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martes, 21 de febrero de 2017

La columna que nadie leerá

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Los conflictos de intereses en un país en el que la familia Macri es dueña de una empresa en cada rubro son bastante previsibles. Saltó con el Correo, podría haber saltado con las aerolíneas, con los colectivos, con los subtes, y un etcétera más largo que un enganchado de discursos de Fidel. Lo único rescatable del asunto es que, al tratarse de empresas, los conflictos de interés saltan enseguidita. 

Sería interesante que salten los mismos conflictos de interés a la hora de negociar el reparto de la coparticipación que, por esas cosas de la casualidad, siempre terminan beneficiando a los distritos donde el que gobierna se lleva bien con el oficialismo de turno.

Pero convengamos, estimado lector, que tampoco da para justificar todo sin pestañear porque “son empresario, vistes, y loempresario tienen empresa”. La sobreactuación de una parte de la oposición frente a una tentativa de arreglo ha tenido su contraparte en los votantes de Cambiemos más enamorados, que salieron en masa a pedir lo que consideraron un intento de golpe de Estado. Guerra de hashtags, acusaciones de call centre, trolls rentados y un debate para determinar si Macri es inocente, si el Padre es Darth Vader, si Sergio Massa cometió un delito al pedir a los gomías que instalen un tema en Twitter en base a una comparación pelotuda, o si sirven de algo las eternas cadenas de balaceras a los mensajeros. Da igual que el que señaló al que se puso un zapato de cada color sea un payaso de circo o el periodista más serio: para el que no quiere ver, todos son rentados, tienen algún interés oscuro, se vendió al kirchnerismo, se regaló al massismo, o está llorando pauta gubernamental.

Sin embargo, lo relatado no quita que haya que desarmar determinadas exigencias. Los que no entienden cómo pudo trepar a tanto el conflicto por el correo culpan a determinados funcionarios por no haber previsto que una fiscal podía saltarles a la yugular. Un raro mecanismo según el cual todos debemos prever que, al firmar un acuerdo por una deuda, puede salir alguien a decir que se han robado la Luna. 293 millones, 70 mil millones, qué más da.

Página/12 publica una encuesta en la que dicen que todos moriremos y que a Macri nadie le cree. El estudio fue encargado al Centro de Estudios de Opinión Pública de Roberto Bacman, el mismo cráneo que en 2009 dijo que Néstor y Scioli habían ganado por paliza –una suerte de Génesis del C5N de 2015– y que Daniel Filmus estaba a sólo siete puntitos de Macri en las elecciones porteñas de 2011. Encima, la encuesta fue hecha sobre un abanico de 500 personas sólo de Buenos Aires y alrededores. Entiendo que tratándose de un número superior al de ejemplares vendidos, a los muchachos de Página pueda resultarles un encuestón, pero hay más personas en una reunión de consorcio.

Podríamos ponerle un poquito más de garra, amiguillos. Y esto va para los colegas del gremio: independientemente del temita del Correo, si además de pedir contactos para rellenar programas guglean antes para saber con quién hablan, ayudarían a limpiar un poco la humareda. No pueden llamar al doctor Daniel Vítolo y presentarlo como “experto en quiebras” –que, de hecho, sí lo es– para luego titular que un experto validó la opinión de la fiscal, cuando el tipo tiene al menos dos décadas de laburo en la Fundación para la Investigación y Desarrollo de las Ciencias Jurídicas donde la fiscal Gabriela Boquín es vicepresidente. ¿Qué va a decir, que está equivocada? Su opinión será muy válida, pero perdió toda objetividad. Lo comprenden las generales de la ley. Es como mandar una carta a la casilla postal de Oscar Aguad para preguntarle si Marquitos Peña tiene razón.

Nos están empastando las neuronas las ganas de sobresalir, de reacomodarnos frente a un panorama de reconfiguración comunicacional que en el resto del mundo se viene dando desde hace más de una década pero que acá gambeteamos por estar pendientes de la pelea entre las empresas y los gobiernos. No creo que a la gestión “se le acabó el margen” para mandarse cagadas. Esto es Argentina, donde tenemos el lóbulo temporal atrofiado y al álbum de figuritas de errores políticos siempre le falta una para llenarlo. La historia nos enseña que acá los gobiernos no caen por sus cagadas de gestión sino por su falta de cintura a la hora de negociar con los que tienen hambre de Poder. No lo definimos nosotros tuiteando para nuestro círculo de seguidores ni pidiendo encuestas que, si bien tienen más votos que las que publica Página, no definen ni siquiera si el mejor gusto de helado es el dulce de leche granizado o el chocolate con almendras.

