Por Carmelo Mesa-Lago
En su discurso ante el Congreso el pasado martes, Donald
Trump se transfiguró mágicamente en un estadista y lució “presidencial” por vez
primera. Ofreció algo para cada miembro de la sociedad: nueva infraestructura,
un millón de empleos, licencia pagada de maternidad, rebaja del altísimo costo
de los medicamentos, educación especial para estudiantes con dificultades,
derrota del “radicalismo islámico” y, todo esto, en unidad, sin odio y en pro
del resurgimiento de la nación.
¿Fue esto una real transformación o simplemente
una lectura bien ensayada de un discurso escrito para él y proyectado en una
pantalla? En todo caso, sus propuestas claves no cambiaron, solo su tono; un
buen discurso de una hora no puede borrar veinte meses de incesantes trompicones.
Poco después de que Trump anunció su candidatura en junio de
2015, escribí una declaración con Enrique Krauze, firmada por 68 destacados
intelectuales, académicos y artistas hispanos, en la que criticábamos las ideas
del magnate y pronosticábamos los efectos desastrosos de sus ideas. Hubo algún
académico prestigioso que rehusó firmar la declaración pues creía que la
candidatura del payaso se evaporaría con rapidez (lo mismo ocurrió con Hitler).
Con 45 días en el poder, los EUA y el mundo ya sufren el efecto devastador de
sus dislates.
Trump es un egocéntrico narcisista, un sabelotodo arrogante
que se proclama como el mejor en cualquier tema (se autocalificó con un
“sobresaliente por su desempeño”); por ello no se asesora e improvisa creando
el caos. De inicio dijo que deportaría a once millones de “indocumentados”
mexicanos. En febrero decretó que no podrían entrar a EUA personas de siete
países islámicos, ninguno de los cuales ha enviado terroristas, esta orden creó
problemas masivos en aeropuertos en todo el mundo, a residentes norteamericanos
se les impidió la entrada, hubo que improvisar medidas para aliviar la
hecatombe; por suerte un tribunal distrital anuló la orden ejecutiva, y Trump
los denigró como “supuestos jueces”.
Otro rasgo siniestro es su racismo y xenofobia: contra los
mexicanos e hispanos, las mujeres (“con mi poder puedo agarrarlas por sus
genitales”), los afro-americanos, los musulmanes, los judíos, los gays. Tachó
de injusto (por ser un “mexicano”) al juez nacido en EUA que aprobó la demanda
contra la Universidad Trump; negó que eso fuese racismo y pagó US$25 millones a
los defalcados, para frenar la propagación del escándalo. Los efectos de su
discriminación han sido horrendos: ataques a mexicanos, asesinato de un
ingeniero indio tomado por musulmán al grito de “vete de mi país”, detención en
un aeropuerto de Muhammad Alí hijo, interrogado por su nombre árabe y religión
(los guardias negaron esto); la resurrección del supremacismo blanco y del Ku
Klux Klan que descaradamente lo apoyan, la proliferación de suásticas nazis,
las amenazas de bomba a 53 sinagogas y la profanación de un centenar de
cementerios judíos, el ataque a una pareja de gays porque “ahora viven en el
país de Trump”. Su lema “América primero” fue usado por los estadounidenses
nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Reaccionando a la pregunta de un
periodista judío exclamó: “soy el menos antisemita en el mundo” y a pesar de su
trato abominable de los latinos asegura que ellos lo adoran. Aunque en su
discurso denunció esos ataques, los mismos han sido incitados por su retórica
de intolerancia, división y odio.
Trump es un mentiroso patológico: Obama no nació en los EUA,
los tres millones de votos con que le superó Hilary fueron fraudulentos, la
asistencia de público a su inauguración fue la mayor en la historia del país y
también superior a la masiva demostración de mujeres contra su misogamia; su
consejera Kellyanne Conway inventó una masacre en Bowlling Green para
justificar las deportaciones. Todo falso. Un lapso freudiano es su constante
latiguillo “créanme”. Remembranza de “1984” es su orwelliana construcción de
“hechos alternativos”, una triquiñuela para negar la verdad. Denuncia las
filtraciones a la prensa por funcionarios como un crimen que hay que erradicar
e insinúa que Obama ha sido responsable de ello. Detestable es su alabanza a
Putin como un dirigente fuerte; al amonestarle que el autócrata ruso es un
asesino, que anexó Crimea y sueña con retomar Georgia, dio la excusa de que los
EUA “no son inocentes”. Pidió al FBI que detuviese la investigación sobre sus
relaciones con Rusia, únicamente basado en su palabra: “hace un decenio que no
hablo con Rusia,” otro embuste ya que conversó con Putin tras su inauguración y
estuvo en Moscú en 2013. Michael Flynn, su consejero de seguridad nacional,
dimitió al descubrirse que mintió sobre haber conversado con el embajador ruso
en EUA; otro tanto hizo el Fiscal Federal Jeff Sessions. Si de verdad Trump no
es culpable, ¿por qué le teme tanto a esa investigación?
