Una perspectiva del borde entre México y Estados Unidos en Tijuana, el 25 de enero de 2017. (Foto: Guillermo Arias/Agence France Press) |
Por Ilan Stavans (*)
En un ensayo emblemático titulado La
muralla y los libros, el escritor argentino Jorge Luis Borges escribió
acerca de Shih Huang Ti (también conocido como Qin Shi Huang), el emperador
chino que de 220-206 a. C. construyó la Muralla China original. Borges señala
que el mismo emperador que implementó el proyecto también prohibió que hubiera
libros en su imperio. Su intención era clara: el objetivo de la muralla era
defender a su pueblo de incursiones enemigas, y quemar toda la literatura
significaba que todo recuerdo del pasado debía borrarse. Para Shih Huang Ti, la
historia comenzaba con él mismo.
En los últimos días, Donald Trump parece cada vez
más un emperador. La decisión de su gobierno de eliminar la sección en español
del sitio web de la Casa Blanca es un ataque flagrante en contra de un aspecto
fundamental de los Estados Unidos de hoy en día y un acto que no puede ser
desligado del muro que ha ordenado levantar a lo largo de la frontera entre
México y Estados Unidos.
Después de todo, la cultura estadounidense es
multilingüe. En las últimas décadas, el español sin duda ha sido la lengua más
significativa dentro de esa pluralidad. Es el segundo idioma más usado en este
país, con aproximadamente 38 millones de hablantes, y el quinto en el contexto
del mundo hispano (después de México, Colombia, España y Argentina). Es tal su
ubicuidad que llamarlo extranjero ya no parece lógico.
Trump es nefastamente monolingüe. Barack Obama
entretiene con cierta fluidez el indonesio y George W. Bush, el español. Bill
Clinton entiende el alemán. Mientras más atrás se vea, más políglotas han sido
los líderes de este país: Franklin D. Roosevelt hablaba francés y alemán, igual
que su tío Teddy. La lista de presidentes estadounidesnses con conocimientos de
griego y latín es sustancial. También está Jefferson, quien tenía fluidez en griego
y latín, además del italiano, el francés y el español. Un modelo a seguir. O
quizá una especie en peligro de extinción.
Trump no está solo entre los más limitados de su
clase. También parece ser alérgico a las lenguas extranjeras, en especial al
español. La lista de usos incorrectos de palabras durante la campaña
presidencial es infame, e incluye expresiones como “bad hombres”.
Cuando se le cuestionó al respecto, Sean Spicer, el
secretario de prensa de Trump, un hombre que tampoco es famoso por su sutileza,
anunció que la desaparición de la página en español es temporal y aseveró que
ya hay técnicos que trabajan en la actualización del contenido. “Llevará un
poco más de tiempo”, añadió.
Aunque se espera que esto sea cierto, la simple decisión de eliminar lo que se desplegaba durante el gobierno de Obama manda una señal clara. No hace falta decir que esta es la misma estratagema utilizada en contra del Obamacare: primero liquidar y luego… ¡ya veremos! En otras palabras, hay que descartar lo que está en uso para empezar de cero, en los propios términos, como si el pasado no tuviera importancia.
Durante el gobierno de Obama, la Casa Blanca
también tenía un blog en español. De hecho, el mismo presidente Obama tuiteó en
español el 13 de enero: “Gracias por todo. Mi último pedido es el mismo que el
primero. Que creas, no en mi capacidad de crear cambio, sino en la tuya”.
Por supuesto, las lenguas pueden progresar aun en
circunstancias adversas. El español ya es una fuerza económica dominante en
Estados Unidos. Es el idioma más aprendido en los campus universitarios. Asimismo, los
latinos son la única minoría en la historia que ha tenido dos cadenas de
televisión completamente desarrolladas en su propia lengua inmigrante:
Univisión y Telemundo. La radio en español tiene una enorme influencia en
términos políticos, con más estaciones en Estados Unidos que en toda América
Central. A nivel corporativo, se proyecta que el poder adquisitivo de los latinos
en 2017 será de 1,7 billones de dólares.
Trump debería saber todo esto. A fin de cuentas,
dice haber reunido al gabinete con el coeficiente intelectual más alto de todos
los tiempos. Sin embargo, finge ignorancia: a tal grado desprecia a los
latinos. En su equipo no hay un solo latino prominente. Casi nunca habla de
América Latina como parte de sus planes geopolíticos, excepto cuando menciona a
México, al que considera un nido de delincuentes de los que es preciso
protegerse con una muralla.
Tengo la impresión de que el esfuerzo por suprimir
al español y amurallar a su país tendrá el efecto contrario: cada vez se
considerará más de oposición. Debemos aprender de los movimientos de
resistencia que se organizaron durante las dictaduras en América Latina en
varios momentos del siglo XX. Fue a través de la canción de protesta, del acto
de contar cuentos, de la poesía de tono político que la población mantuvo su
cordura en momentos difíciles, es decir, a través del lenguaje. Gracias a
Trump, el español en Estados Unidos hoy es parte de la resistencia.
Para decirlo con toda franqueza: frente a Trump,
Richard Nixon ya parece un hombre bueno, con todo y su paranoia. A menudo se
repite que fue Nixon quien “inventó” a los hispanos, cuando en 1970 se usó por
primera vez el término en un formato para el censo. Casi medio siglo después,
Trump parece intentar borrarlo.
La Casa Blanca debe reinstalar de inmediato el
enlace “En Español” que instauró el gobierno de Obama. Debe también incluir
otras lenguas de inmigrantes en la página web del gobierno. Como el resto del
mundo sabe, el monolingüismo implica una visión corta.
Acabar con la historia y construir murallas, como
argumenta apropiadamente Borges en su ensayo, son tareas comunes a los
emperadores.
(*) Ilan
Stavans es el editor de Restless Books y es profesor de Cultura Latina y
Latinoamericana en el Amherst College. Su traducción al espánglish de "El
principito", de Antoine de Saint Exupéry (Edición Tintenfass), acaba de
publicarse.
© The New York
Times / Agensur.info
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