“La base de la desigualdad en América Latina es la exclusión
del sistema educativo”
El siguiente texto del escritor y pensador mexicano
fue publicado por Agensur.info en 2014, tomado de su libro En esto creo (2002).
Dada la actualidad de su contenido, esta agencia considera insoslayable su reiteración.
Dada la actualidad de su contenido, esta agencia considera insoslayable su reiteración.
La educación se ha convertido en la base de la productividad. Entramos al siglo XXI con una evidencia: El crecimiento económico depende de la calidad de la información y ésta de la calidad de la educación.
El lugar privilegiado de la modernidad económica lo ocupan los
creadores y productores de información, más que de productos materiales. Cine,
televisión, casetes, las industrias de la telecomunicación y las productoras de
los instrumentos y equipos procesadores de información están hoy en el centro
de la vida económica global. Los ricos de antaño producían acero (Carnegie,
Krupp, Manchester).
Los ricos de hogaño producen equipos electrónicos (Bill Gates, Sony, Silicon
Valley). Esto es cierto y por eso hay que contrastarlo con los hechos. El
abismo de la pobreza en los países del llamado tercer mundo se traduce en
niveles decrecientes de educación.
Hay 900 millones de adultos iletrados en el mundo,
130 millones de niños sin escuela y cien millones de niños que abandonan sus
estudios en los grados primarios. Las naciones del Sur cuentan con el 60 por
ciento de la población mundial de estudiantes pero con sólo el 12 por ciento
del presupuesto mundial para la educación. En México, la tasa de escolaridad es
de seis años y medio. En Argentina es de nueve y en Canadá de doce. En la
secundaria y la preparatoria, sólo 28 de cada cien jóvenes entre los 16 y los
18 años reciben instrucción en México, y en las universidades, sólo el 14 por
ciento de los jóvenes entre 19 y 24 años alcanza ese nivel educativo. Y en el posgrado,
sólo el 2 por ciento de los egresados de las universidades hace maestrías y un
0,1 por ciento doctorados. El tercer mundo sólo cuenta con el 6 por ciento de
los científicos mundiales. Entre este número, sólo el 1 por ciento son
latinoamericanos. El 95 por ciento de los científicos pertenecen al primer
mundo.
El derecho a la educación, dice Nadine Gordimer, es
un derecho humano tan esencial como el derecho al aire y al agua. El mundo
gasta anualmente 800.000 millones de dólares en armamento pero no puede reunir
los 6.000 millones al año necesarios para dar escuela a todos los niños del
mundo en el año 2010. «Tan sólo un uno por ciento de rebaja en gastos militares
en el mundo sería suficiente para sentar frente a un pizarrón a todos los niños
del mundo» (datos de Unesco y Banco Mundial). Un avión de caza para una fuerza
aérea latinoamericana cuesta tanto como ochenta millones de libros escolares.
La base de la desigualdad en América Latina es la
exclusión del sistema educativo. La estabilidad política, los logros
democráticos y el bienestar económico no se sostendrán sin un acceso creciente
de la población a la educación. ¿Puede haber desarrollo cuando sólo el 50 por
ciento de los latinoamericanos que inician la primaria, la terminan? ¿Puede
haberlo cuando un maestro de escuela latinoamericano sólo gana cuatro mil
dólares anuales, en tanto que su equivalente alemán o japonés percibe cincuenta
mil dólares al año?
Soluciones. Fortalecer la continuidad educativa, la
cadena de pasos que impida los dramáticos vacíos que hoy se dan entre la
educación básica y la educación para la tecnología y la informática. Fortalecer
el magisterio.
No es posible exigirle al maestro latinoamericano
cada vez más labor y más responsabilidad, pero con salarios cada vez más
mermados y con instrumentos de trabajo cada vez más escasos. El futuro de
América Latina se ilumina cada vez que un maestro recibe mejor entrenamiento,
mejora su estatus y aumenta su presencia social. Además, en el
acelerado pero aún difícil proceso de democratización de nuestros países, el
maestro tiene el derecho de todo ciudadano de participar en política, pero
también tiene una obligación más exigente de ampliar en la clase el concepto de
politización, más allá de la militancia partidista, pero no por la vía de una
abdicación o un disimulo, sino mediante la inteligencia de que es en la escuela
donde se implanta el concepto de politización, trasladándolo del concepto de
poder sobre la gente al de poder con la gente. Hoy, la ampliación de la
democracia en la escuela consiste en saber qué es el poder; cómo se distribuye
entre individuos, grupos y comunidades; cómo se reparten los recursos de países
ricos poblados por millones de pobres; y entender que la militancia ciudadana
no se limita a los partidos, sino que se puede ejercer, efectivamente y en
profundidad, desde la pertenencia a clase social, sexo, barrio, etnia o
asociación.
