Por Julio María Sanguinetti (*) |
El 15 de diciembre de 1995, en la solemne sala de
las columnas del Palacio de Oriente de Madrid, bajo la mirada escrutadora del
emperador Carlos V, en un bronce guerrero, el Mercosur firmó un acuerdo marco
con la Unión Europea. Estaban presentes todos los cancilleres de Europa y le
correspondió firmar al nuestro, por entonces el ingeniero agrónomo Álvaro
Ramos, en carácter de presidente en ejercicio del Mercosur.
Desde entonces, trabajosamente, se arrastra la idea
de liberalizar el comercio entre las dos regiones. Valgan estos 22 años como
testimonio de la enorme dificultad de esta posible —y deseable— alianza que
estos días aparece resucitada en las noticias periodísticas. A raíz de los
arrebatos retóricos del Presidente de los Estados Unidos contra México, China y
la propia Europa, se habla por todos lados de las alternativas y allí aparece,
citada con mucha ingenuidad, esta relación interregional de tan espinosa
posibilidad.
En ese contexto, se reúnen en Brasilia los
presidentes de Argentina y Brasil y vuelven a la palabra mágica: relanzar el
Mercosur. Los hechos nos dicen que luego de su firma, en 1991, el tratado
funcionó muy bien, hasta que en enero de 1999 la devaluación de Brasil puso
todo en entredicho. Quedó claro que había una gran asimetría entre los socios y
que de un sacudón brasileño no se salvaba ni Argentina. Desde entonces, se ha
ido a los tumbos.
El Mercosur, como zona de libre comercio que es, ha
vivido las constantes violaciones al tránsito de sus mercaderías, que se
suponía abierto entre sus fronteras. Como unión aduanera que pretende ser, con
un arancel externo común, que fijara los gravámenes de importación igualitarios
para todos, aun menos ha funcionado. Las violaciones han sido frecuentes y las
excepciones enormes, como la zona franca de Manaos, donde Brasil maneja una
economía propia, al margen de toda restricción.
En una palabra, los intereses
particularistas han predominado. Uruguay, por ejemplo, sacrificó numerosas
actividades ante la producción argentina y brasileña en la esperanza de
desarrollar otras dirigidas a los mercados vecinos. Al principio, se caminó
en la buena dirección, pero a poco de andar Brasil, y muy especialmente
Argentina, comenzaron a limitar la competencia y a proteger industrias que no
estaban en capacidad de competir. Con los Kirchner se llegó a la arbitrariedad
total, que muy caro pagaron industrias nacionales, como la Fanapel hoy en
crisis.
En ese contexto crítico, en 2006 oímos, desde
Córdoba, una vez más la palabra mágica: relanzamiento. El entonces presidente
Hugo Chávez fue más allá: "Nace un nuevo Mercosur". No hace falta analizar
mucho para advertir el desastre que fue esa incorporación de Venezuela, que
agravó aún más las dificultades, tanto económicas como políticas. La propia
entrada fue un acto espurio y hoy Venezuela está suspendida porque, como era
previsible, no ha cumplido ningún aspecto del tratado, ni en lo comercial ni en
lo democrático.
El año pasado se celebraron los 25 años con una
ceremonia en la sede mercosuriana del Parque Hotel y fue todo muy triste. Se
comenzó con una infeliz declaración del secretario Jorge Taiana, el ex
canciller kirchnerista, y se terminó con la bancada parlamentaria brasileña
sentada al fondo, con el presidente Vázquez acompañando su protesta por la mala
ubicación protocolar que se le había asignado. Un sainete gasallesco.
Ahora se reúnen los dos presidentes de los países
vecinos y, sin siquiera una presencia simbólica de Uruguay y Paraguay, expresan
su voluntad de profundizar la relación. No arrancan bien, porque debieron
integrar también a Paraguay y Uruguay, cuyas economías son de menor porte, pero
representan países tan respetables como los de mayor PBI. Esto podrá superarse,
naturalmente, pero si se quiere hacer algo de verdad, hay que asumir riesgos. Una
Argentina en clima electoral, ¿puede sacrificar en el altar de la competencia alguna
actividad, como la industria de partes automotoras, para que compita con la
brasileña en condiciones más severas? A su vez, ¿puede este Gobierno
brasileño, tan discutido, asumir riesgos reales?
Sabemos que los Gobiernos de los vecinos están bien
inspirados y que actúan en la buena dirección. Pero sus circunstancias
políticas y sociales son difíciles. Desde ya que podrían enfrentarlas, pero si
se encaran con mucha valentía. Del mismo modo, ¿alguien piensa que la
agricultura francesa cederá algo a la del Mercosur en medio de una elección de
pesadísimas consecuencias como está viviendo?
Todo es difícil. Muy difícil. Requeriría grandeza
para superar el momento. Estamos convencidos de que no les falta voluntad ni a
Mauricio Macri ni a Michel Temer. La cuestión es si pueden. Razón por la cual
hay que ser muy realista y franco cuando se hablan de estas estrategias, que
pueden ser válidas pero que —por cierto— no son gratuitas para nadie.
Son infantiles, entonces, las voces oficialistas
que oímos estos días hablando de nuevo del "más y mejor Mercosur". Ya
no se repite ese eslogan devaluado, pero se maneja la misma idea en medio de
una formidable confusión. El tren de los Estados Unidos ya se perdió en el
primer Gobierno Vázquez; y el de China, que tanto se promocionó, está claro que
no pasó de un deseo. Hoy lo único concreto que tiene el Uruguay son los
canales de inversión que en la forestación y las zonas francas abrieron los
gobiernos colorados. Todo lo demás es ruido y apresurados planteos
publicitarios que tratan de llenar el vacío y la orfandad.
(*) Abogado, Historiador y Escritor. Fue dos veces
presidente de Uruguay.
© Infobae
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