Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Los conflictos de intereses en un país en el que la familia
Macri es dueña de una empresa en cada rubro son bastante previsibles. Saltó con
el Correo, podría haber saltado con las aerolíneas, con los colectivos, con los
subtes, y un etcétera más largo que un enganchado de discursos de Fidel. Lo
único rescatable del asunto es que, al tratarse de empresas, los conflictos de
interés saltan enseguidita.
Sería interesante que salten los mismos conflictos
de interés a la hora de negociar el reparto de la coparticipación que, por esas
cosas de la casualidad, siempre terminan beneficiando a los distritos donde el
que gobierna se lleva bien con el oficialismo de turno.
Pero convengamos, estimado lector, que tampoco da para
justificar todo sin pestañear porque “son empresario, vistes, y loempresario
tienen empresa”. La sobreactuación de una parte de la oposición frente a una
tentativa de arreglo ha tenido su contraparte en los votantes de Cambiemos más
enamorados, que salieron en masa a pedir lo que consideraron un intento de
golpe de Estado. Guerra de hashtags, acusaciones de call centre, trolls
rentados y un debate para determinar si Macri es inocente, si el Padre es Darth
Vader, si Sergio Massa cometió un delito al pedir a los gomías que instalen un
tema en Twitter en base a una comparación pelotuda, o si sirven de algo las
eternas cadenas de balaceras a los mensajeros. Da igual que el que señaló al
que se puso un zapato de cada color sea un payaso de circo o el periodista más
serio: para el que no quiere ver, todos son rentados, tienen algún interés
oscuro, se vendió al kirchnerismo, se regaló al massismo, o está llorando pauta
gubernamental.
Sin embargo, lo relatado no quita que haya que desarmar
determinadas exigencias. Los que no entienden cómo pudo trepar a tanto el
conflicto por el correo culpan a determinados funcionarios por no haber
previsto que una fiscal podía saltarles a la yugular. Un raro mecanismo según
el cual todos debemos prever que, al firmar un acuerdo por una deuda, puede
salir alguien a decir que se han robado la Luna. 293 millones, 70 mil millones,
qué más da.
Página/12 publica una encuesta en la que dicen que todos
moriremos y que a Macri nadie le cree. El estudio fue encargado al Centro de
Estudios de Opinión Pública de Roberto Bacman, el mismo cráneo que en 2009 dijo
que Néstor y Scioli habían ganado por paliza –una suerte de Génesis del C5N de
2015– y que Daniel Filmus estaba a sólo siete puntitos de Macri en las
elecciones porteñas de 2011. Encima, la encuesta fue hecha sobre un abanico de
500 personas sólo de Buenos Aires y alrededores. Entiendo que tratándose de un
número superior al de ejemplares vendidos, a los muchachos de Página pueda
resultarles un encuestón, pero hay más personas en una reunión de consorcio.
Podríamos ponerle un poquito más de garra, amiguillos. Y
esto va para los colegas del gremio: independientemente del temita del Correo,
si además de pedir contactos para rellenar programas guglean antes para saber
con quién hablan, ayudarían a limpiar un poco la humareda. No pueden llamar al
doctor Daniel Vítolo y presentarlo como “experto en quiebras” –que, de hecho,
sí lo es– para luego titular que un experto validó la opinión de la fiscal,
cuando el tipo tiene al menos dos décadas de laburo en la Fundación para la
Investigación y Desarrollo de las Ciencias Jurídicas donde la fiscal Gabriela
Boquín es vicepresidente. ¿Qué va a decir, que está equivocada? Su opinión será
muy válida, pero perdió toda objetividad. Lo comprenden las generales de la
ley. Es como mandar una carta a la casilla postal de Oscar Aguad para
preguntarle si Marquitos Peña tiene razón.
Nos están empastando las neuronas las ganas de sobresalir,
de reacomodarnos frente a un panorama de reconfiguración comunicacional que en
el resto del mundo se viene dando desde hace más de una década pero que acá
gambeteamos por estar pendientes de la pelea entre las empresas y los
gobiernos. No creo que a la gestión “se le acabó el margen” para mandarse
cagadas. Esto es Argentina, donde tenemos el lóbulo temporal atrofiado y al álbum
de figuritas de errores políticos siempre le falta una para llenarlo. La
historia nos enseña que acá los gobiernos no caen por sus cagadas de gestión
sino por su falta de cintura a la hora de negociar con los que tienen hambre de
Poder. No lo definimos nosotros tuiteando para nuestro círculo de seguidores ni
pidiendo encuestas que, si bien tienen más votos que las que publica Página, no
definen ni siquiera si el mejor gusto de helado es el dulce de leche granizado
o el chocolate con almendras.
