Por Gustavo González |
Corren tiempos complicados para ella. Conserva buena imagen, pero los
docentes amenazan con horadarla poniendo en vilo, una vez más, el comienzo de
clases. Y en el medio, la marcha convocada por la CGT.
Ella dice estar cansada de sentirse “rehén” de los docentes (“No puede
ser que cada año sea un parto el inicio de clases por la discusión salarial”),
y carga contra el ausentismo de los maestros “que van cada muerte de
obispo (al trabajo) o agarran cuanta licencia tienen a mano”.
En relación
con los reclamos de la CGT, ya había arremetido contra sus líderes asegurando
que “no representan el interés de los trabajadores”.
En fin, Cristina Fernández estuvo muy enojada
en los últimos años de su mandato con la central obrera en general y con los
docentes en particular. En una de las últimas huelgas, hasta instó a sus fieles
a usar una remera que decía “Yo no paro”.
Hoy los tiempos siguen complicados, pero ella ya no gobierna la
Argentina.
De hecho, les indicó a sus seguidores que, en lugar de ir a alentarla a
Tribunales el próximo 7 de marzo, mejor vayan a la marcha cegetistaconvocada
para protestar por la situación económica, el mismo reclamo de base que
le hacían a ella cuando estaba en la Casa Rosada.
¿Qué cambió en tan poco tiempo para que ahora Cristina y muchos líderes
peronistas pasen de criticar los reclamos sindicales a acompañarlos con fervor
patriótico?
Hay múltiples respuestas, pero la más simple y directa es que hace unos
meses ellos estaban en el poder y ya no lo están. El peronismo suele desafiar
la máxima aristotélica de que no se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y
bajo el mismo aspecto.
Los peronistas K (esa mutación del PJ que sucedió al menemismo) podrían
responder con Nietzsche que no hay nada más hipócrita que pretender no serlo,
pero lo que dicen no es eso, sino que durante la década ganada era injusto
hacer paro y ahora es necesario para frenar un modelo económico que genera
pobreza.
El de la pobreza es un tema delicado para el kirchnerismo porque, como
se recuerda, en los últimos años el Indec había dejado de medir ese índice.
Seguramente, dado que en el relato de la revolución kirchnerista no había
pobres, no tenía sentido que el Indec gastara tiempo y recursos en andar
midiendo lo que no existía. De hecho, la última medición K data del segundo
semestre de 2013 y mostraba que en el país había sólo 4,7% de pobreza. Que fue
lo que llevó a Aníbal Fernández a afirmar que había menos pobres que en
Alemania.
Por lo tanto, cuando se estudia la curva de la pobreza nacional, al
llegar a la década ganada es necesario completarla con fuentes privadas.
Las cifras oficiales del país dicen que la pobreza fue creciendo desde
los 70 (en el 74 era del 8%) con picos durante la hiperinflación de Menem (más
del 40%) y la salida de la convertibilidad (alrededor del 50%). Con
Néstor Kirchner tocó un piso del 25% entre 2006 y 2007. Luego se pierden las
estadísticas del Indec y quedan estudios como los de la UCA, que indican que Cristina
Kirchner entregó su gobierno con el 29% de pobres.
A mediados del año pasado, la misma UCA señalaba un incremento que llevaba la línea al 32,6%,
algo más que el 32,2% que marcó el nuevo Indec en septiembre.
Con estas cifras, el kirchnerismo tendría la base para decir que la suba
de más de tres puntos en el índice de pobreza es inadmisible y es el contexto
que justifica que se haya pasado de repudiar las marchas de la CGT y los paros
docentes a alentarlos.
Claro que detrás de esos tres puntos hay familias que sufren la falta de
condiciones dignas de vida, pero llama la atención que muchos de los que
critican fueron parte de quienes dejaron el gobierno con el 29% de pobres. Lo
hicieron tras gobernar casi 25 de los últimos 27 años. El 92% del período.
La realidad se complica un poco más cuando la mayoría de los
sindicalistas que antes eran criticados y ahora son apoyados por el peronismo
también son peronistas que votaron a peronistas durante esos 25 años.
Es que, para bien y para mal, la Argentina hizo al peronismo y el
peronismo hace a la Argentina.
Pero en cualquier caso, es muy difícil argumentar que el
justicialismo no tuvo algo que ver con la producción de pobres y marginales y
explicar su actual indignación de observador neutral frente a la grave
situación social.
No se trata de unos versus otros. Esa falsa grieta sobre la que bailan,
cómodos, kirchneristas y macristas y la parte de la sociedad adiestrada en los
debates intelectuales. Se trata de millones de personas que se quedaron afuera
del sistema y pierden las esperanzas de volver a ingresar.
Ellos ni tienen tiempo de indignarse por el caradurismo político de unos
o la incapacidad de otros, ni les importan las chicanas, la levedad de los
jueces ni el oportunismo electoral.
Porque para los millones de pobres que la Argentina arrastra desde hace
décadas hay una sola gran grieta: la que separa a los que tienen más comida que
apetito de los que tienen más apetito que comida.
© Perfil.com
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