Por Giselle Rumeau |
En esos años de dolor, mi vida fue sólo una teta, una teta gigante que lo llenaba todo. Y en algún punto, la enfermedad fue un golpe a mi narcisismo infinito. Pero nunca pudo deserotizar mis pechos.
Está claro que nada de lo que implique a una teta me resulta
hoy indiferente. Pero es en el aspecto del erotismo y el deseo lo que más ruido
me hizo de la protesta denominada tetazo, por el que un grupo de feministas
salieron a reclamar en el Obelisco con los senos sueltos por su "soberanía
corporal", tras el retrógrado intento de detención de parte de la policía
a tres mujeres que hacían topless en una playa de Necochea.
No voy a concentrarme aquí en lo banal que me pareció la
protesta, muy lejos del movimiento de liberación y trascendencia que proponía
Simone de Beauvoir. Tampoco es mi intención negar el humor burdo y la
cosificación que se hace sobre la mujer desde los medios de comunicación. Lo
que disparó las alertas de mi pensamiento fue el pedido de igualdad de estas
mujeres con los varones, no por los mismos derechos salariales, laborales,
cívicos y hasta morales -con los que comulgo- sino por su deseo de "llevar
el pecho descubierto como cualquier hombre".
Pues bien, yo me niego a deserotizar a mis tetas, me niego a
que se conviertan en algo tan insignificante como las tetillas de un varón. Y
no se trata de minimizar los senos masculinos. Los hay preciosos y viriles.
Pero en general, esos pezones no nos provocan en una playa lo que a ellos los
nuestros.
En rigor, las tetas de una mujer nunca resultan indiferentes
para nadie. Básicamente porque casi todos hemos estado en el lugar del bebe con
la teta en la boca. Y lo disfrutamos. Para la teoría psicoanalítica, hay algo
más en el amamantamiento que un mero proceso de alimentación. El acto reflejo
de succión en el bebé es vital para comer, claro. Pero el flujo de la leche
calentita, la mirada y la conexión con su madre también le dan placer. Es común
ver ese deleite cuando el niño ya está lleno y agotado, sin hambre pero
prendido a la teta como garrapata. Y ese placer es siempre libidinal y sexual.
Para no herir susceptibilidades, vale aquí una aclaración.
Lo sexual para el psicoanálisis no está relacionado con la
reproducción biológica o la genitalidad. La revolución freudiana consistió
precisamente en ubicar a la sexualidad en el sentido del placer. Y en incluir en
ese goce a la infancia (un escándalo descomunal para su época). Es por eso que
cuando una madre le está dando la teta a su hijo no sólo lo está alimentando;
también lo está libidinizando, es decir, también
está erotizando el cuerpo del niño, alejándolo de una simple forma
biológica y transformándolo en humano. No hay ahí genitalidad pero sí
sexualidad porque el bebé obtiene placer a través de su boca, la primera zona
erógena por excelencia. Es por eso que la teta de una mujer nunca podrá
compararse con la de un hombre.
Pero ahí no se terminan mis argumentos. En épocas de amor
líquido y de redes sociales, en dónde todo está tan expuesto y disponible, me
asusta pensar que el topless libre, nacional y popular pueda resentir aún más
el deseo, que ya viene maltrecho por el stress y la rutina. ¿Cómo hacer que las
tetas sigan siendo provocativas en la intimidad de la habitación -o de la
cocina, del auto, del ascensor o de dónde mejor le parezca- si pedimos que
pasen desapercibidas en una playa? Cualquiera podría decir que esa película ya
se vio con los glúteos y el colaless, y sin embargo acá estamos. Es verdad.
Pero aún usando un hilo dental como bikini siempre hay algo que se tapa, que se
oculta, que se deja para la imaginación. La prohibición incentiva el deseo,
dice uno de los más famosos postulados freudianos sobre los que se sostiene la
humanidad. Desde el incesto hasta acá. Esa prohibición no es sólo lo que nos
diferencia de los animales. Es cultural o, mejor, dicho, estructural, fundante
de la humanidad como tal.
¿Podrían vivir los humanos sin límites, sin tabúes, sin que
haya algo prohibido? ¿Acaso se imaginan a un ser humano rompiendo todas las
barreras y cumpliendo todos los mandatos de su inextricable deseo? A propósito,
una imagen se me viene a la cabeza: la de un enorme obeso de 300 kilos tirado
en una cama sin poder moverse, satisfecho y pleno después de haberse dado un
banquete celestial. La humanidad no sería posible. Es por eso, mujeres, pidan
todo lo que se les ocurra sobre la igualdad de derechos con los hombres.
Comparto ese reclamo. Pero, en algunas cosas somos diferentes. Por suerte.
© El Cronista
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