Por Carlos Gabetta (*) |
El carnaval de Brasil de este año fue escenario de otra de
esas polémicas de moda en las que un planteo con algo de razón acaba en la
sinrazón. Algunas escolas de samba renunciaron a incluir canciones muy
tradicionales, a causa de que, por ejemplo, contenían la palabra “mulata”. Por
razones similares, en muchas escuelas estadounidenses se pide la prohibición de
clásicos como Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, a causa del uso
reiterado de la palabra nigger… negro.
Ya habría aparecido alguna edición de
Huckleberry… donde la palabra, entre otras expresiones, resulta eliminada.
¿Alguien imagina al bueno de Huck refiriéndose a su amigo Jim como “ese
afromerican”? O sea que un libro antirracista debe ser prohibido porque sus
personajes de época hablan con el lenguaje de la época…
Pero la cosa parece no tener límites. El sindicato de
estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad
de Londres “ha exigido que desaparezcan del programa filósofos como Platón,
Descartes y Kant, por racistas, colonialistas y blancos” (Javier Marías, El
País, 29-1-17). O sea que los alumnos exigen no estudiar lo que el programa de
estudios les exige aprender para comprender el mundo en que viven y, de ser
posible, mejorarlo. Pero el asunto va más allá: Marías se asombra de “que se
les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles”.
Este último ejemplo es una suerte de conclusión de algo que
ha empezado mucho antes: el cuestionamiento de las reglas de aprendizaje. En
última instancia, de la disciplina. Hace unos años, durante una conferencia en
la Universidad del Comahue en la que evoqué el problema de la indisciplina
escolar y la pérdida de autoridad de maestros y profesores, fui apostrofado de
“individuo que quiere volver a la época de los castigos corporales”. Aquí
tenemos un ejemplo de la confusión actual: la palabra “disciplina” proviene de
“discípulo”, y es interesante notar cómo, para el progresismo (el público
presente respondía a esa caracterización genérica), ya no es una noción que “se
desprende” de la condición de discípulo sino su contrario; una regla que si el
discípulo acata es al precio de su condición. Su más abarcadora condición de
ciudadano lo autorizaría a no acatar disciplina alguna; para el caso, a no
aceptar su condición de discípulo. Desde el punto de vista de la ciudadanía,
que supone la cesión voluntaria de libertad individual ante reglas
consensuadas, esta noción deviene en el derecho a violarlas, a la indisciplina
en cualquier circunstancia. Esta confusión, superpuesta a los problemas
estructurales, hace que los centros de estudio evolucionen hacia la producción
de masas de individuos con cierta instrucción, pero casi ningún sentido de la
vida.
Es raro que los estudiantes ingleses no hayan incluido a
Demócrito en su Index. “Los niños a quienes se permite no esforzarse no
aprenderán la escritura, ni las artes, ni la gimnasia, ni aquello en que
mayormente reside la virtud: el respeto de sí mismo; pues el respeto de sí
mismo suele surgir de aquello”, dijo. (Fragmento 179 DK).
El reino de la subjetividad. “Las épocas regresivas y en
proceso de disolución son siempre subjetivas, mientras que en las épocas
progresivas se impulsa lo objetivo... Cada logro realmente válido sale desde
dentro hacia el mundo, como puede verse en las grandes épocas que fueron
sinceras en el progreso y las aspiraciones, todas las cuales fueron de
naturaleza objetiva” (Goethe).
La primacía de la subjetividad es la del enfrentamiento, del
caos, con lo que a la corta o a la larga el pensamiento totalitario que
engendra conduce al totalitarismo político. Y así, cierto progresismo que
aspira sinceramente a una mayor socialización promueve en estas cuestiones la
subjetivización de la vida social, con lo que acaba siendo cómplice del statu
quo, cuando no de la entronización de demagogos de todo pelaje.
(*) Periodista y escritor
0 comments :
Publicar un comentario