La década de la revolución y el desencanto
Hippies en el festival de Woodstock. |
Por Marcos Winocur
(*)
¿Los sesenta que ya he cumplido? ¡También! Pero ahora no me refiero a
ésos sino a los años sesenta cuando, desdeñador de herencias, era visto como un
joven Rockefeller rojo, aquellos años tan distintos…
Para mí, los sesenta fueron un “no” a la filosofía del conformismo, “no”
que se repartía por partes iguales contra padres y sociedad. Bueno, más bien
abuelita y sociedad porque mi papá y mi mamá… Pero ésa es otra historia. Fueron
los sesenta de las batallas desmesuradas, utópicas, años de narcisismo: nosotros
tenemos el privilegio de haber nacido en esta generación —proclamábamos—
llamada a abrir los ojos a la humanidad. Pero las opciones de rebeldía eran
múltiples y se disputaban entre sí, la elección no era fácil.
Allí estaban los hippies y sus comunas. Debo reconocer que secretamente
los admirábamos y deseábamos ser como ellos. Pero secretamente: en el Partido
Comunista Argentino, de bien ganada fama de ortodoxo y donde mi amigo Chucho y
yo militábamos, “hippies” era mala palabra, pecaminosamente burguesa. No traían
salida, sólo la flor para cerrarle la boca al fusil. Pero hoy me pregunto: ¿es
que hay salida, la hay por algún lado? En el Partido, decíamos, más, jurábamos:
la URSS es la condición para emancipar a la humanidad. Si continúo fiel a esa
idea: adiós URSS, adiós humanidad.
Ay, me vestiré de túnica y mi barba, como la del poeta, se llenará de
mariposas, y saldré a la calle a llorar porque “El pueblo unido jamás será
vencido”, porque nadie hizo un alto para bajar y ser río antes que sus aguas se
volvieran azufre, eso haré, túnica, barba y mariposas. “Peace and love, love,
love, con sábanas qué bueno, sin sábanas da igual”.
Allí estaban los hippies y sus comunas. Debo reconocer que secretamente
los admirábamos y deseábamos ser como ellos. Pero secretamente: en el Partido
Comunista Argentino, de bien ganada fama de ortodoxo y donde mi amigo Chucho y
yo militábamos, “hippies” era mala palabra, pecaminosamente burguesa.
Los fabulosos sesenta… ¿los recuerdas, Chucho? Deja de pasearte por la
habitación como león enjaulado, siéntate y que los recuerdos nos lleven lejos.
Mira, fueron fabulosos también en política… Los estudiantes tomaban la Sorbona,
los guerrilleros luchaban y morían junto al Che. Oh sí, “la imaginación al
poder”. ¿Medio Oriente? ¡Egipto socialista! ¿Noráfrica? ¡Argelia socialista!
¿Asia? ¡China comunista! ¿Latinoamérica? ¡Cuba comunista!
¿Peace and love o revolución? ¿Los tres? Mientras lo resolvemos, digo: “Tu boca
que es tuya y mía, tu boca no se equivoca, te quiero porque tu boca sabe gritar
rebeldía”. Y digo: “En la calle codo a codo somos mucho más que dos”.
¿Y los tanques rusos en Checoslovaquia? “Top secret”, cohetes nucleares
en Cuba. El presidente Kennedy asesinado, su hermano Robert asesinado, Luther
King asesinado. Prohibido prohibir. Y el fuego purificará el odio racial, somos
los black panthers; no es cierto, somos los pacifistas, los
herederos de Gandhi. Prohibido prohibir, permitido permitir, compañero,
compañero, black panthers y pacifistas tienen razón, todo depende
de las condiciones dadas en cada lugar… Y se levanta el muro de Berlín;
primavera de Praga, adiós; romance China–URSS, adiós. ¿Viva el leninininismo?
Chucho, mi amigo, cuántas cosas pasaban ante nuestros ojos, ¡ya se
resquebrajaba lo que después se vino a derrumbar! Y comenzaba la pesadilla de
Vietnam. Y la bandera americana ondeaba en la Luna llevada por el brazo fuerte
de Armstrong y aquí, en la Tierra, llevada por los marines a Santo Domingo.
Olvídate, olvídate, deja ya la política y ven al cineclub. ¿Qué dan? Dan, mira
qué lista, Fellini, Bergman, Visconti, Kurosawa, Bertolucci, Polanski, Resnais,
Godard, Kubrick, Pasolini… ¡Pero yo quiero una con Brigitte Bardot o un spaghetti
western o el festival recordando a Chaplin! ¿Y qué leíste? ¿Leíste Cien
años de soledad? De un tal Gabriel García Lorca o Federico García
Márquez, no sé bien.
