El manejo de redes
sociales y el discurso único se vieron desbordados por el escándalo del Correo.
Por Ignacio Fidanza |
La crisis del Correo puede ser un wake up call oportuno para
el gobierno, si saben aprovecharlo. Tuvieron suerte, les estalló a siete meses
de las elecciones. Todavía pueden recuperarse.
Si esta desgracia absolutamente evitable pasaba en octubre.
Buenas noches, mucho gusto.
Es duro porque es indefendible y les pega en la única
bandera que todavía agitaban: la diferenciación ética con el kirchnerismo.
Para
la recuperación económica, el plan de obra pública más importante de los
últimos 50 años y el boom de inversiones, habrá que esperar.
Ahora que sea indefendible no significa que no se pueda
hacer nada. Lo más obvio, desactivarlo antes que estalle: Correo, deuda,
privatización, quiebra, papá Macri, el combo es tóxico por donde se lo mire y
sin embargo nadie atajó nada. La noticia se deslizó de la peor manera: Cuando
una fiscal lo denunció por el perjuicio escandaloso que provocaba al Estado.
Menos mal que este gobierno ha hecho un culto del control de
la información. Es evidente que sirve muy bien para controlar pavadas como los
off de las reuniones de gabinete y homogeneizar respuestas que nadie cree. Lástima
que no sea igual de efectivo para alertar al Presidente de los casos que
debería mirar con atención.
¿Qué hay detrás de esa torpeza? La misma suficiencia que une
casi todos los desaciertos y tiene su base en una creencia que ya es la
religión oficial de todo PRO "puro", como ellos mismos se llaman, en
un adjetivo que lo dice todo. Ganamos contra el círculo rojo, contra los
políticos profesionales, los periodistas, los analistas y los empresarios.
Somos el movimiento político más subestimado de la historia y nos quedamos con todo.
¿Quién tiene ahora espaldas para discutirnos?
Con ese envión entraron a la Casa Rosada e iniciaron un
movimiento centrífugo con eje en la Jefatura de Gabinete que no paró -no para-
hasta que Marcos se quedó con todo. Si Marcos hizo a Macri presidente, si las
redes sociales son más importantes que los dirigentes políticos, si Durán Barba
es la verdad de todas las cosas, el pensamiento crítico no es un error, es un
peligroso deslizamiento subversivo. Por eso los cambios de gabinete. Por eso la
homogeneidad como valor supremo. No se trata de pensar, se trata de repetir.
Por eso las "guías" para los timbreos, los "que estamos
diciendo" y demás guiones.
No puede fallar hasta que falla. Hasta que la realidad recae
en su maldita costumbre de meter la cola y se lleva puesto todo.
El manual se les quemó varias veces y volvieron a repetirlo:
Panamá Papers, Arribas, Correo. No pasa nada, no penetra en la gente, es otra
vez el círculo rojo, los amigos nos ayudan y lo tapan o lo dan bien atrás, no
hablemos, a lo sumo que salga algún perejil. Pero no funciona. Escala y escala.
Hasta que termina ya explotado, obligando al jefe de Gabinete a poner la cara,
a la defensiva, mientras se esconde al presidente, para evitar cruces directos
con la prensa, para que no le pregunten.
¿Apelarán ahora a Facebook y Google para capear la crisis?
Buena, suerte con eso.
El desprecio hacia la política, el periodismo y las ideas,
es un signo de algunas expresiones de este tiempo. Combinar esos rasgos con la
creencia en una superioridad moral auto otorgada y sobre todo muy discrecional
en la elección de lo aceptable y lo abyecto, es el mejor camino para terminar
estrellado en una pared de desilusión colectiva. De hormigón armado. Ya lo
vivimos.
No es que uno esté para dar consejos que nadie pide, sino
que se lamentan las oportunidades perdidas. Detrás del diálogo que se agitó
-acertadamente- como un valor a recuperar, lo que se ofrece es el simulacro del
diálogo, que es el disfraz que acercan los buenos modales. Como el ministro
Aguad prometiendo recibir a los diputados de la oposición, para terminar
encerrado con los propios.
Si todo marcha sobre rieles, no se entiende porque primero
Vidal y luego Durán Barba, alertaron sobre la posibilidad de perder las
elecciones. Acaso al Gobierno le llegó el momento de bajarse del caballo y
apoyar el oído en la tierra.
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