Por Gustavo González |
La extracción de la piedra de la locura, de El Bosco, es una
de las pinturas más famosas del Museo del Prado. En ella se ve a un falso
médico curar a un paciente de una supuesta demencia, haciendo que extrae de su
cerebro una piedra que nunca estuvo allí. La de El Bosco es la más célebre de
las tantas versiones pictóricas que tuvo la leyenda que describe la inocencia
de unos y la charlatanería de otros.
Pero es cierto que los charlatanes suelen aparecer cuando
los caminos de la razón no dan resultado. Y el problema de fondo que tiene el
paciente del cuadro es la locura, o lo que en el 1500 se entendía como tal.
Los argentinos padecemos de una enfermedad que sufre la
mayoría, pero especialmente el 33% pobre del país: la parálisis de los
circuitos productivos de los últimos años. Nada nuevo. Hace más de cuatro
décadas que los índices de pobreza no bajan del 25%. El kirchnerismo entregó el
poder con el 29%. También en estas décadas se originó un nuevo sector social
que hasta los 70 era tan insignificante que ni el liberalismo ni el marxismo se
dignaron a estudiarlo demasiado: los marginales, una masa creciente de personas
excluidas del mundo laboral que convive entre el delito, la droga y la miseria
extrema.
Argentinitis es la extraña enfermedad de un pobre país rico
para la cual la medicina tradicional no encuentra una cura definitiva.
Es esa desesperante contradicción entre la potencialidad de
una nación y su dramática realidad la que propicia el curanderismo de relatos que
aparentan ser de fondo y no tienen más de un centímetro de espesor. Luce como
buceo de aguas profundas y es snorkel.
En los últimos días los falsos médicos nos tuvieron en vilo
con debates que de su resolución parecería depender la extirpación del mal,
pero en realidad son piedras de sus juegos de manos. El espectáculo
interminable de las transmisiones en directo de piquetes y marchas de protesta,
las novedades cotidianas sobre qué tan cerca están la prisión de Cristina o el
acuerdo docente, el parte diario de Carrió sobre la ética de funcionarios y
opositores, la guerra de actores K y anti K, el trascendente almuerzo de Mirtha
Legrand con Macri y hasta el rumor de que alguien ya vio un helicóptero
sobrevolando la Casa Rosada.
Imagínense que de cada uno de estos temas se pueden hacer, y
se hicieron, más de veinte notas interesantísimas. Una fiesta para los
periodistas si no fuera que vivimos acá.
La Argentina se convirtió en otra obra de El Bosco, su
Jardín de las delicias, un espectáculo típico de sus escenas descabelladas con
legisladores, jueces, vecinos, celebridades, piqueteros, empresarios,
sindicalistas, intelectuales y algún que otro animal mitológico, transformados
en panelistas de un Intratables nacional repetitivo y superficial.
Porque cuando una de cada tres personas está por debajo de
la línea de pobreza y los engranajes de la economía no terminan de arrancar,
podemos seguir hablando sin parar de los síntomas, pero curar la enfermedad es
otra cosa.
La enfermedad son las crisis recurrentes y extremas de la
Argentina. El enigma médico es cómo terminar con ellas.
Este gobierno apostó a que la primera medicina a probar se
llama ajuste. Tener la prioridad de ordenar las cuentas públicas en medio de
una recesión no es estrictamente lo que Keynes le receta al capitalismo, aunque
sí suele ser el único camino que tienen las empresas privadas para no quebrar.
Resulta lógico que viniendo de ese mundo, quienes conducen el país piensen que
lo que funciona en un lado debería servir en el otro.
¿Tendrán razón y éste es el camino correcto? ¿Dejar que el
mercado decante las industrias que no funcionan? ¿Abrir las importaciones para
beneficiar a los consumidores y bajar los precios, aún a riesgo de perder a
otros consumidores por el cierre de empresas que no logran competir? ¿Haber
apostado al campo como primer motor del derrame económico derivando hacia allí
miles de millones que generan brotes verdes, pero por ahora empeoran los
resultados fiscales? ¿Multiplicar el endeudamiento nacional, una herramienta
natural y keynesiana, pero capaz de hipotecar el futuro si se la usa para
saldar cuentas corrientes? ¿Mantener altas tasas de referencia que intentan
pisar la inflación, pero que relentizan la recuperación?
Habría que desconfiar de los que tienen respuestas asertivas
y totales para cada pregunta, en especial tratándose de la economía, una
ciencia tan endeble como la medicina. Pero es de la resolución de esos
problemas de la que depende esta cura.
El Gobierno está convencido de que no sólo aplica la
medicina justa, sino que esto significará el nacimiento de un desarrollo
económico sustentable.
La idea no estaría dando el efecto buscado, aunque la
mayoría cruza los dedos y toca madera a la espera de que este cirujano nos cure
para siempre de esta argentinitis aguda que nos vuelve locos.
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