Y corramos. De las barricadas del Cordobazo, allá en Argentina, al happening.
Corramos, se abrió la expo pop art. Soy trosko, soy anarco, te digo
que es expo op art y no pop art, burro, op art. Soy marxista plus 1, soy
leninista sub 1, corramos de la noche de Tlatelolco a la mota, de hacer la
revolución en la revolución corramos a ser casuales y psicodélicos en la ropa y
el amor, corramos mientras no hay sida y el marxismo es todopoderoso, lo
escribió el jefe, ay, lo siento, no te salvará el diván del psicoanalista ni el
librito rojo de Mao, ni las canciones de Brassens, tampoco las excentricidades
de Andy Warhol o los versos de Benedetti, fuimos sesentistas en los cincuenta,
seremos sesentistas en los setenta.
Y bien, ¿conductismo o foquismo? ¡Estructuralismo! No, compa, quiero
morir como nací, puro, sencillo y optimista, como un árbol, de pie sobre la
tierra, en las filas del Partido Comunista. Optimista, feminista, conductista,
foquista, comunista, estructuralista… ¡pero no consumista!
Chucho, cuántas cosas pasaban ante nuestros ojos. No te pongas
nostálgico, claro, es la vejez. Ahora, con Clinton… no me hagas reír, los
sesenta están enterrados. Pero Jane Fonda, Clint Eastwood, Dustin Hoffman, los
Rolling Stones, Mastroiani ya no está, los monstruos se resisten y tal vez
alguno traspase el año 2000… Mira, los japoneses, capitalistas del Oriente. Ah
no, yo prefiero el Oriente misterioso, el de Buda, sé contemplativo, el poder
corrompe, la acción es perversa… Mira cómo se tiñen de rojo los ríos de
Indonesia con sangre de comunistas. Lumumba asesinado, una vez más la CIA
acusada. Y mientras tanto abrimos los sesenta inventando el láser, listo el
rayo mortal de los comics, y cerramos dando vida a los primeros hologramas,
vamos de maravilla en maravilla, y sin embargo todo sigue igual.
¿Por qué? Porque no puedo, no, obtener satisfacción, y lo intento y lo
intento y lo intento. ¿Por qué? Te lo voy a decir: porque, mi buen Chucho, las
flores se marchitan sin que nadie las aplaste y los muros se derrumban sin que
nadie los empuje. Memento mori. Porque se ha abierto la puerta… Oh,
no quiero pensar en ello. En la calle pasan cosas, se siente, se siente, el
pueblo está presente. Pero Marilyn nos ha abandonado y de qué forma, y me voy a
dejar el pelo largo, papá. Porque las flores se marchitan y los muros se
derrumban y es la guerra: de aquí, de allá, de los seis días, del fútbol, de
Vietnam… Cinema vérité a la vuelta de la esquina, nouvelle
vague una cuadra más allá. Y papá, mamá, no me gusta lo que han estado
haciendo estos últimos dos mil años, ni siquiera de los Beatles saben.
Chucho, cuántas cosas pasaban ante nuestros ojos. Jim Morrison, Janis
Joplin, Jimi Hendrix: los acordes del himno americano pueden concluir en el
sonido de las explosiones en Vietnam. J, J, J, nos vamos a ir pero con cierto
disimulo, ¿sobredosis accidental o voluntaria? No se preocupen, la duda de los
sesenta quedará resuelta en los noventa cuando Kurt Cobain dé el beso a la boca
de la escopeta. Si incluso Elvis… aquí llega, multiplicado en sus imitadores,
al momento de la jura de Clinton, desfilando, ¿no los viste? Sí, Chucho, cuando
el militar que carga siempre el portafolios con los códigos nucleares se cambió
instantáneamente de lugar para dejar a Bush padre y colocarse detrás de
Clinton, sí, al momento de la jura.
Mi muy estimado señor, ésta es una promoción para usted y familia, me lo
agradecerán: su refugio atómico en cómodas cuotas. ¿Que se acabó el mundo
bipolar, que pasó el peligro? Nunca se sabe; además, son saldos que nos
quedaron de la guerra fría, están regalados. Verán, varios metros bajo tierra,
cemento y plomo, alimentos, agua calientita, ¿cómo calientita? Sí, calientita
es más calentita que calentita. Vengan, nada les faltará y estarán sus nombres
escritos, Chucho, María y José. Cuando caiga la primera bomba correrán drecto, ¿cómo
drecto? Sí, drecto es más directo que directo. Correrán drecto a la puerta, uno
esquivando el primer regaderazo de radioactividad, luego buscarán sus nombres,
entrarán al refugio y se quedarán quititos, ¿cómo quititos?