El capitalismo triunfó sobre el feudalismo porque
multiplicó oportunidades para la ciudadanía, empezando por la educación. Los
capitalistas latinoamericanos deben contribuir a la creación de bancos
nacionales para la educación en cada uno de nuestros países, con fondos y
administración mixtas y representación de la empresa, el Estado y la sociedad
civil, que con espíritu de justicia, de eficiencia y de provecho para todos los
factores, invierta en la base educativa del país, distribuya préstamos y
también donaciones y becas, tanto a los planteles más necesitados como a los
más necesarios, desde las escuelas rurales y artesanales a las de alta
tecnología. Y desde luego, a la universidad.
Creo en la universidad. La universidad une, no
separa. Conoce y reconoce, no ignora ni olvida. En ella se dan cita no sólo lo
que ha sobrevivido, sino lo que está vivo o por nacer en la cultura. Pero para
que la cultura viva, se requiere un espacio crítico donde se trate de entender
al otro, no de derrotarlo —y mucho menos, de exterminarlo: universidad y
totalitarismo son incompatibles. Para que la cultura viva, son indispensables
espacios universitarios en los que prive la reflexión, la investigación y la
crítica, pues éstos son los valladares que debemos oponer a la intolerancia, al
engaño y a la violencia.
En la universidad, todos tenemos razón pero nadie
tiene razón a la fuerza y nadie tiene la fuerza de una razón única.
Y en la universidad, aprendemos, al cabo, que
nuestro pensamiento y nuestra acción pueden fraternizar. Ciencias y
Humanidades. Lógica unívoca y poética plurívoca. ¿No caben, no se complementan,
no florecen juntas estas plantas en el terreno y bajo el techo de la
universidad?
Pero la universidad es un estadio —el superior, sin
duda— de un proceso educativo que parte de la escuela primaria y se prolonga
hoy en la escuela permanente: la educación vitalicia. Repito: No hay progreso
sin conocimiento y no hay conocimiento sin educación. De allí que la educación,
de manera explícita, encabece hoy la agenda en todas las naciones del mundo,
las más desarrolladas así como las que se encuentran en vías de desarrollo.
Aceptemos, desde luego, que la cultura precede a la
nación y a sus instituciones. La cultura, por mínima y rudimentaria que sea, es
anterior a las formas de la organización social, a la vez que las exige.
Distintas formas de cooperación y división del trabajo han acompañado, desde el
alba de la historia, el desarrollo de las técnicas, la difusión de
conocimientos y los conflictos surgidos de las fricciones entre lenguas,
costumbres y territorios, entre la generosidad materna, que abraza a todos los
hijos por igual, y la necesidad paterna que los separa, designa primogénitos,
divide la tierra, hereda los bienes, instala poderes y establece la obligación
de defender, preservar, aumentar el patrimonio y ahuyentar al otro, al demonio,
a la catástrofe natural, al dios enemigo y a la muerte, vista como crimen original,
como asesinato divino. A lo largo de este proceso se van creando maneras de
ser, maneras de comer, de caminar, de sentarse, de amar, de comunicarse, de
vestir, de cantar y bailar. Maneras de soñar también. Todo ello conforma día a
día una cultura, creando lo que Ortega y Gasset llamó una constelación de
preguntas a las cuales respondemos con una constelación de respuestas. Éste es
el proceso de la cultura: preguntas y respuestas. Y añade el filósofo español:
Puesto que muchas respuestas son posibles, ello significa que muchas culturas
han existido y existen. Lo que nunca ha existido es una cultura absoluta, es
decir, una cultura que dé respuesta satisfactoria a todas las preguntas. Por
ello, la cultura y la universidad como eje de la misma aspiran, doblemente, a
tener raíz y vuelo, a tocar el piso local y a ascender al firmamento universal.
Radiquémonos pues, para empezar, en nuestro suelo,
mexicano y latinoamericano.
Y seamos francos: nuestra extraordinaria
continuidad cultural latinoamericana no ha encontrado aún, plenamente,
continuidad política y económica comparables.
