A Macri le falló el
entrenamiento para las entrevistas.
Asesores e imagen enérgica.
Por Roberto García |
Cuando Alfonsín designó a sus ministros, un periodista escribió: “Jura
un gabinete de amigos”. Molesto, replicó el radical recién asumido: “¿Y qué
quiere?, ¿que nombre un gabinete de enemigos?”. Se defendía a sí mismo y al
grupo de hombres fieles que lo acompañaron en la campaña (López, Grinspun,
Borrás, Carranza), con mal o buen tiempo.
Pasaron entonces meses de gestión
oscilante, zarandeos varios y notoria pérdida de influencia electoral.
Apremiado, Alfonsín no sólo disolvió a su equipo de preferidos. También
incorporó otros que se volvieron íntimos (caso Juan Sourrouille) y, a cuatro
meses de los comicios legislativos de 1985, impuso un plan económico (Austral)
que le permitió ganar con holgura lo que estaba perdido gracias a una efímera
estabilización monetaria, disminuir la inflación y mejorar la actividad
productiva. Quien hoy invoque este antecedente en las inmediaciones de
la Casa Rosada será convertido en Lucifer a fumigar con letal insecticida. Ni
los propios radicales se atreven a recordar este ejemplo propio, sin duda el
último de su pasada grandeza partidaria.
Ciertas depresiones últimas de la actual administración evocan estos
episodios históricos de cambio, sea de hombres o planes, pero no alteran a un Macri
que parece decidido a enfrentar las elecciones de octubre con el mismo básico
plantel de hoy, lesionados o no. Ya confirmó otra vez a Marcos
Peña, acelera el desafío publicitario contra Cristina de Kirchner
como arma electoral usando el apotegma de Perón (somos malos, pero Ella es
peor), lanza y exhibe las obras de la Vidal en Buenos Aires (como ya empezó a mostrar la propaganda en el fútbol,
como en los viejos tiempos), se refugia en unos gráficos optimistas de Nicolás
Dujovne y ruega que Trump no castigue al mundo con suba abrupta de tasas y que
Brasil, al menos, se recupere unos centímetros. Agregará, de su parte, el éxito
de la cosecha y quizás algún adicional en la recaudación del blanqueo. También,
claro, si puede añadirá la firmeza para vencer al gremio docente, malabares
para enfrentar desbordes callejeros y una cuota de dulzura positivista
reclamada a la población como hizo, sin éxito, su esposa, Juliana, con Mirtha
Legrand. En suma, aunque la ecuación planeada no alcance o sea imperfecta, al
mandatario lo preside un concepto: el voto extorsión. Aunque no guste,
igual votarán por mí, ya que Cristina es inaceptable para el
electorado (no le falta razón, aunque en distritos claves del universo
bonaerense, la tercera y determinante sección electoral por ejemplo, ese
criterio se pone en duda). Hasta los propios macristas lo reconocen: caso
contrario, preguntar por Emilio Monzó, un desplazado por advertir de estas
acechanzas.
Para evitar que se repitan los recientes siete peores días de su
gestión, sin embargo, igual manda pedir opiniones y consejos por medio de su
ministro Andrés Ibarra: obtuvo una colección de reproches por parte de ex o
cercanos al PRO que no figuran en la nómina oficial. Como si no bastara el
primer círculo de ministros, el de los amigos que lo distraen o un equipo de
asesores, el Grupo Discurso, que lo alienta y corrige, le sugiere lo que debe
decir, le escribe respuestas, le descubre intereses desconocidos, hasta lo
modela. Algunos llaman coaching a este entrenamiento en pos del amor y
la simpatía presidencial. Nadie sabía que un hombre de Estado, formado
en la educación privada, requería de tamaña asistencia y que, en lugar de todos
los otros presidentes que cayeron en la educación pública, habla de puertos en
Santiago del Estero, demanda un asistente para que le susurre en medio de una
entrevista, desconoce y no estima el haber mínimo jubilatorio,
dice que las empresas low cost aportarán 25 mil empleos nuevos, apenas conoce
la Constitución o llama salidenses a los saladillenses. Detalles menores,
dirán, incomparables con los desfalcos intelectuales de Cristina, la
autodenominada abogada exitosa.
No es un secreto. El team lo comanda Marcos Peña, a quien secunda su arponero
Grecco, escucha De Andreis, destaca Rozitchner por cierta intemperancia, algún
enviado de Duran Barba como único profesional sobre comunicaciones, a veces
asiste Vidal, casi siempre participa Rodríguez Larreta con el teléfono abierto
desde su despacho municipal, una joven Julieta, el biógrafo Iglesias Illa,
entre otros. Constituyen una suerte de escudo protector capaz de prevenir a
Mauricio con encuestas, datos, ocurrencias y frases para sus discursos o actuaciones,
como recomendarle ahora ser más agresivo, hablar en tono más alto, como
manifestación de autoridad (infrecuente para la frecuencia oral de Macri y
Peña, a pesar de que parecen satisfechos con el cambio). Se especializa el
equipo, eso sí, en preparar al pupilo de la Casa Rosada para sus entrevistas
mediáticas, en las que cada uno de los integrantes se disfraza metafóricamente
del futuro interpelador, con nombre, apellido e historia, para pelotearlo
presuntamente con intensidad, imaginando confrontaciones para que el
Presidente sea lo que no es, como indica el manual de la política Cambiemos. Casi
siempre esas imposturas suelen ser más punzantes que las preguntas de los
periodistas que después elige Macri para sus entrevistas, al menos es lo que
ellos mismos admiten. Nadie, sin embargo, revela quién fingió de Mirtha Legrand
en ese ejercicio de travesti teatral, ya que resultó un fracaso la precaución
por vaticinar la conducta de la dama en la cena.
Más bien, se supone, el matrimonio Macri –basado también en asignaciones
presupuestarias– debe haber evitado el coaching convencido de que no hacía
falta ningún adiestramiento para dialogar con la amiga conductora. No
esperaban lo que ocurrió. Un error, pero no se volverá a repetir. Palabra de
ingeniero.
También ayuda el Grupo Discurso, por el dominio del múltiple Peña, a
decidir la inconveniencia de que Elisa
Carrió compita en la provincia de Buenos Aires (le exigen que vaya a la Capital), reservándole ese
eventual lugar a Esteban Bullrich (mudó su domicilio porteño con esa
expectativa hace unos pocos años) y que Martín Lousteau permanezca en Washington. No
están solos: en ocasiones invocan sondeos de opinión y resultados de focus
group. Por esta última tarea, sólo Rodríguez Larreta (según Resolución
948/MI-GC/17) paga más de 30 millones de pesos cada seis meses. Es
que la palabra del pueblo cuesta.
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