Por Fernando Savater |
El paciente clama angustiado: “¡Doctor, odio a mis padres, a
mi mujer, a mis hijos, a mis amigos...!”. El médico se asombra: “Pero... ¿por
qué me lo cuenta a mí?”. “¿Acaso no es usted el médico del odio?” “¡No, hombre!
¡Del oído!”. Perdón, es que se me olvida todo menos los chistes del cole. Lo cierto
es que el odio causa hoy especial inquietud pública. Hasta caracteriza un tipo
delictivo. Fomentar el odio provoca la exclusión y la persecución del prójimo.
Es el odio contra individuos o grupos humanos, que nos envenena por semejanza
con lo odiado. Al final de Lucien Leuwen
recomienda Stendhal: “Lector, no desperdicies la vida en odiar y tener miedo”.
Habla del odio y el miedo a personas o a nosotros mismos. Pero odiar ciertas
ideas o ciertos comportamientos creo que es una forma de salud mental. No debe
ser considerado delito, sino casi una obligación. Por ejemplo, detestar la idea
más abominable, la que considera a alguien culpable o despreciable por lo que
es y no por lo que hace. Una idea que vuelve a estar de moda, si es que alguna
vez dejó de estarlo...
Mañana nos reuniremos en Andoain para recordar el asesinato
de Joseba Pagaza. Yo no odio a Gurutz Aguirresarobe, su asesino, juzgado y
condenado, que purga su pena en prisión. Ni siquiera odio a los espías del
pueblo, que dieron la información necesaria para el crimen y siguen impunes. Ni
a sus amigos y familiares que dieron una rueda de prensa exculpatoria en el
Ayuntamiento de Hernani, donde fue detenido, auspiciada por la entonces
alcaldesa y hoy parlamentaria Marian Beitialarrangoitia. Odio la ideología
tribal y obtusa de quien ordenó su muerte, de quien la ejecutó, de los que la
justificaron. La odio porque sigue activa, emponzoñando almas e instituciones.
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