Chavela Vargas: un documental muestra la vida tan salvaje como creadora de la cantante mexicana que luchó por defender su libertad y su elección sexual. |
Por Gregorio Berlinchón
Chavela Vargas tuvo muchas
vidas. Todas desaforadas, todas llenas de ansias por su libertad. Algunas más
dichosas, unas con más amor, otras con más alcohol. Y en cada una de ellas
luchó por no traicionarse, por ser quien quería ser. Catherine Gund y Daresha
Kyi han condensado todas las Vargas posibles en Chavela, que ayer se
estrenó en Berlín en la sección Panorama, y que en 90 minutos condensa con
éxito una existencia de 93 años.
Chavela Vargas no nació siendo Chavela ni en México. Costarricense
nacida en San Joaquín de Flores en 1919, María Isabel Anita Carmen de Jesús
Vargas Lizano fue una niña especial, a la que sus padres escondían cuando
venían las visitas por su extraña manera de ser y de vestir. Cuando el
matrimonio se divorcia, ella se va a vivir con sus tíos, y a los 17 años toma
una determinación: irse a México, comenzar una nueva existencia como Chavela
Vargas. El filme mezcla entrevistas con la artista en distintas épocas, con
declaraciones actuales de quienes la rodearon y la quisieron, y actuaciones y
grabaciones históricas. Por eso Chavela acaba siendo quien cuenta sus propias
vivencias, como cuando recuerda cómo en aquellos primeros años en México
intentó actuar como el resto de las cantantes, con tacones y vestidos con los
que se tropezaba en el escenario. Finalmente, acabó usando sus míticos
pantalones y ponchos, y así la descubrió un día en un club en la década de 1940
por la esposa del mítico compositor y cantante José Alfredo Jiménez. Su voz era
única, su forma de moverse en un escenario también, y José Alfredo entendió que
Chavela poseía una extraordinaria capacidad de canalizar el dolor a través de
su voz, un sentimiento que burbujeaba en todos los temas del compositor.
Aquella unión, perfecta en lo
artístico, también fue mítica en su alcoholismo. Ambos bebieron y bebieron,
cayeron al suelo decenas de veces embriagados por miles de litros de tequila.
Sin embargo, el talento de Vargas chocaba con el México tradicional. Nunca
llegó a actuar más allá de clubes y cabarés. Fue pareja de Frida Kahlo. Logró
cierta fama en el Acapulco de finales de los años cincuenta, repleto de
turistas estadounidenses. Actuó en la boda de Elizabeth Taylor y Michael Todd
-"y amanecí con Ava Gardner", apunta-, y tuvo romance con decenas de
mujeres, incluidas esposas de jerifaltes del gobierno. Entre ellas, a la novia
de Emilio Azcárraga, el todopoderoso empresario que vetó su carrera musical en
compañías de discos. Y sí, hizo alguna serie de televisión y alguna película,
pero languideció. Durante años vivió de la caridad de amigos. Hasta que un día
se cruza en su camino la joven
abogada Alicia Pérez Duarte, con la que inicia una intensa relación.
Pérez Duarte da muchas claves en Chavela sobre la cantante. Por
ejemplo, su capacidad para reinventar hechos de su vida y convertirlos en
leyenda. Como su abandono del alcohol. Según la artista, lo lograron unos
chamanes. Según Pérez Duarte, ocurrió tras un feo incidente con una pistola que
involucró al segundo hijo -entonces de ocho años- de la letrada. La misma cantante
dice que Isabel es una persona maravillosa, pero Chavela es un toro complejo de
lidiar.
Sobria, Chavela Vargas retoma
su carrera. La mayor parte de sus fans pensaba que había muerto, y a finales de
los ochenta reaparece actuando en Ciudad de México. Allí le ve un empresario
español y en 1993 actúa en la Sala Caracol de Madrid. Comienza su segunda
carrera, con la que por primera vez pisará teatros. Pedro Almodóvar se
convierte en su amigo y padrino y logra que actúe en el Olympia de París. Y
solo entonces es cuando definitivamente México le abre las puertas y canta en
el teatro Bellas Artes.
En Chavela se escuchan sus frases rotundas, sus sentencias que
resuenan por su voz como bombas: "Lo supe siempre. No hay nadie que
aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si
eres libre, ese es el precio que tienes que pagar: la soledad";
"Nadie se muere de amor, ni por falta ni por sobra"; "El amor no
existe, es un invento de noches de borrachera". También se ilustra su
soledad, su independencia, su lesbianismo nunca anunciado públicamente hasta
que cumplió 80 años (probablemente porque no hacía falta; probablemente porque
en México se permite todo en un escenario pero nada en la calla), su liderazgo
en la comunidad lésbica mexicana... En España hablan de ella Miguel Bosé, Elena
Benarroch o Laura García-Lorca: su último concierto es en la madrileña
Residencia de Estudiantes en julio de 2012 y dos días después vuelve
rápidamente a México para poder morir allí, lo que ocurre el 5 de agosto de
2012.
Chavela es un documental
excepcional porque en 90 minutos fija la imagen y la vida de la artista sin
regatear sus contradicciones, sus dolores (murió aún rabiosa por la falta de
amor de su madre con ella), sus pasiones y su talento. Ayer en Berlín el
aplauso fue merecido.
© El País (España)
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