Peor aún es su autoritarismo y ataque irascible contra toda
crítica aunque sea documentada. Al inicio de la campaña electoral rehusó
contestar una pregunta del periodista mexicano Jorge Ramos y lo expulsó del
recinto de forma violenta. En su primera conferencia de prensa como presidente
electo negó la palabra al reportero de CNN, acusándolo de “fabricar noticias”
(¡qué ironía!), días después acusaría de lo mismo al New York Times y en las últimas semanas se
refirió a los "medios de noticias falsas" como " enemigos del
pueblo americano”. Posteriormente The Times, BuzzFeed News, CNN, The Los
Angeles Times, Politico, BBC y The Huffington fueron excluidos de un encuentro
con el secretario de prensa, Sean Spicer. También descalifica a sus oponentes: tildó de “perdedor” al héroe
de la guerra de Vietnam John McCain por haber sido capturado, mientras que él
evadió el servicio militar con una argucia; imitó burlonamente a un periodista
discapacitado por una pregunta molesta, y se burló de la brillante Meryl Streep
(20 veces nominada al Oscar), diciendo que es la actriz más “sobrevaluada” de
Hollywood.
Desde el inicio prometió construir un muro “fantástico” en
la frontera con México que pondrá fin a la entrada de “criminales, drogadictos
y violadores”, denigrando a los inmigrantes mexicanos que juegan un papel
económico crucial en los EUA. El muro costará al menos 20,000 millones de dólares y no detendrá la inmigración pues
ella mayormente ocurre por vía aérea. Tozudamente Trump ha afirmado muchas
veces que México pagará por el muro, algo negado con firmeza por el Presidente
Peña Nieto y dos ex presidentes mexicanos. Cambiando de táctica Trump dice que
financiará el muro con un impuesto del 25% a todas las importaciones de México,
lo cual provocará una política similar del vecino. En su discurso ante el
Congreso anunció una legislación para proteger a “las víctimas de los
inmigrantes”. Luis Videgaray ha sido enfático en que México no admitirá deportados de otros países.
La ciega furia republicana contra “Obamacare” fue exacerbada
por Trump con su llamado a “abrogar y reemplazar”. Dos días antes de su
discurso dijo que “nadie sabía lo complicado que es la atención sanitaria”; en
realidad él es quien lo ignoraba, a diferencia de Obama y decenas de miles de
expertos a los que Trump desoyó. Hay 22 millones de ciudadanos cubiertos por el
plan de sanidad asequible y no hay idea si continuarán cubiertos y cómo. En su
discurso pretendió ofrecer algo nuevo asegurando que los que tengan una
enfermedad crónica previa tendrán que ser cubiertos, algo que ya está en la ley
que él desconoce.
Una de sus primeras acciones fue anular el Acuerdo
Transpacífico de Cooperación Económica, creando un vacío que rápidamente está
llenando China; a esta la provocó con su anuncio que fortalecería los lazos con
Taiwan, abandonando la política estadounidense desde Nixon de una sola China
(luego intentó deshacer el entuerto). Se propone renegociar o anular el tratado
de comercio de América del Norte, lo cual provocaría una grave crisis en
México, la segunda economía latinoamericana y el principal socio comercial de
los EUA y eso podría desestabilizar la región y generar una guerra comercial
global.
Su último desvarío es aumentar el presupuesto de defensa en
54,000 millones de dólares, recortando por esa suma a programas vitales como la
protección del ambiente y la ayuda internacional; aunque ha prometido que no
tocará la seguridad social, hay temor de que la privatice. Además reducirá los
impuestos, beneficiando al 1% más rico de la población, algo que apoya con
entusiasmo su gabinete de multimillonarios. Cuando a la rebaja impositiva se
unen 20,000 millones del muro y un billón en infraestructura, el déficit
presupuestal se disparará. Su discurso ante el Congreso no explicó cómo se
financiará su gran visión del futuro, solo dijo que “el dinero está entrando a
chorros”.
Es asombroso que los congresistas republicanos le permitan
estos desatinos que van en contra de sus creencias neoliberales como la
libertad de comercio, el equilibrio del presupuesto y la reducción de la deuda
pública, así como el riesgo del creciente poderío ruso y de la expansión china.
Pero no importa, ellos estaban regocijados, levantándose y aplaudiendo el
discurso de Trump. Detrás de él vendrá el diluvio.
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