Una nación, nos recuerda Isaiah Berlín, se
construye a sí misma a partir de las heridas que ha sufrido. Herida por sí
misma y por el mundo —conquista, colonia, revoluciones, imperialismo—, la
América Latina, a pesar de sus agravios, ha logrado crear naciones que, en lo
esencial, mantienen las fronteras de la época independentista y aun de la
administración colonial: no somos los Balcanes. No perdamos ni nuestra unidad
nacional propia ni nuestra fraternidad iberoamericana compartida, a fin de
alcanzar, al cabo, una posición internacional generosa y abierta, sin
chovinismos ni xenofobias.
La base para todo ello es consolidar la
identificación de nación y cultura. La nación es fuerte si encarna en su
cultura. Es débil si sólo enarbola una ideología. Mi pregunta es ésta: ¿Puede
la educación ser el puente entre la abundancia cultural y la paucidad política
y económica de la América Latina? No, no se trata de darle a la educación el carácter
de curalotodo que le dimos a la religión en la Colonia (resignaos), a las
constituciones en la independencia (legislad), a los Estados en la primera
mitad del siglo XX (nacionalizad) o a la empresa en su segunda mitad
(privatizad). Se trata, más bien, de darle su posición y sus funciones precisas
en el proceso educativo tanto al sector público como al privado, sin satanizar
ni a uno ni al otro, pero sujetando a ambos a las necesidades sociales del
conjunto manifestadas y organizadas por el tercer sector, la sociedad civil.
La sabiduría clásica nos dice que de la diversidad
nace la verdadera unidad. La experiencia contemporánea nos dice que el respeto
a las diferencias crea la fortaleza de un país, y su negación, la debilidad. La
memoria histórica nos confirma, en fin, que el cruce de razas y culturas está
en el origen de las grandes naciones modernas. No hay educación latinoamericana
que no atienda a las particularidades nacionales y regionales del continente.
Podemos confiar en que de nuestra diversidad respetada nacerá una unidad
respetable.
La educación, en todas partes, requiere un proyecto
público que la apoye. En su ausencia, la explosión de la demanda puede conducir
a un submercado de baja calidad para la población, aunque de alta rentabilidad
para sus dueños. Defendamos la educación pública.
Pero el proyecto público requiere la cooperación
del sector privado, que sin un proyecto público acabará marginando a sus
posibles consumidores, toda vez que no es concebible en ninguna parte del mundo
mayor producción sin mayor educación, ni mejores niveles de vida sin ambos.
Requiere también, me apresuro a añadir, el apoyo
del tercer sector, que incluye a buena parte del capital humano del país. A
veces, donde la burocracia es ciega, la sociedad civil identifica los problemas
de la aldea perdida, de la mujer que es madre y trabajadora, de barrio urbano
donde habitan «los olvidados» de Luis Buñuel: la favela, la villa miseria, la
ciudad perdida... La chabola.
Creo que la educación debe ser un proyecto público
apoyado por el sector privado y dinamizado por el sector social. Su base es la
educación primaria: que ningún hombre o mujer de dieciséis años o menos se
encuentre sin pupitre. Su meta es la educación vitalicia: que ningún ciudadano
deje jamás de aprender. La enseñanza moderna es un proceso inacabable: mientras
más educado sea un ciudadano, más educación seguirá necesitando a lo largo de
su vida. Su prueba —la prueba de la educación— es ofrecer conocimientos
inseparables del destino del trabajo. Educación artesanal para los reclamos de
la aldea, del barrio, de la zona aislada. Educación para la salud. Educación
para el ahorro. Todo esto nos exige la base social de nuestros países. Y
educación, en fin, para la democracia y en la democracia en la nueva latinidad
americana. Tenemos que activar las iniciativas ciudadanas, la vida municipal,
las soluciones locales a problemas locales, todo ello dentro de un marco legal
de división de poderes, elecciones transparentes y fiscalización de las
autoridades.
Nadie pierde conocimientos si los comparte.
Las culturas se influencian unas a otras.
Las culturas perecen en el aislamiento y florecen
en la comunicación.
La universidad está llamada, por su nombre mismo, a
mediar entre las culturas, desafiando prejuicios, extendiendo nuestros límites,
aumentando nuestra capacidad para dar y recibir y nuestra inteligencia para
entender lo que nos es ajeno.
En la universidad podemos abrazar la cultura del
Otro a fin de que los Otros puedan abrazar nuestra propia cultura.
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