De dos papelones al
hilo debió hacerse cargo el Presidente. Frente interno y rara ignorancia.
Por Roberto García |
Todo el mundo sabe que el espectro del padre, su aparición
nocturna, enloqueció a Hamlet. Esa verdad transmitida por el espíritu
fue demasiada carga para el príncipe, una personalidad frágil y dubitativa.
Confesiones truculentas del fantasma paterno que inducían a la venganza y a un
trance más indeseado por el hijo o cualquier mortal: la obligación de vivir en
el presente cuestiones tortuosas del pasado. Otra herencia recibida,
insoportable.
Si bien el padre le regaló un reino a Hamlet, este obsequio
implicaba un alto precio: incluía un sino azaroso, desquiciado, y la indicación
de que algo estaba podrido en Dinamarca. No sólo en los protagonistas de
Shakespeare. Cualquier parecido con la realidad local es imaginación del
lector.
Obvia esta referencia literaria que envuelve al legado del Macri padre,
Franco –ya frondoso e inconcluso en anomalías (los Panamá Papers, las
escuchas telefónicas a mujeres y parientes, entre otros negocios)– con su hijo
Presidente, Mauricio, en el último caso del Correo Argentino. Si
hasta ahora el vástago había podido eludir ciertos coletazos por otras
denuncias que lo involucran con el padre, en esta ocasión no pudo zafar
del nuevo entuerto: se embarró por un acuerdo de sospechosa
conveniencia entre su familia y el Estado que preside, en el
cual nadie lo puede imaginar apartado, prescindente, a pesar de que su equipo
de favoritos en patético desfile salió a jurar que ni siquiera conocía la causa
judicial. Poco serio: si hasta habían pensado que el episodio
carecía de importancia para el electorado, que las redes sociales lo ocultarían
como lo disimularon en el inicio algunos amigos agradecidos de la prensa. Pero
duró poco ese operativo ficcional: hasta los propios desertaron con amenazas de
ruptura. Y la línea expresiva del Gobierno, esas espadas privilegiadas de
Cambiemos (Aguad, Peña, Duran Barba, etc.), quedaron expuestos con la
calificación soez que Cristina le reservó hace poco a su mayordomo Parrilli.
Porque, y perdón por recomendar esa cita, a veces hay categorías peores que la
de ingenuo.
Se retractó Mauricio, en público retrocedió cuatro
casilleros. Prudente, anuló lo del Correo que lo enchastra y,
de paso, borró un ardid técnico que disminuía parte del aumento prometido en la
ley de las jubilaciones y que el subjefe de Gabinete, Quintana, consideraba
burdamente una nimiedad. Como si una suma de nimiedades (24 pesos) no
constituyera una fortuna. Raro error en quien ha sabido fabricar una fortuna. Dos
papelones consecutivos que el Presidente no quiso endosárselos a nadie, se hizo
cargo en un acto de fe, como si la confesión evitara cualquier
condena: un criterio a discutir. En el medio de esa imprevista batahola semanal
que lo tuvo descolocado, al mandatario lo sacaron de otra zanja dos auxilios
impensados: el banquero menos querido en Olivos, Jorge Brito, le resolvía la huelga de tres días
anunciada por el ahora belicoso gremio de Palazzo. Curiosamente, el
gastronómico Luis Barrionuevo lo asistió en la gestión negociadora al banquero
luego de un opíparo asado ad-hoc. Barrionuevo, de comunicación titilante con
Macri, hoy impulsa a Martín Lousteau y participa de su lanzamiento para las
elecciones de octubre en la Capital Federal, acompañando como en los
viejos tiempos a una fracción movilizadora del radicalismo porteño que hace
cuernitos cuando se menciona a Ernesto Sanz. Banquero y sindicalista, ajenos a
la administracion, contribuyeron a liberarlo a Macri de un problema al que
había sido arrastrado por los mismos bancos estatales. Allí, como se sabe, purgó
algún culpable.
De los otros dos desatinos, en cambio, la responsabilidad política
aterriza en personajes naturales, tipo la jefatura de Gabinete, organismo que
existe como pararrayos del Presidente en la Constitución. Y ni asoma un reflejo
sobre una banda poco identificada que Macri cultiva con unción: los abogados.
Quizás por su desinterés en el tema o falta de formación apropiada, se
ha guiado por consejos dañinos para su gobierno en algunos temas. Por
señalar algunos: la designación de los dos ministros de la Corte por decreto,
el aumento de tarifas sin audiencias públicas, el uso indiscriminado de los DNU
como elemento de alineación partidaria o el último enjuague del Correo Argentino
que le hizo perder una ristra de créditos importante en la población (más allá
de que él tampoco está exento de esa historia horripilante de privatización,
estatizacion, devaluaciones y pesificaciones, al igual que otras grandes
empresas del país que se hicieron más grandes con esa metodología). Nadie, sin
embargo, habla de esos infatuados pichones de Cicerón que suelen seducirlo,
tanto que suele cederles toda la confianza. No olvidar que tres de ellos
(Torello, Rodríguez Simón y Clusellas) fueron sus enviados a la Casa Rosada, la
madrugada en que Macri debía asumir y la ex locataria emperatriz se marchó de
la vivienda sin dejar las llaves ni saludar al nuevo inquilino. Entonces, el
trío representante golpeó la puerta, deambuló entre despachos, policías, militares
y embajadores de turno, para organizar la jura cuyo desarrollo ni el propio
Macri podía imaginar. Desde entonces, ellos y otros abogados asesores elevaron
su cotización. Hasta hoy.
Del mismo modo que, ahora, luego de los errores y las enmiendas, el
ingeniero en jefe deberá pagar más por incluir en la provincia de Buenos Aires
a intendentes venidos del peronismo, o del cristinismo, dispuestos a colaborar
con María Eugenia Vidal. Gente invencible en sus distritos (Granados en Ezeiza,
donde suceden menos episodios criminales que en otras vecindades, o Ishii en
José C. Paz, ganador de 131 comicios), con pretensiones lugareñas que aspira
sólo a conservarse mejor que Disney. Cada uno por su cuenta, negociando,
recibiendo más que aportando, pero sin constituir un bloque como le ha vendido
Eduardo Duhalde a los abogados de Macri y al propio Macri. Cada uno, si entra o
se asocia, lo hace por su cuenta, sin requerir intermediarios; no se
inspiran en el odio a la viuda y, menos, para incorporar una candidatura
secundaria de Chiche Duhalde (como le manifestó Cariglino al ex caudillo
bonaerense). Lo hacen, como corresponde, sólo por conveniencia.
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