Basta con ver la reacción frente a la detención del ex Jefe del Ejército César Milani. Si en vez de Milani hubieran detenido a cualquier otro militar de los setentas, estoy seguro –pero segurísimo, eh– que muchísimos de los que festejan habrían puteado, mientras que todos los que muy convenientemente callan habrían celebrado un nuevo triunfo de los derechos humanos con beneficio de inventario. No se trata del “tiro de gracia al relato kirchnerista” como lo han planteado algunos medios. Tampoco vamos a darle la razón a Cabandié, que dan ganas de putearlo hasta cuando dice “buen día”, pero Milani cayó en cana en parte porque se le acabó la impunidad que le garantizaba la gestión anterior para sortear el reviente de los resortes judiciales que aplicó el mismo kirchnerismo para juzgar a los que formaron parte de la última dictadura, sean los jerarcas, sean los que le vendían los puchos al Cabo Cañete. Sin la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Milani hoy está vendiendo panchos con Guillote Moreno. El Sheneral no cayó por corrupto, lo que hubiera estado más en sintonía con algo festejable frente al kirchnerismo, sino que terminó preso por algo que sus denunciantes afirman que hizo cuando tenía 23 años.

Me resulta mucho más divertido reirme cuando Estela de Carlotto dice que nunca apoyó a Milani, y explotaré de la risa si en algún momento llego a escuchar a algún kirchnerista quejarse de la falta de garantías y la ausencia del justo proceso, esas cosas que negaron al resto de los denunciados bajo el curioso amparo de que las garantías constitucionales no corren para quienes las suspendieron.

Más llamativo es que Milani quedó sopre por una causa de lesa humanidad en la cual la cadena de responsabilidades salpica fuera del aparato militar. César del Corazón de Jesús está en cana a disposición del Poder Judicial del siglo XXI por haber laburado con el Poder Judicial de la década del 70. El ex juez federal de La Rioja durante la última dictadura, Roberto Catalán, fue denunciado por los hechos por los que hoy está preso Milani. El actual juez federal de La Rioja, Daniel Herrera Piedrabuena sobreseyó al exmagistrado en medio de una feria. Fue tal el escándalo que se armó que lo terminó encanando de nuevo. Hoy, Catalán cumple una condena de 12 años de prisión. Tuvo la suerte de que la Justicia siempre se cuida a sí misma: a su compañero de causa, Luciano Benjamín Menéndez, le enchufaron otra cadena perpetua. Son esas cosas que quedaron pendientes: algunos terminan tras las rejas 40 años después de haber cumplido una orden judicial, otros terminan con condenas mínimas. Y otros con mejor marketing terminan en la Corte Suprema después de rechazar varios hábeas corpus.

Lo único cierto de todo esto que vivimos encarnizadamente son los únicos números que no mienten: las estadísticas de los portales y el rating televisivo. Ver cuánto garpa una nota sobre cualquier acontecimiento político a favor o en contra de cualquiera y cuánto mide una nota mal redactada sobre el último chisme entre dos ignotos personajes del verano farandulero, les juro que le bajaría el ego al político más megalómano que conozcan.

La idea de considerar que hay un margen de error finito se inicia en el Síndrome de Puerta de Hierro, que es como el de Estocolmo, pero sólo para países que cuentan con el peronismo en su historia. ¿Cuál es la idea de pedir que el gobierno no se mande más cagadas “porque estamos en año electoral”? Sería más interesante pedir que no se equivoquen, pero no: todo hay que hacerlo para no ofender al matón del curso. Esquivar errores sólo para evitar que venga el cuco es laburar para que el enemigo no se ofenda. Y eso es lo que les piden, eso es lo que dicen que harán. Entiendo que el Gobierno ha ido por esa vía numerosas veces. De hecho, el Gobierno aún lo hace al empomarnos con la dolarización de los costos de transporte, peajes, combustibles y demás cosas que no llegan desde Marte mientras entrega miles de millones de pesos para contentar a quienes no dudarían un minuto en colgarlos de la Pirámide de Mayo y ostenta una selección de funcionarios de medio pelo que reparten el tiempo entre la ostentación de pasearse con choferes para sentir que sus vidas tienen algún sentido y la soberbia de no aceptar una sola crítica.

En todo caso, la estupidez del Gobierno pasa por su excesivo dialoguismo. Hoy, martes, están marchando la Corriente Clasista y Combativa, Barrios de Pie y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular. Los mismos a los que el ministerio de Carolina Stanley les pagó 55 millones de pesos para que hicieran encuestas en las villas en noviembre del año pasado y otros 30 mil millones de pesos a fin de año para pasar la Navidad sin quilombo. Al pedo. Ahí tienen también al triunvirato de la CGT, que organiza un paro con apoyo del gobierno anterior después de que les devolvieron todas las cajas que se dejaron quitar sin chistar por el gobierno anterior. Y para probar el daño cultural que tenemos hecho moco en la mente, los compañeros afirman que “el Gobierno no va en la dirección correcta”. Y sí, mostro. Si hubieran querido mantener la dirección anterior, se habrían afiliado al kirchnerismo. Y, por último, ahí lo tienen a Jorge Bergoglio, el hombre con el que intentaron conciliar luego de que se enojara solo, recibiendo a la cúpula de la CGT luego de anunciar un paro.

Honestamente, creo que el margen de error está lleno de intenciones de pedir disculpas al violador por no esperarlo depilado.

Martedi. Sólo hay dos mejillas.

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