Cristina, Vidal y
Massa operan sobre gobernadores e intendentes con vistas a octubre. El
aterrizaje de Macri.
Por Roberto García |
Por una perezosa complicidad, se acepta que en octubre habrá un cambio
de era, un nuevo ciclo. En política, claro. Lo imagina una parte desflecada del
último cristinismo como profecía de su regreso populista y, también, el
oficialismo Cambiemos como bisagra de su permanencia en el poder. Más que un
deseo, una voluble necesidad. Para ellos, claro.
A pesar de la entusiasta y
contradictoria coincidencia de los bandos, lo más probable es que las elecciones de medio término no
modifiquen el cuadro legislativo, en forma sustancial al menos, sólo gravitará
en el espíritu del vestuario partidista, hoy dominado por la petulancia
de un presidente que promete ganar caminando y una seccional opositora que
asegura volver en 2019, esta vez sin misericordia para imponer su modelo
frustrado (supone que tuvieron exceso de compasión en los 12 años que
les tocó gobernar).
Para los interesados, esos comicios venideros son el fin del mundo, está
marcado en su agenda como el Armagedón del Calendario Maya que no se cumplió en
2012 o como el Apocalipsis del año 1000 que provocó un tendal de suicidios no
contabilizados: se advertirá con estos ejemplos, entonces, la relación entre el
subdesarrollo y el pensamiento común de la política.
Aunque se vota en todo el país, hay un solo foco electoral: la provincia de Buenos Aires. Casi no importan los otros resultados, sólo vale “la madre de todas las batallas” para continuar en la repetida vulgaridad de las citas. Como si el territorio bonaerense fueran las Termópilas, Trafalgar, Stalingrado o Dien Bien Phu, y el combo Macri-Vidal la mimesis de Nelson y Wellington mientras Cristina revive en Napoleón, como corresponde a su destino apoteósico. Con otros grados militares juegan Massa y Stolbizer, una tratando de ser friendly para los peronistas y el otro de ser friendly para los gorilas. Lo que se dice, una tercera posición, poco conveniente para Cambiemos. Persiste el silencio de Carrió, no se expide siquiera sobre el Correo, igual que un Randazzo no bendecido por las encuestas, tanto que le reservan la difícil postulación al Senado, ya que la de diputado se la adjudicó el tempranero Domínguez. No debe olvidarse a Scioli, quien será candidato si la viuda lo reclama, hoy en idilio que da frutos con otra dama y pensando en liquidar La Ñata –si encuentra la escritura– por su lejanía del ruido porteño. No le faltarán compradores, como al primo de Macri, el próspero Calcaterra.
Territorio de derrotas. La provincia de Buenos Aires se hizo famosa
por imprevistas derrotas oficialistas del medio término en las últimas décadas
(a manos de Cafiero, De Narváez, Massa, sin olvidar la de Duhalde por la
reforma constitucional), y obligó a creer que esos resultados son
determinantes del futuro. Sólo significativos, en rigor. Cafiero luego
perdió con Menem, Massa deambula con rumbo incierto hasta la presidencial de
2019 y De Narváez cambió de profesión, volvió a ser empresario para que lo
reciba un magnánimo Macri, quien jamás perdona, terco en el desdén a lo
opuesto. Por ejemplo, no recibió al titular de River, D’Onofrio, postergado
como Moyano o Massa por el Papa.
Conquistó Macri el distrito con una mujer y, a pesar de que a nadie le gusta traicionar su propio voto con tamaña velocidad, parece costarle reiterar la hazaña con Vidal. Al menos, en su cabeza y contra lo que él mismo dice. Igual piensa Cristina, quien infatuada por las encuestas, se imagina liderando todo el peronismo, cuando allí se gana en un frente, no con fracciones de un mismo signo, divididos. Debe creer que la aprobación de Gioja para enjuiciar al Presidente es decisivo para sus planes de uniformidad, aunque no ignora que en ese despropósito el jefe del PJ quizás se haya contaminado con alguna estela del arsénico derramado por la Barrick. Unos y otros tratan de capturar intendentes para su coleto, unos con plata y descargándolos del pasado, otros con promesas de plata resucitando el pasado.
Sin embargo, a los jefes nacionales les resultó trabajoso entender a esos colegas distritales que no aspiran a ser gobernador, que sólo pretenden acrecentar su patrimonio terrenal y político, tan ceñidos a ese mandato de negros que siempre eligieron candidatos blancos y fuera de sus límites bonaerenses: Ruckauf, Solá, Scioli, Vidal. En su mayoría, los líderes comunales se reconocen peronistas, pero a la elección van con el candidato que más les rinde en su jurisdicción, con sus propias encuestas y con el nombre testimonial que le confiesan sus electores, Por lo tanto, si es Pedro, bien; si es Juan, también. Total, a ese nombre acompañan con su propia lista, con los otros cargos que habrán de mantenerlos en el municipio. Así ganó Vidal, Massa y, sobre todo, De Narváez, cuando nadie lo sospechaba pero la esposa de Massa ni introducía a los Kirchner en los carteles de Tigre a pesar de que su marido era jefe del gabinete nacional.
Duro regreso. A ese mundo complicado y necesario regresa ahora Macri, henchido por su viaje a España,
como antes volvieron Menem, Duhalde o los Kirchner, todos mejor atendidos
afuera que en casa. Si hasta se deslumbró el ingeniero con su mujer por
pertenecer de momento al reino, al cautivante trato de la Corte (algo
semejante, en su momento, también le concedieron a Cristina en la residencia
veraniega). Comprensible: rico puede ser cualquiera.
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