Basta con ver la reacción frente a la detención del ex Jefe
del Ejército César Milani. Si en vez de Milani hubieran detenido a cualquier
otro militar de los setentas, estoy seguro –pero segurísimo, eh– que muchísimos
de los que festejan habrían puteado, mientras que todos los que muy
convenientemente callan habrían celebrado un nuevo triunfo de los derechos
humanos con beneficio de inventario. No se trata del “tiro de gracia al relato
kirchnerista” como lo han planteado algunos medios. Tampoco vamos a darle la razón
a Cabandié, que dan ganas de putearlo hasta cuando dice “buen día”, pero Milani
cayó en cana en parte porque se le acabó la impunidad que le garantizaba la
gestión anterior para sortear el reviente de los resortes judiciales que aplicó
el mismo kirchnerismo para juzgar a los que formaron parte de la última
dictadura, sean los jerarcas, sean los que le vendían los puchos al Cabo
Cañete. Sin la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final,
Milani hoy está vendiendo panchos con Guillote Moreno. El Sheneral no cayó por
corrupto, lo que hubiera estado más en sintonía con algo festejable frente al
kirchnerismo, sino que terminó preso por algo que sus denunciantes afirman que
hizo cuando tenía 23 años.
Me resulta mucho más divertido reirme cuando Estela de
Carlotto dice que nunca apoyó a Milani, y explotaré de la risa si en algún
momento llego a escuchar a algún kirchnerista quejarse de la falta de garantías
y la ausencia del justo proceso, esas cosas que negaron al resto de los
denunciados bajo el curioso amparo de que las garantías constitucionales no
corren para quienes las suspendieron.
Más llamativo es que Milani quedó sopre por una causa de
lesa humanidad en la cual la cadena de responsabilidades salpica fuera del
aparato militar. César del Corazón de Jesús está en cana a disposición del
Poder Judicial del siglo XXI por haber laburado con el Poder Judicial de la
década del 70. El ex juez federal de La Rioja durante la última dictadura,
Roberto Catalán, fue denunciado por los hechos por los que hoy está preso
Milani. El actual juez federal de La Rioja, Daniel Herrera Piedrabuena
sobreseyó al exmagistrado en medio de una feria. Fue tal el escándalo que se
armó que lo terminó encanando de nuevo. Hoy, Catalán cumple una condena de 12
años de prisión. Tuvo la suerte de que la Justicia siempre se cuida a sí misma:
a su compañero de causa, Luciano Benjamín Menéndez, le enchufaron otra cadena
perpetua. Son esas cosas que quedaron pendientes: algunos terminan tras las
rejas 40 años después de haber cumplido una orden judicial, otros terminan con
condenas mínimas. Y otros con mejor marketing terminan en la Corte Suprema
después de rechazar varios hábeas corpus.
Lo único cierto de todo esto que vivimos encarnizadamente
son los únicos números que no mienten: las estadísticas de los portales y el
rating televisivo. Ver cuánto garpa una nota sobre cualquier acontecimiento
político a favor o en contra de cualquiera y cuánto mide una nota mal redactada
sobre el último chisme entre dos ignotos personajes del verano farandulero, les
juro que le bajaría el ego al político más megalómano que conozcan.
La idea de considerar que hay un margen de error finito se
inicia en el Síndrome de Puerta de Hierro, que es como el de Estocolmo, pero
sólo para países que cuentan con el peronismo en su historia. ¿Cuál es la idea
de pedir que el gobierno no se mande más cagadas “porque estamos en año
electoral”? Sería más interesante pedir que no se equivoquen, pero no: todo hay
que hacerlo para no ofender al matón del curso. Esquivar errores sólo para
evitar que venga el cuco es laburar para que el enemigo no se ofenda. Y eso es
lo que les piden, eso es lo que dicen que harán. Entiendo que el Gobierno ha
ido por esa vía numerosas veces. De hecho, el Gobierno aún lo hace al empomarnos
con la dolarización de los costos de transporte, peajes, combustibles y demás
cosas que no llegan desde Marte mientras entrega miles de millones de pesos
para contentar a quienes no dudarían un minuto en colgarlos de la Pirámide de
Mayo y ostenta una selección de funcionarios de medio pelo que reparten el
tiempo entre la ostentación de pasearse con choferes para sentir que sus vidas
tienen algún sentido y la soberbia de no aceptar una sola crítica.
En todo caso, la estupidez del Gobierno pasa por su excesivo
dialoguismo. Hoy, martes, están marchando la Corriente Clasista y Combativa,
Barrios de Pie y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular. Los
mismos a los que el ministerio de Carolina Stanley les pagó 55 millones de
pesos para que hicieran encuestas en las villas en noviembre del año pasado y
otros 30 mil millones de pesos a fin de año para pasar la Navidad sin quilombo.
Al pedo. Ahí tienen también al triunvirato de la CGT, que organiza un paro con
apoyo del gobierno anterior después de que les devolvieron todas las cajas que
se dejaron quitar sin chistar por el gobierno anterior. Y para probar el daño
cultural que tenemos hecho moco en la mente, los compañeros afirman que “el
Gobierno no va en la dirección correcta”. Y sí, mostro. Si hubieran querido
mantener la dirección anterior, se habrían afiliado al kirchnerismo. Y, por
último, ahí lo tienen a Jorge Bergoglio, el hombre con el que intentaron
conciliar luego de que se enojara solo, recibiendo a la cúpula de la CGT luego
de anunciar un paro.
Honestamente, creo que el margen de error está lleno de
intenciones de pedir disculpas al violador por no esperarlo depilado.
Martedi. Sólo hay dos mejillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario