar a nuevas elecciones. ¿Quién está en condiciones de ganar hoy
una elección nacional? ¿El propio D'Elía, Baradel, el triunvirato de la CGT,
las mujeres que metieron presas por estar cerca de la Catedral después del 8M?
¿Cristina, que tiene la imagen negativa más alta que cualquier otro
presidenciable? Creer en ese nivel de coordinación y cooperación en un país
donde a duras penas se puede organizar la evacuación de un recital es un exceso
de optimismo.
Nada de esto es nuevo. En Argentina, el término
"destituyente", como adjetivo o sustantivo, es un atributo de quien
ejerce el oficialismo de turno. Como un mueble de la Rosada, la usa el que está
adentro, señala el editorialista Martín Rodríguez. Cristina lo
inauguró en 2008, durante el famoso conflicto con el campo. Lo sacó del
cajón de su escritorio cada vez que el equilibrio de fuerzas le era adverso: en
2010 contra la oposición, cuando intentaba remover a Martín Redrado del Banco
Central; dos años después contra los cacerolazos; y hasta en 2015 contra los
que marchaban en reclamo de justicia para Alberto Nisman. Todas situaciones en
las que el kirchnerismo creía tener razón y no estaba dispuesto a dar marcha
atrás. Y a pesar de todas las veces que denunció un intento desestabilizador,
CFK terminó su mandato como estaba previsto (sin contar la lamentable novela
del traspaso de mando), el 10 de diciembre de 2015.
Como entonces, ninguno de los reclamos que complican al gobierno de
Cambiemos tiene como objetivo asumir el poder, ni destituir al presidente, ni
mucho menos. Son, por supuesto, reclamos políticos, con interés político. Los
trabajadores y sindicatos nucleados en la CGT quieren modificar un programa
económico que les resulta adverso, igual que los chacareros que cortaban rutas
hace nueve años. Lo dijo claro Héctor Daer hoy al anunciar el paro del 6 de abril:
"Venimos planteándole rectificación de políticas que han llevado a la
destrucción de cantidades importantísimas de puestos de trabajo". Y Juan
Carlos Schmid acotó que la medida de fuerza "no constituye ningún
programa alternativo porque nosotros no fuimos votados por la ciudadanía".
Todo reclamo es político. Cualquier intento por modificar una situación
social o modificar la distribución de recursos es política. Por supuesto que
Baradel tiene una intencionalidad política y busca la reelección en SUTEBA. La misma
intencionalidad política tiene María Eugenia Vidal, que elige
profundizar un conflicto porque sabe que es la dirigente con mejor imagen del
país, y que un enfrentamiento con los sindicatos, los organismos con peor imagen, solo refuerza
su posición. La gobernadora no será candidata este año, pero sí estará al
frente de la campaña bonaerense, apoyando a quienes sean los postulantes de
Cambiemos. Solo en ese contexto tiene sentido que apueste al desgaste contra
los gremios, mientras pide que los docentes "sean sinceros y digan
si son kirchneristas". En el medio están los alumnos, que llevan una
semana sin clases; y los maestros que no quieren conformarse con un aumento de
19% después de un 2016 con 40% de inflación. La elección de ganar menos o no
también es política. Con su planteo, Vidal parece decir que los docentes
deberían bancar este proyecto y aceptar empobrecerse, o
afiliarse al Frente Para la Victoria. La paritaria docente funciona como
testimonio para la de muchos otros sectores: ¿Qué opinará el Gobierno
sobre el resto de los trabajadores cuando reclamen ganar lo mismo que el año
pasado?
Los movimientos sociales cortan las calles, básicamente, porque pueden. El gobierno tiene
la opción de reprimir (que empeoraría su imagen ante sectores que, de cualquier
forma, no lo apoyan) o dejarlos hacer (lo que haría caer su apoyo entre la
oposición pero lo reforzaría entre sus partidarios). Por algún motivo, elige lo
segundo. Como eligió reglamentar la Ley de Emergencia Social y
darles 30.000 millones de pesos a los mismos movimientos
sociales. Lo inentendible es que no haya negociado contraprestaciones a esa
norma. Entre todos los coordinadores de coordinación y funcionarios de enlace
ciudadano que se designaron, sería razonable que alguno se encargue de
intermediar con los movimientos sociales para evitar los cortes.
Flaco favor le hacen al gobierno los periodistas que creen ver en estos
movimientos un ánimo destituyente. Terminan instalando la idea de un gobierno
débil, que es pasible de ser puesto en esa posición, después de un 2016 en el
que Cambiemos demostró todo lo que puede hacer, incluso en minoría
parlamentaria. Tampoco ayudan los que agitan el neogorilismo de
un peronismo golpista, responsable de las caídas de De La Rúa, Alfonsín, Illia,
Frondizi e Irigoyen. Si los apuran también dicen que el peronismo promovió la
revolución de 1890 y fusiló a Dorrego. Este revisionismo berreta,
además de profundizar la famosa grieta, olvida que el justicialismo actual está
atomizado y muy lejos de una eventual unidad que lo transforme en
nueva alternativa de poder. Lo único que logran es acercar los fantasmas de debilidad
del gobierno. Despejar la regla de tres simple: si los periodistas independientes que
ahora denuncian el clima destituyente antes señalaban como
"oficialistas" a los que agitaban esa misma bandera durante el
kirchnerismo, entonces... Queremos preguntar.
No debería preocuparse el gobierno, entonces, por el fantasma del golpe.
Sí debería entender que, en un año electoral, los reclamos a los que debe
responder son amplios y complejos. Y asumir que la política, como la economía,
opera en torno a la administración de las expectativas. Los argentinos podemos
soportar estar mal, hasta límites insólitos, siempre y cuando la expectativa
indique que vamos a estar mejor. Las últimas encuestas en ese sentido todavía
dan bien, pero cada mes cae la cifra de quienes creen que vamos a mejorar. La
política y los políticos tienen como misión hacer creer en una idea, un
proyecto, dar esperanzas. Agitar el clima destituyente solo logra lo
contrario.
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