Sí, quitito es más quietito que quietito. Ah… ¿y por cuánto tiempo nos
quedaremos quititos? Oh, sólo los dos siglos siguientes hasta que desaparezca
la radioactividad.
Entonces…
¿Quién nos salvará, Chucho? Los ovnis, yo los vi con mis ojos de 2001.
Odisea del espacio, yo los vi. O bien, Chucho, nos salvará uno de estos dos:
Che Guevara o Codovilla. ¿Codovilla? Sí, el jefe de los comunistas argentinos.
Sí, dos generaciones se enfrentaron, no te hagas, bien que los recuerdas, y los
dos, el Che y Codovilla, eran argentinos. Tema: ¿cuáles son los caminos de la
revolución? ¡La guerrilla! ¡La acción cívica de masas! ¡La combinación de ambas!
Nada de eso, Juan XXIII es la izquierda. El Papa bueno porque los otros… Pero
estábamos hablando del Che y Codovilla. Y yo del Concilio Vaticano II, ¿y qué
tiene que ver? ¡Camilo Torres, cura y guerrillero! Sí, pero el hijo dilecto de
Marx es Gramsci. ¿Ah, sí? ¿Y Althusser? Pero ése… Moción de orden, compañeros,
estamos tratando del Che y Codovilla y a cada momento interrumpen, así no se
puede hacer la revolución. Bien, compañeros, que informe el encargado de
literatura. Bien, compañeros, el Che, prototipo del comunista heterodoxo,
escribía como despedida “Hasta la victoria, siempre”; el otro, prototipo del
comunista ortodoxo, Victorio Codovilla, había dado de título a uno de sus
libros “Nuestro camino desemboca en la victoria”. Heterodoxo, joven, guapo y
flaco, el uno; ortodoxo, viejo, feo y gordo, el otro; irreconciliablemente
opuestos en la polémica desatada en la izquierda, el Che y Codovilla compartían
el mismo gusto por la utopía: la victoria no nos fallará. Pero qué idea
compararlos, estamos en los noventa y la batalla contra el olvido la ganó el
Che. ¿Codovilla? Mucho gusto.
Chucho, cuántas cosas pasaban ante nuestros ojos… revolución y rock,
rock y droga, droga y felicidad, pero no: ¡la droga es el arma de la burguesía
para corromper a los jóvenes! Nueva moral al cine, el desnudo al teatro, Hair. La
televisión se apodera de las mentes: uno para lanzar a la juventud americana a
la muerte en Vietnam, dos para hacerla retroceder mostrando el horror de esa
guerra; lección aprendida, en el futuro no habrá dos, sólo uno, dice el five
star general. Oh, fabulosos sesenta, las parejas besándose en la calle,
estampida de divorcios, mi hija se fue de casa. Cunde la canción de protesta.
Los militares se hacen presidentes en el Tercer Mundo, los intelectuales firman
manifiestos. Playa Girón, derrota del imperialismo, dicen los sesentistas, sólo
México no rompe relaciones con Cuba.
1960, el telón se alza con el primer concierto de los Beatles; 1969, el
telón cae con el festival monstruo de Woodstock, no, no cae, los sesenta se
prolongan más allá. Vive y deja vivir. ¿Y qué más? Vive y deja morir. Chucho,
ten cuidado, dentro de los sesenta trabajan los antisesenta, mira: el veterano
actor Ronald Reagan es elegido gobernador, prometedora carrera hacia la
presidencia, y declara: Disparemos los proyectiles nucleares sobre Vietnam.
¿Quién contestará a Reagan? ¿Quién le hará saber que lo obsceno no es el
sexo, es la guerra? ¿Quién le cerrará el paso a la Casa Blanca? ¿El Sargento
Pimienta? ¿Tom Wolfe, gurú del new journalism? ¿Bob Dylan
cambiando a la guitarra eléctrica, nena, déjame seguirte en tu caída? ¿Los
Rolling Stones, chicos malos del rock? ¿El señor Spock con su gesto duro y sus
orejas puntiagudas montado en la nave espacial? ¿Malcom X, alabemos al señor,
pero pásame las municiones? ¿Gays del mundo, uníos? Oh, dentro de los sesenta
trabajan los antisesenta. ¿Quién los parará? Te lo diré: ¡las armas del
conocimiento!
Un buen día —Chucho, ¿te acuerdas?— caímos al soñado París. Foucault,
Althusser, Braudel, Romano, Lévi–Strauss, Lacan, Barthes, Piaget, Touraine,
Pierre Vilar. Todo queríamos. París, ¡corramos a tomar las armas del
conocimiento! A recorrer el mundo, hacerse a la mar. Y la mar es de nylon
transparente, de plástico azul duro diseño art deco ¿o art
nouveau? Y ponte la mini, no, que me da vergüenza, ponte la midi, no,
que es demasiado discreta, ponte la maxi, no, qué ridícula, una falda larga
hasta los pies. Porque la esquelética Twiggy reemplaza a la abundante Marilyn
mientras jugamos rayuela con Cortázar.
