Macri descansa en
el sur del estrés por sus problemas judiciales y de gestión.
Por Roberto García |
En dos meses, Mauricio Macri ordenó su agenda para
disponer de varios días de licencia y largos fines de semana en
distintas partes del país. Debe merecer vacaciones, días de holganza y
esparcimiento, al menos para contener un estrés fulminante que le ocasiona una
administración devoradora y, sobre todo, una sucesión de hechos personales bajo
sospecha: debe ser el Presidente que en menos tiempo de gobierno acumuló más dificultades con la Justicia, un
registro inédito e impensable a un año de iniciada su administración.
Curioso,
lo que no viene de afuera (Panamá Papers, Odebrecht, Arribas), se produce
adentro, en su propia estructura. Como el último arreglo por la deuda del Correo que su padre Franco no
saldaba con el Estado a través de Socma, esa emblemática multiempresa familiar
cada vez más enredada en anomalías históricas. Más curioso aún es que las
suspicacias y eventuales delitos no son denunciados desde la oposición ni por
el rentado ejército de periodistas militantes, progresistas o de izquierda; en
general, han salido a la luz por la competencia investigativa de un mismo
cronista (Hugo Alconada Mon) que enloqueció a Cristina en su momento. Cero
intriga, cero conspiración, entonces.
Judicialmente, tal vez, la condonación de deudas a la familia Macri puede
ser explicada en monto, conveniencia y hasta como un invalorable servicio para
la salud del Estado.
Políticamente, en cambio, por lo menos desdorosa es la operación del
hijo a favor del padre Franco, feliz con Menem porque le concedió la
privatización a un precio imposible de pagar para cualquier especialista (lo
que garantizaba una negociación posterior para reducirlo) y, luego, feliz con
Néstor Kirchner cuando se lo estatizó por no sostener el canon. Y ahora, al
margen de los litigios judiciales, de fiscales y jueces, opiniones y escándalo,
se observa la exposición de que los proveedores o prebendatarios del Estado han
construido megafortunas aplicando el ajuste por inflación en sus contratos,
pero nunca ese mismo instrumento sirve para sus deudas con el Estado. O
que, como en el caso de Franco Macri y flia –al igual que el
resto del club de los contratistas– podían participar de licitaciones y
ganarlas aun siendo deudores del Estado. Más todavía en este caso: el primo del
mandatario, Angelo Calcaterra –si es que se representa a sí mismo– estuvo en
los directorios de la Socma deudora serial y ese detalle no le impidió
participar del soterramiento del Sarmiento (con Odebrecht, claro), y ahora
triunfar arañando la construcción de la primera etapa de la autopista ribereña.
Un pariente con alta capacidad para decir que paga el mejor precio (como en su
momento con el Correo) y que disfruta de licencias exclusivas, sólo concedidas
por expertos, como la que le otorgó el Banco Central y su directorio, autónomo
en apariencia, habilitante de la compra y ejercicio del banco Interfinanzas,
sin preocuparle si honraba o no sus compromisos anteriores. Quizás porque
Sturzenegger no habrá vivido la crisis de los incobrables del 2001 y no piensa
como Brecht, quien sostenía que es delito robar un banco, pero mucho más delito
es fundarlo.
Aliados. Esta hilera de errores no forzados del Gobierno (hay que incluir las desgrabaciones de Angelici) rozan el
aspecto moral de quienes fueron votados con otras expectativas, deteriora
inclusive su frente político constituido con gente del radicalismo (la
indulgencia a Franco Macri la suscribe un hombre del partido, Oscar Aguad),
outsiders como el embajador Martín Lousteau (quien no volvería para las
elecciones de octubre), socialistas en extinción y la silenciosa hasta ahora
Elisa Carrió, figura que creció en tamaño gracias a pregonar la decencia. Ni el
balsámico alimento de construir listas para las elecciones, ubicar gente,
alivia el efecto explosivo sobre la nave insigne. Más cuando el capitán comete
torpezas propias de Patricia Bullrich (quien no reparó que Arribas cambió
inmueble por muebles en su declaración o que instaló un 0-800 para detectar
ovnis) o de Susana Malcorra, pasionaria anti Trump como si ése fuera el sentido
de su cargo, ejerciendo timermanismo de bolsillo, agrediéndolo desde su
insignificancia. Se supone que se trata de cándido voluntarismo, como el del
propio Macri al pedir en Brasil que le anticipen la lista de argentinos
involucrados en el affaire Odebrecht –que, aseguran, se ventilaría el mes
próximo– como si su círculo rojo nunca hubiera intimado con el
presidiario delator, y éste sólo fuera patrimonio venal del kirchnerismo.
Para aprovechar viajes o estancias, el Presidente se instaló en el sur con la familia y,
de paso, se reunió con gobernadores para prometerles un plan para la Patagonia. Discurso
y foto, poco y nada del contenido, más bien una excusa bucólica de descanso. Pero
encierra el gran conflicto: la plata de las provincias o para las
provincias (que no es para salarios docentes, como se afirma en forma huidiza).
Reconoce antecedentes este pleito: Alfonsín impuso las retenciones, pero no las
coparticipó; Menem las eliminó y Duhalde las volvió a instalar, el matrimonio K
las aumentó y Macri afeitó algunas importantes. En rigor, la historia con
antecedentes viendo de más atrás, luego de batallas –Rosas, Derqui, Mitre,
Roca– para quedarse con la Aduana y los recursos, triunfo último de la Nación
que se los reserva para el gobierno nacional y evita distribuirlos con las
provincias porque no son impuestos según establece como ukase. Contra ese
desequilibrio, al parecer, pugna más de una provincia, una de las más
insolentes es La Pampa debido a conservar cierta estabilidad económica
tradicional (como San Luis). Complejo le resulta el gobernador Carlos Verna a
Macri, no sólo por el reclamo de fondos y coparticipación, sino porque es un
contador de vasta experiencia parlamentaria que supo hacerse odiar por los
Kirchner y que ahora intenta lo mismo con el ingeniero, del que tanto desconfía
que en el Senado ordenó a los suyos, peronistas, votar en contra de ciertas
iniciativas. Porque “éste, muchachos, viene por nosotros”. Siempre y cuando,
claro, no esté de vacaciones.
© Perfil
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