Por Manuel Vicent |
Pese a que el estómago moderno se ve condenado a aceptar
toda clase de comida basura, no por eso a la hora de digerirla deja de ser muy
delicado, exigente y reactivo, cosa que no se puede decir del cerebro humano,
un órgano increíblemente sofisticado, pero incapaz de rechazar la basura
intelectual que recibe cada día. El estómago tiene en el olfato y en el gusto
dos controles de entrada de los alimentos.
Todo va bien si le gustan; en caso
contrario el estómago te lo hace saber enseguida. La acidez y la indigestión
constituyen sus primeras formas de rechazo, que pueden llegar al vómito o a la
gastroenteritis cuando detecta un grave peligro de intoxicación.
A su manera el
cerebro humano también recibe gran cantidad de alimento intelectual deteriorado
todos los días, pero carece de un mecanismo de autodefensa que le proteja del
veneno que conllevan algunas ideas. Los múltiples e infames rebuznos de las
redes sociales, las noticias tóxicas y manipuladas de los telediarios, la
grumosa sociedad ambiental de la corrupción política que uno se ve obligado a
respirar, los insoportables gallineros de algunas tertulias que llenan el
espacio de opiniones estúpidas, si toda esa bazofia fuera comida, el estómago
la vomitaría de forma violenta enseguida, pero he aquí que el cerebro la acepta
de buen grado, la amasa con las neuronas, la hace suya y pese a ser tan letal
ni siquiera reacciona con una ligera neuralgia o con un leve dolor de cabeza.
El estómago podría servirle de ejemplo al cerebro. Comer poco, bueno y sano se
ha convertido en una moda culinaria, casi en una forma de espiritualidad.
También se puede aplicar al cerebro la dieta mediterránea para desintoxicarlo.
He aquí la carta: una mínima dosis de noticias imprescindibles, un buen libro
en la mesilla de noche, alguna serie de TV, música clásica y el móvil siempre
apagado.
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