—Chucho, te dije, déjate de pasear como león enjaulado, siéntate, ya, de
una vez. ¿Tan nervioso te ponen los recuerdos…? Sí, sí, comprendo, quieres
saber la diferencia entre entonces y ahora; bueno, contesta la pregunta de
¿cómo se divide el mundo?
—Entre rebeldes y conformistas, proclaman los sesenta.
—Entre ganadores y perdedores, proclaman los noventa.
Oh, de los sesenta a los noventa se descubrió: el rebelde es un
perdedor.
Chucho, los tiempos han cambiado, queríamos saber qué era ser joven,
¿largarse a la carretera como en Easy rider? Súbete a la moto
y vámonos, LSD, acelera a fondo, enterremos el American way of life, terminar
temprana y violentamente: no quiero llegar a adulto, tampoco morir en la cama
ni rodando las escaleras. Oh, no exageres, los reventados de los sesenta fueron
minoría de minorías. Entonces… ¿qué era ser joven? Lo mismo que en los
cincuenta: ¡ser teenager! Un adolescente que no rompe con la
sociedad ni quiere suicidarse a cambio de: no toques mis sueños y mi cuarto,
todo culmine en el matrimonio pero antes soy libre de acostarme con mi boyfriend.
Déjame todo eso y no me iré con los reventados.
—Marcos, ¿qué pasa si digo sí a las drogas? —exclama de pronto Chucho.
—¿Cuándo estamos?
—En los sesenta.
—Eres un rebelde.
—Marcos, ¿qué pasa si digo sí a las drogas? —insiste Chucho.
—¿Cuándo estamos?
—En los noventa.
—Eres un conformista, te llames ganador o perdedor.
Y bienvenido señor James Bond mientras Gagarin es el primer hombre en
rondar el espacio y Nikita golpea con su zapato sobre el escritorio en plena
asamblea de la ONU. ¡Viva la contracultura y la prensa underground! ¿Conoces
ese nuevo cineasta? Se llama Woody Allen. Por favor, no me quemes, no digas
esposa, di compañera, y tampoco sirvienta, di empleada doméstica. Y nada de
países atrasados ni tan siquiera subdesarrollados, di en vías de desarrollo.
Golpe en Brasil, golpe en Argentina, Miss Guatemala guerrillera. Eichmann, no
te escondas, pagarás igual. ¿Por aquel viejo asunto de los campos nazis de
exterminio? Pero si nunca maté a nadie, sólo los contaba. ¿Y tú quién eres? Soy
escritor disidente soviético, por favor dénme el Nobel. ¿Y tú quién eres? Soy
Cassius Clay, rey de los puños, no combatiré en Vietnam. ¿Y tú quién eres? Soy
Batman, a ver si cambian a Robin por una mujer, digo, para evitar habladurías…
¿Saben qué? Me vale, soy gay y me vale ese par de tontos, y me vale lo
que diga la gente. Bueno, bueno, no discutamos más, los setenta están a las
puertas, rápido, el doctor Barnard acaba de operar un paciente ¡trasplantándole
un corazón! Y adiós a los sesenta.
De todo eso ¿qué vio Chucho, qué vi yo? Profesábamos el optimismo
utópico y todo caía bajo esa lente. Entonces… Si China se peleaba con URSS eran
males propios del crecimiento del campo socialista. Si los tanques rusos
amanecían en Praga era la contrarrevolución aplastada. Si los americanos
llegaban a la Luna y se consagraban ganadores de la carrera espacial era un triunfo
del hombre y de la ciencia. Si el movimiento estudiantil del 68 y la guerrilla
se desinflaban era prueba de los errores de la ultraizquierda. Si la URSS era
forzada a retirar los cohetes nucleares de Cuba era un triunfo de la causa de
la paz… Todo positivo, “todo confirma nuestra justa línea política, camarada”.
Un día todo se derrumba. Oh, entonces… la muerte existe. Y existe para
las civilizaciones con especial dedicatoria a las experiencias socialistas del
siglo. Así, nos quedamos a media calle sin nada que decir a los jóvenes. Y me
pregunto: ¿cuál será la próxima lectura “full of sound and fury”? ¿Una nueva fe
llena de furia y sonido o huecas palabras, significando nada?
(*) Marcos Winocur
(1932–2016) nació en Córdoba, Argentina, y murió en Puebla, México, a donde
llegó huyendo de la dictadura. José Ramón López Rubí Calderón recuperó este
texto sobre la turbulenta década en que todo pasó.
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